Papeles Blancos: ¿cuál fue el primer libro ó el primer poeta que te impactó?
Osvaldo Bossi: En realidad, yo vengo de una familia en la que no había libros, ninguna relación con la literatura, hasta que a los 17 años descubrí en la casa de mi tía Martha una biblioteca (y que mi tía, en su momento, había escrito poesía ella también) así que empecé a saquear, indiscriminadamente, cada uno de sus libros: Amalia, de José Mármol, La Divina Comedia, pero también poemas de Alfonsina Storni, Whitman, Rubén Darío, Almafuerte y Amado Nervo… Había de todo, y todo era nuevo para mí. Pero antes de eso, escuché un poema leído en voz alta. No recuerdo de quién era ese poema; pienso ahora que pudo haber sido de Gabriela Mistral. No importa. Lo que sí recuerdo es que se trató de una experiencia nueva, a partir de la cual seguramente me dije: “yo quiero escribir algo así”.
P.B.: ¿A qué edad?
O.B.: Eso fue a los 14 años, y hasta ese momento había sido el peor alumno de la escuela, el chico más tímido del mundo, y el más solitario. Sin embargo se había producido ese curioso descubrimiento: la poesía; y si bien eso era chino para mí, yo lo entendía perfectamente. Quiero decir, yo podía entender aquel lenguaje, “el lenguaje de la poesía” y al mismo tiempo, aunque parezca extraño, era incapaz de entender las cosas que me decía cualquiera de mis amigos. De alguna forma, ese descubrimiento me salvó; de lo contrario, me hubiera sentido perdido en un mundo donde no importan las palabras. Ese lenguaje solitario, dirigido a otro solitario, como decía Cernuda.
Al mismo tiempo, yo me enamoro, y lo primero que se me ocurre es comunicar esa experiencia, totalmente incomprensible para mí, y el único lenguaje que conocía, y que podía estar a la altura de lo que me estaba pasando, era el de ese poema que yo había escuchado leer en voz alta. Lo primero que hice, por supuesto, fue escribir poemas para “llamar la atención” de esa persona en particular. Yo era muy ingenuo, no me daba cuenta de que ese era el camino más equivocado para enamorar a nadie. Los poemas de amor no están escritos para que nadie se enamore de uno, sino para que alguien —en el mejor de los casos— se enamore de la poesía, y nada más. Pero bueno, entonces creía que era así, y no dejaba de hacer infinidad de cosas “absurdas” para que esa persona se fijara en mí, como por ejemplo, escribír poemas —libros enteros—, mecanografiarlos, ponerles un título, la consabida dedicatoria, y regalárselo inmediatamente al chico en cuestión. Me enamoraba mucho, así que eran muchos chicos y, por eso mismo, muchos libros de poemas también. Ahí aparece la relación intensa que yo veo entre poesía y amor. Después, como es lógico, aprendí todas los” trucos” que hay que aprender (y olvidar) cuando uno se pone a escribir poesía, aunque en el fondo, muy en el fondo, algo de toda esa ingenuidad sigue subsistiendo. Después de todo, cualquier poema que se precie, refleja una experiencia de amor. Lo mismo ocurriría con toda experiencioa de lectura.
P.B.: Al mismo tiempo, en esa relación, parece subsistir el modelo del Coyote y del Correcaminos, porque en última instancia el lector siempre se te está escapando de las manos.
O.B.: Si, claro, el lector es ese gran otro inalcanzable, que pareciera estar en todas partes y en ninguna. A mí siempre me sorprende cuando alguien se acerca para decirme que tal poema o tal libro le gustó mucho, porque me parece un tanto imposible que pueda pasar algo así. No es que no lo crea, o que no lo desee, sino que me parece sencillamente imposible, y nada más. Y sin embargo… siento que se trata de una experiencia que está más allá de mí, que no depende tanto de mí, y no está mal que así sea. Esos poemas resuelven algo que, por definición, es más contradictorio, y lo resuelven de la mejor manera: estéticamente.
P.B. : También hacés talleres, ¿qué te motiva a hacerlos? Porque imagino que llega un momento en el cual todo eso se debe convertir en algo rutinario, un trabajo.
O.B.: Al contrario. Para mi la gente que escribe poesía son mis amigos, son mis aliados. Sino estuvieran, me sentiría perdido. Es horrible lo que voy a decir, pero desde ese lugar yo me acerco al mundo, entiendo sus coordenadas. Como un observador, un contemplador y de ahí, quizás, venga mi admiración por Sandro Penna, a quien imagino como una suerte de contemplador de la belleza, de una experiencia extremadamente vital, pero que para poder escribirla, necesariamente, se tiene que estar un poco afuera. Y lo mismo pasa con la experiencia amorosa. Quién cae, ya no puede dar cuenta de ella, queda mudo, anonadado, produce balbuceos, gestos ridículos... Los enamorados son ridículos, no hacen frases hermosas.
El poeta que se aventura en la experiencia amorosa está más allá de la experiencia en sí. Como si, en algún punto, lo real terminara de armarse en el instante en que descubre la frase que lo representa. Y si esa frase no llega, bueno, entonces se disuelve. Una especie de castigo divino: o lo vivís, o lo escribís. Todo no es posible. Y al mismo tiempo, no estoy seguro de que sea tan así. También está esa suerte de niño solitario que aparece en mis poemas, y a él no lo puedo engañar. Quiero decir, cuando yo pienso en mí, en mi infancia, en mi adolescencia, pienso que es esa voz, y no otra, lo que sigue viviendo en mi escritura, pese a todo. Wallace Stevens habla de una violencia interior que se protege de una violencia exterior. Creo que funciona así, o al menos en mí funciona de esta forma. . Por algo siento que cada libro nuevo que escribo va a detonar algo o va a derribar algún edificio, aunque después no ocurra nada de eso. Pero tengo la sensación y el deseo de que algo, de ciertos monumentos, caiga para que yo me sienta, cómo decirlo…, un poco más libre.
P.B.:Vos hablás de un chico solo; en tu infancia está ese componente ¿y cuáles otros? ¿qué hay en el mundo de tu infancia?
O.B.: Voy a parecer ridículo pero, a veces creo, sinceramente, que lo que me dio la poesía fueron una suerte de “imperceptibles herramientas” para que ese niño, en algún momento, hablara, diera cuenta de sí, y que al hacerlo —en un movimiento doble— se protegiera del mundo. Todo está hecho a su servicio. Por algo en mi escritura siempre hay una búsqueda de lo luminoso por encima de cualquier otra cosa… En realidad, todo lo que hago es para protegerlo, para que el pueda seguir hablando y escribiendo sus poemas. De hecho, creo que el enamorado es un niño, creo que el poeta es un niño. El enamorado es un tonto y el poeta también. A mi me conmueve esto, por encima de cualquier otro valor intelectual. Aveces, inclusie, soy como un padre que lo protege para que él pueda escribir sus tonterías, como Adoro por ejemplo, que es un gran disparate amoroso. De hecho, creo más en el corazón que en la razón, y creo que los poemas se escriben con el corazón, aunque parezca anacrónico. Ese gran centro metafórico es irracional, es sensible, trabaja desde el lenguaje con su propia ética, desde una cierta idea de las cosas. No es un trabajo de la razón, y por eso lo separo de la literatura.
P.B.: Estableciste una relación entre el niño, el poeta y el enamorado.
O.B.: Si, y voy a cometer otro anacronismo: el niño que estaba encerrado en ese lugar y a quién yo, de algún modo, protejo, no sabía jugar, y yo le enseñé. El poeta le dio permiso para que juegue, y la poesía misma me ayudó a liberarlo de toda solemnidad para que lo que él veía como una “gran tragedia” se convirtiera en un juego o en alguna otra cosa. Ahora podemos hablar tranquilamente los dos, el niño y yo, y a veces creo que aprendimos mucho el uno del otro. Hay un epígrafe que voy a usar para mi próximo libro que se llama Casa de viento, y que dice: “Si esta vida es un gran sueño / ¿para qué atormentarse”? Es el poeta el que aprendió eso, y es una gran liberación para ese chico, porque era un niño muy atormentado dentro de su soledad.
P.B.: ¿Algo de ese tormento y de ese niño que no termina de encajar pueden relacionarse con tus avances en Letras y Psicología? Me cuesta verte encajando con facilidad en el mundo académico, te veo bastante más libre que cierta encuadernación propia de tales ambientes.
O.B.: Es verdad, pero porque soy un autodidacta, un intuitivo. Pero no quiere decir que esto tenga que ser así. Siento que se dio así porque las condiciones se dieron así y, y nada más. No se trató, eso creo, de una elección personal. El gran defecto que acarrea es el de de creer que uno puede hacerlo todo (o casi todo) sin la ayuda de nadie… Pero insisto: no tenía otra alternativa. Así que todo lo aprendí fue a los tumbos, guiado por el solo deseo, y aprendí a escribir poesía escribiendo mucha mala poesía y leyendo mucha mala poesía, también.Tardé más tiempo, fue más lento el trabajo, es cierto, pero no me quejo, es lo que a mí me tocó. De hecho, si un poeta joven me pregunta “¿qué hago? ¿dejo la carrera y me dedico a escribir?”, yo le contesto inmediatamente que no, que estudie su carrera y busque una forma de defenderse en el mundo, y después, o al mismo tiempo, si tiene ganas, que escriba. No cualquiera puede saltar a ese abismo y que las cosas les salgan bien. Que haya escrito poesía, en mi caso, y lo digo en serio, es un verdadero milagro, sin lugar a dudas.
P.B.: ¿Por qué?
O.B.: Porque pertenezco a un medio social en dónde eso no existía, hasta estaba mal visto. No estoy exagerando. Mi papá, quien en realidad se va de mi casa siendo yo muy chico, mientras yo dormía (un día me despierto y ya no está más… Todavía no puedo entender cómo no escuché el ruido de su camión, y ese ruido no me despertó. Entiendo que el sueño me protegió, y de algún modo me sigo quedando dentro de ese sueño porque despertar implicaría darme cuenta que no está más. Eso fue muy fuerte para mí, que alguien se vaya sin ninguna despedida, sin ninguna explicación. El abandono absoluto. ) Pero bueno, volviendo a mi padre, como te decía, además de irse (que es lo mejor que pudo haber hecho, según una de mis tías) era un “cascote”, un machista analfabeto y un arrogante. Trabajaba de botellero, lo que ahora se llama cartonero. No tenía ningún oficio, pero en realidad no le gustaba trabajar, obedecer órdenes ni estar encerrado. Como yo… (risas). Teníamos una casita muy precaria, de madera, con chapas de cartón. Una gran pobreza, y sin embargo… no creo que las cosas se hayan dado de esta forma por casualidad. En fin, pero nadie me quita de la cabeza la idea de que la poesía sea un milagro, al menos para mí.
Supongo que por eso soy religioso. En alguna medida, creo en la poesía como en una religión, como si alguien hubiera dicho -supongamos que Dios-: “este chico no tiene nada, démosle esto a ver qué hace”, y ese “esto” fue el lenguaje, el descubrimiento del lenguaje, como un valor en sí mismo, prodigioso en todo sentido. Y yo creo que me dí cuenta de eso, y al hacerlo descubrí un gran tesoro. Después… Bueno, ¿qué puede importarte que alguien te diga que lo que escribís es malo o, en el mejor de los casos, que no responde a los requerimientos de tu época?
P.B.: ¿Qué lectura hacés cuando te califican como un poeta sigiloso como hace un tiempo en ADNCultura?
O.B.: Me divierte porque yo no me siento sigiloso. Soy bastante escandaloso. Me pregunto qué querrán decir con eso del sigilo. Supongo que alguien que no está en el centro de dónde se producen los ruidos, y el movimiento que se produce ahora es una estética, y yo no estoy dentro de esa estética. Sigilosamente estoy trabajando por otro lugar, pero no en el centro de la escena porque no creo que represente a nadie, ni a ninguna generación, y mucho menos a una estética en particular. Finalmente, si alguien se siente reflejado en lo que escribo, quizás sea porque la poesía también se hace cargo de lo más sigiloso, de lo que habla silenciosamente, todos los días, de una manera o de otra, al margen de la Historia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario