por Graciela Buyasky
“Evaristo Carriego. Poeta. Nació en Paraná, provincia de Entre Ríos, el 7 de mayo de 1883, aunque desde la niñéz vivió en Buenos Aires, en el barrio de Palermo, paisaje, atmósfera y fuente capital de su obra”.
“El primer ensayo que salvó Jorge Luis Borges de su escrutinio, fue sobre Evaristo Carriego. Razones no le faltaron. Al menos, justificaciones. El impulso juvenil anti-academicista, su voluntad decididamente sarcástica ante el monopolio literario de lo español frente a lo porteño, la práctica masiva e indiscriminada de léxico lunfardo y orillero. A ello se sumaron reacciones de vergüenza ante el furor iconoclasta de la vanguardia americana. Los escritos de la veintena borgesiana están aureolados por la sospecha y la reserva. Así sucede hasta 1930, en que publicó un hermoso, breve y conciso ensayo biográfico y crítico sobre un poeta, que también significaba, para Borges, una emoción. ¿Qué razones determinaron esta actitud? ¿Por qué salvó Borges a Evaristo Carriego?”.
“Yo creí durante años, dijo Borges, haberme criado en un suburbio de Buenos Aires, un suburbio de calles aventuradas y de ocasos visibles. Lo cierto es que me crié en un jardín, detrás de una verja con lanzas, y en una biblioteca de ilimitados libros ingleses. (...) ¿Qué había, mientras tanto, del otro lado de la verja con lanzas? ¿Qué destinos vernáculos y violentos fueron cumpliéndose a unos pasos de mí, en el turbio almacén o en el azaroso baldío? ¿Cómo fue aquel Palermo o cómo hubiera sido hermoso que fuera?”.
“Borges ya sabía que el Modernismo estaba totalmente liquidado por haber vivido los años de la guerra en la lluviosa Ginebra, por haber leído a los expresionistas y a los dadaístas en sus primeras escandalosas revistas. Vuelto a la Argentina en los años veinte, toda su intolerancia de joven iconoclasta se encrespa contra los que niegan a Carriego porque no es bastante culto (el poeta culto era, entonces, Leopoldo Lugones). Para combatir esas valoraciones que siente injustas, y para rescatar no sólo la poesía de Carriego sino la de un Buenos Aires de compadritos y conventillos, de tango y duelos a cuchillo, el joven Borges escribe la biografía de Carriego y al hacerlo preserva en sus páginas un mundo que estaba ya erosionado por el olvido”.
“Carriego llamó misas a sus poesías, es decir, mensajes, envíos, y las calificó de herejes: apartadas de la recta opinión, anticipándose al rechazo de quienes pudieran no comprenderlas.
De su obra emana una sencilla religiosidad, un tono de rezo que lo hace precursor de Baldomero Fernández Moreno y de Homero Manzi. Poesías como La vaca muerta, con sus humildes viejitos campesinos que la lloran, o letras como Discepolín, que describe con tono dolorido lo grotesco de la vida, son oraciones al modo de Carriego.
Y las poesías que hablan de las novias encerradas, de los hombres poseedores de un secreto que a veces los hace llorar, o de la tristeza irreparable de la silla vacía, son a la vez plegaria y tango, si es que los grandes tangos no lo son, precisamente, por contener una plegaria.
El hombre es un ser religioso, y todo gran poeta es un oficiante de misterios sagrados: el de la vida y la muerte, el del amor y el desencuentro, el de la traición de Judas y el de la redención del buen ladrón, que son temas de los tangos de los dos Homeros, de Cátulo, de Contursi, de Bahr.
Carriego tiene un continuador mayor en Enrique Santos Discépolo, el poeta que sufrió el dolor de los demás para poder atestiguarlo, porque testigo significa mártir, como suele recordar Ernesto Sábato, tal vez sin percibir que habla también de sí mismo.
Tanto Leonardo Castellani, que en su eminencia de teólogo descalificó la obra bastante tangusa de Carriego, como Ezequiel Martínez Estrada, que desde su dignidad de maestro moral rechazó la vulgaridad que percibía en el tango, asumieron a su manera la misma actitud que inspiraba a Evaristo Carriego.
Porque los escritores, poetas o tangueros verdaderamente grandes son los que se encargan de dar testimonio, cada uno desde su personal carisma, de las esperanzas, sinsabores y desdichas de los hombres”.
“A mi, me parece que para Borges especialmente, Evaristo fue un descanso, un trago de simpleza, agua que corría sin complicaciones, amores que pasaban tranquilamente en las calles palermitanas, cuestiones éstas, muy poco alcanzables desde sus persistentes laberintos. Las mismas razones que me motivaron para traer sus versos esta noche. Evaristo Carriego rescató las tardes porteñas, los ratos buenos -sin mas sonidos que el de el organillero moliendo tangos- pintando esas escenas con tenues poesías barriales, hasta que tempranamente…. se cansó de amar.”
Poemas
La mesa estaba alegre como nunca.
Bebíamos el té: mamá reía
recordando, entre otros,
no sé qué antiguo chisme de familia;
una de nuestras primas comentaba
-recordando con gracia los modales,
de un testigo irritado- el incidente
que presenció en la calle;
los niños se empeñaban, chacoteando,
en continuar el juego interrumpido,
y los demás hablábamos de todas
las cosas de que se habla con cariño.
Estábamos así, contentos, cuando
alguno te nombró, y el doloroso
silencio que de pronto ahogó las risas,
con pesadez de plomo,
persistió largo rato. Lo recuerdo
como si fuera ahora: nos quedamos
mudos, fríos. Pasaban los minutos,
pasaban y seguíamos callados.
Nadie decía nada, pero todos
pensábamos lo mismo. Como siempre
que la conmueve una emoción penosa,
mamá disimulaba ingenuamente
queriendo aparecer tranquila. ¡Pobre!
¡Bien que la conocemos!... Las muchachas
fingían ocuparse del vestido
que una de ellas llevaba:
los niños, asombrados de un silencio
tan extraño, salían de la pieza.
Y los demás seguíamos callados
sin mirarnos siquiera.
Está lloviendo paz. ¡Qué temas viejos
reviven en las noches de verano!...
Se queja una guitarra allá a lo lejos
y mi vecina hace reír al piano.
Escucho, fumo y bebo, en tanto el fino
teclado da otra vez su sinfonía:
el cigarro, la música y el vino
familiar, generosa trilogía...
...¡Tengo unas ganas de vivir la riente
vida de placidez que me rodea!
Y por eso quizás, inútilmente,
en el cerebro un cisne me aletea...
¡Qué bien se está cuando el ensueño, en una
tranquila plenitud, se ve tan vago!...
¡Oh, quién pudiera diluir la luna
y beberla en la copa, trago a trago!
Todo viene apacible del olvido
en una caridad de cosas bellas,
así como si Dios, arrepentido,
se hubiese puesto a regalar estrellas.
¡Qué agradable quietud! ¡Y qué sereno
el ambiente, al que empiezo a acostumbrarme,
sin un solo recuerdo, malo o bueno,
que, importuno, se acerque a conturbarme!
Y me siento feliz, porque hoy tampoco
ha soñado imposibles mi cabeza;
en el fondo del vaso, poco a poco,
se ha dormido, borracha, la tristeza...
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