martes, 28 de febrero de 2012

Wislava Szymborska (1923-2012)



Bajo una pequeña estrella

Que me disculpe la coincidencia por llamarla necesidad.
Que me disculpe la necesidad, si a pesar de ello me equivoco.
Que no se enoje la felicidad por considerarla mía.
Que me olviden los muertos que apenas si brillan en la memoria.
Que me disculpe el tiempo por el mucho mundo pasado
por alto a cada segundo.
Que me disculpe mi viejo amor por considerar al nuevo
el primero.
Perdonadme, guerras lejanas, por traer flores a casa.
Perdonadme, heridas abiertas, por pincharme en el dedo.
Que me disculpen los que claman desde el abismo el disco
de un minué.
Que me disculpe la gente en las estaciones por el sueño
a las cinco de la mañana.
Perdóname, esperanza acosada, por reírme a veces.
Perdonadme, desiertos, por no correr con una cuchara de agua.
Y tú, gavilán, hace años el mismo, en esta misma jaula,
inmóvil mirando fijamente el mismo punto siempre,
absuélveme, aunque fueras un ave disecada.
Que me disculpe el árbol talado por las cuatro patas de la mesa.
Que me disculpen las grandes preguntas por las pequeñas
respuestas.
Verdad, no me prestes demasiada atención.
Solemnidad, sé magnánima conmigo.
Soporta, misterio de la existencia, que arranque hilos de tu cola.
No me acuses, alma, de poseerte pocas veces.
Que me perdone todo por no poder estar en todas partes.
Que me perdonen todos por no saber ser cada uno de ellos,
cada una de ellas.
Sé que mientras viva nada me justifica
porque yo misma me lo impido.
Habla, no me tomes a mal que tome prestadas palabras patéticas
y que me esfuerce después para que parezcan ligeras.

Versión de Abel Murcia

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Mil veces no sé

Cuando recibió el Premio Nobel, Wislawa Szymborska dijo que tenía dos palabras en altísima estima, esas palabras eran “no sé”. Y no sorprende: quien haya leído su obra ha encontrado irremisiblemente ligadas grandeza y humildad. Si Isaac Newton no hubiera dicho “no sé” la manzana no caía ante sus ojos, dijo en aquel discurso de 1996, y si su compatriota Marie Curie tampoco las hubiera pronunciado no habría pasado de ser una profesora de química.

En el gran salón de Estocolmo, esta poeta polaca nacida en 1923 en un incierto lugar de Polonia cercano a Poznan, se mostró como uno de esos maestros que, al estilo Juddu Krishnamurti, aparecen para señalar que sólo una mirada atenta y asombrada nos salva del agobio de la existencia. En “Nada dos veces”, un poema que rápidamente se volvió popular en su país, Wislawa dijo: “Nada sucede dos veces/ ni sucederá, y por eso/ sin experiencia nacemos/ sin rutina moriremos”. Estos mismos versos podrían ser considerados no sólo una filosofía de vida sino también un ars poética, posible definición de lo que para ella ha sido la poesía: un acto de descubrimiento y revelación, y jamás el gastado ejercicio de una técnica. En aquel discurso de recepción del Nobel, que Szymborska llamó “El poeta y el mundo”, interpeló al autor del Eclesiastés: “‘Nada nuevo bajo el sol’, dijiste. Pero si tú mismo naciste nuevo bajo el sol. Y tu poema también es nuevo bajo el sol porque nadie lo escribió antes que tú. Y nuevos bajo el sol son todos los lectores, porque quienes vivieron antes que tú está claro que no pudieron leerlo. Tampoco el ciprés bajo cuya sombra te sentaste crece aquí desde el principio de los tiempos”. Szymborska no se cansa de reivindicar, a lo largo de su obra, esta autonomía de los acontecimientos, esta independencia de cada instante en el tiempo, y al hacerlo trasluce su gran sentido de la libertad. Ningún fragmento, ningún ser, cae en la bolsa del mito y la generalidad, cada uno cobra su propia dimensión y pone en cuestión el papel que la cultura o la historia les ha hecho jugar. En el poema “La mujer de Lot”, del maravilloso libro El gran número, Szymborska enumera las mil razones por las cuales este personaje bíblico miró hacia atrás, pese a que Jehová le advirtiera que de hacerlo quedaría petrificada: “Miré atrás de pena por la fuente de plata –dice–, por descuido, mientras ataba la correa de mi sandalia. / Para no mirar más el cogote justo/ de mi esposo, Lot./ Por la súbita certeza de que, si yo muriera / él ni siquiera se habría detenido”. En los versos del poema “Fin y principio”, que da nombre a su libro publicado en 1993, Wislawa pone el ojo no en la guerra sino en el horror del día siguiente: “Después de cada guerra/ alguien tiene que limpiar./ No se van a ordenar solas las cosas,/ digo yo.// Alguien debe echar los escombros/ a la cuneta/ para que puedan pasar/ los carros llenos de cadáveres”. El inmediato después, ese post que la historia no contempla y que queda excluido de un imaginario colectivo siempre hechizado por las grandes escenas, es lo que Wislawa Szymborska ha sabido mirar. Y es a partir de este descentramiento de la percepción común que ella ha compuesto la mayoría de sus poemas. A su vez, este corrimiento perceptivo deja paso a la posibilidad de una realidad paralela como en el poema “Amor a primera vista”, en el que los amantes, antes de conocerse, han sido atravesados por los mismos hechos –ínfimos– del destino.

Versos altamente filosóficos, sí, pero desde su concepción la filosofía no es un alto estudio sino una capacidad que tiene cualquier persona capaz de experimentar asombro ante la existencia y hacerse preguntas. Su cara de anciana buena parece coincidir con el espíritu de sus versos justos, sabios, impecables. Haber escrito que las nubes no necesitan ser vistas para poder pasar o comenzar un poema diciendo “Morir, eso no se le hace a un gato”, son dos de las razones por las cuales quienes la hemos leído sentimos haber llegado a quererla.

Tenía 88 años. Murió mientras dormía, una noche en Cracovia.

Paula Jimenez

Articulo publicado en suplemento LAS12 del diario Página12 ( http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/las12/13-7057-2012-02-10.htmll )


miércoles, 15 de febrero de 2012

Ferreira Gullar



                    Y después de tanto
                    ¿qué importa un nombre?
Te cubro de flor, muchacha, y te doy todos los nombres del mundo:
                    te llamo aurora
                    te llamo agua
te descubro en las piedras de colores en las artistas de cine
                    en las apariciones del sueño.

                    -¡Y esta mujer tosiendo dentro de casa!
Como si no bastara el poco dinero, la lámpara débil, el perfume ordinario,
el amor escaso, las goteras en invierno.
Y las hormigas brotando por millones negras como vomitadas desde
adentro de la pared (como si eso fuera la esencia de la casa)
Y todos buscaban

                    en una sonrisa en un gesto
                    en las charlas de la esquina
                    en el coito en pie en la vereda oscura del Cuartel
                    en el adulterio
                    en el robo
                    el descifrado del enigma
                    -¿Qué hago entre cosas?
                    -¿De qué me defiendo?

                    *

                    El cuerpo. ¿Pero qué es el cuerpo?
                    Mi cuerpo hecho de carne y hueso.
                    Ese hueso que no veo, maxilares, costillas,
                    flexible armazón que me sustenta en el espacio
                    que no me deja desplomar como una bolsa
                    vacía
                    que guarda todas mis vísceras
                    funcionando
                    como retortas y tubos
                    haciendo la sangre que hace la carne y el pensamiento
                    y las palabras
                    y las mentiras
y los cariños más dulces más descarados
                    más sentidos
para estallar como una galaxia
                    de leche
                    al centro de tus muslos al fondo
                    de tu noche ávida
olores de ombligo y de vagina
                    graves olores indescifrables
                    como símbolos
                    del cuerpo
de tu cuerpo de mi cuerpo
cuerpo
que puede un sable rasgar
                    un añico de vidrio
                    una navaja
mi cuerpo lleno de sangre
                    que lo irriga como a un continente
                    o a un jardín
                    circulando por mis brazos
                    por mis dedos
                    mientras discuto camino
                    recuerdo rememoro
mi sangre hecha de gases que aspiro
                    de los cielos de la ciudad extranjera
                    con la ayuda de los plátanos
y que puede – por un descuido – escurrirse por mi pulso
                    abierto

Mi cuerpo
que acostado en la cama veo
como un objeto en el espacio
                    que mide 1,70 m.
                    y que soy yo: esa cosa
                    acostada
                    vientre piernas y pies
                    con cinco dedos cada uno (¿por qué
                    no seis?)
                    rodillas y tobillos
                    para moverse
                    sentarse
                    levantarse

mi cuerpo de 1,70 m. que es mi tamaño en el mundo
                    mi cuerpo hecho de agua
                    y ceniza
que me hace mirar Andrómeda, Sirius, Mercurio
                    y sentirme mezclado
a toda esa masa de hidrógeno y helio
                    que se desintegra y reintegra
                    sin que sepa para qué

                    Cuerpo mi cuerpo cuerpo
que tiene una nariz así una boca
                    dos ojos
                    y una cierta manera de sonreír
que mi madre identifica como de su hijo
                    que mi hijo identifica
                    como de su padre
cuerpo que si cesa de funcionar provoca
                    un grave acontecimiento en la familia:
                    sin él no hay José Ribamar Ferreira
                    no hay Ferreira Gullar
y muchas pequeñas cosas ocurridas en el planeta
estarán olvidadas para siempre.

fragmentos de Poema sucio, traducción Alfredo Fressia.

Ferreira Gullar es el nombre artístico de José Ribamar Ferreira (São Luís (Maranhão), 10 de septiembre de 1930), un poeta, dramaturgo, ensayista, cronista y crítico de arte brasileño. En 1959, fundó el grupo poético Neo-Concretes.

sábado, 11 de febrero de 2012

Antonin Artaud

El tiempo donde el hombre era un árbol

El tiempo donde el hombre era un árbol sin órganos ni función,
Pero de voluntad
Y árbol de voluntad que avanza
Volverá.
Ha sido y volverá.
Pues la gran mentira ha sido hacer del hombre un organismo
Ingestión, asimilación,
Incubación, excreción
Lo que existía creó todo un orden de funciones latentes
y que escapan
Al dominio de la voluntad
deliberadora
La voluntad que decide de sí a cada instante;
Pues era eso este árbol humano que avanza,
Una voluntad que decide de sí a cada instante,
Sin funciones ocultas, subyacentes, regidas por el inconsciente.
De lo que somos y de lo que queremos poco queda
ciertamente,
Un polvo ínfimo sobrenada,
Y el resto, Perre Loëb, qué es?
Un organismo para ingurgitar,
Pesado de carne,
Y que excreta
Y en cuyo campo
Como una irisación,
Lejana,
Un arco iris de reconciliación con
Dios,
Sobrenadan,
Nadan,
Los átomos perdidos,
Las ideas,
Accidentes y azares en el conjunto de todo un cuerpo
Qué fue Baudelaire,
Qué fueron Edgar Poe, Nietzsche, Gérard de Nerval?
Cuerpos
Que comieron,
Digirieron,
Durmieron,
Roncaron una vez por noche,
Cagaron
Entre 25 y 30.000 veces,
Y frente a 30 o 40.000 comidas,
40 mil sueños,
40 mil ronquidos,
40 (mil) bocas amargas y agrias al despertar
Tienen que presentar unos 50 poemas,
Verdaderamente no basta
Y el equilibrio entre la producción mágica y la producción automática está muy lejos de ser mantenido.
Está absolutamente roto
Pero la realidad humana, Pierre Loëb no es eso
Somos 50 poemas,
El resto no somos nosotros sino la nada que nos reviste,
Se ríe de nosotros primero,
Vive de nosotros después.
Ahora bien, esta nada no es nada,
No es algo,
Es algunos.
Digo algunos hombres.
Bestias sin voluntad ni pensamiento propio
Es decir sin dolor propio,
Sin la acepción en ellos de la voluntad de un dolor propio
Y que no han encontrado otro medio de vivir
Que falsificar la humanidad.
Y del árbol cuerpo,
Pero voluntad pura que éramos,
Han hecho este alambique de mierda
Este tonel de destilación fecal,
Causa de peste,
Y de todas las enfermedades,
Y de este lado de debilidad híbrida,
De tara congénita,
Que caracteriza al hombre nato.
Antes, el hombre era virulento,
No era más que nervios eléctricos
Llamas de un fósforo perpetuamente encendido,
Pero eso ha pasado en la fábula,
Porque los animales han nacido en ella,
Los animales,
Esas deficiencias de un magnetismo innato,
Ese hoyo hueco entre los fuelles poderosos,
Que no eran,
Eran nada
Y se volvieron algo
Y la vida mágica del hombre ha caído,
El hombre ha caído de su roca imantada,
Y la inspiración que era el fondo
Se ha transformado en el ojo, el accidente,
La singularidad,
La excelencia,
Excelencia tal vez
Pero frente a tal montón de horrores
Que más valdría no haber nacido nunca jamás.
No era el estado edénico,
Era el estado maniobra,
Obrero,
El trabajo sin rebordes, sin pérdidas,
En una inenarrable singularidad,
Por qué ese estado no se ha conservado?
Por las razones por las cuales
El organismo animal hecho por y para animales,
Que desde siglos ha continuado
Va a estallar,
Exactamente por las mismas razones.
Más ineluctables éstas que aquellas
Más ineluctable el salto del organismo de las bestias
Que el del trabajo único
En el esfuerzo de la única y muy hallable voluntad.
Porque en realidad el hombre árbol,
El hombre sin función ni órganos que justifiquen su humanidad
Ese hombre ha continuado
Bajo el revestimiento de lo ilusorio del otro
El revestimiento ilusorio del otro,
Ha continuado en su voluntad,
Pero escondida,
Sin compromisos ni contactos con el otro.
Y lo que ha caído es aquello que ha querido rodearlo e imitarlo.
Y luego
De un gran golpe,
De bomba,
Revelará su inanidad.
Porque una criba debía crearse entre el primero de los hombres.
Pero los otros, árboles y los otros, ha sido necesario el tiempo, siglos de tiempo para que
Los hombres que han comenzado ganando sus cuerpos,
Como el que no ha comenzado y no ha cesado de ganar su cuerpo,
Pero en la nada
Y no había nadie
Y no había conmigo
Entonces?
Entonces.
Entonces las deficiencias han nacido entre el hombre y el ávido trabajo de bloquear también la nada.
Pronto ese trabajo será terminado.
Y será preciso que el caparazón ceda.
El caparazón del mundo presente.
Construido sobre las mutilaciones digestivas de un cuerpo que diez mil guerras descuartizaron,
Y el mal,
Y la enfermedad
Y la miseria,
Y la escasez de alimentos, objetivos y sustancias de primera necesidad.
Los mantenedores del orden del beneficio,
De las instituciones sociales y burguesas
Que jamás han trabajado,
Pero han amontonado grano sobre grano desde millones de años el bien robado,
Y lo mantienen en ciertas cavernas de fuerzas
Defendido por toda la humanidad
Exceptuando sólo algunos
Van a verse constreñidos a restituir sus energías
Y por eso a combatir y no podrán no combatir.
Pues su cremación eterna está al término de la guerra,
Aquélla, apocalíptica que viene
Por eso creo que el conflicto entre América y Rusia
Sigue multiplicado por las bombas atómicas,
Es poca cosa frente al otro conflicto
Que va
De un sólo golpe
a estallar
Entre los mantenedores de una humanidad digestiva
Por una parte,
Por la otra
Con el hombre de voluntad pura y sus muy raros adeptos y seguidores
Pero que tienen la fuerza
sempiterna
para ellos.

Antonin Artaud

Traducción: Alejandra Pizarnik


A Luis Alberto Spinetta, hombre de voluntad pura

domingo, 5 de febrero de 2012

Antoine de Saint-Exupéry


A LEON WERTH.

Pido perdón a los niños por haber dedicado este libro a una persona grande. Tengo una seria excusa: esta persona grande es el mejor amigo que tengo en el mundo. Tengo otra excusa: esta persona grande puede comprender todo; hasta los libros para niños. Tengo una tercera excusa: esta persona grande vive en Francia, donde tiene hambre y frío. Tiene verdadera necesidad de consuelo. Si todas estas excusas no fueran suficientes, quiero dedicar este libro al niño que esta persona grande fue en otro tiempo. Todas las personas grandes han sido niños antes. (Pero pocos lo recuerdan). Corrijo, pues, mi dedicatoria:

A LEON WERTH
CUANDO ERA NIÑO

Dedicatoria del libro EL PRINCIPITO, de Antoine de Saint-Exupéry