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lunes, 19 de marzo de 2012

APUNTES SOBRE “EL OIDO DEL POEMA – WALTER CASSARA”













1. EL JUEGO

Walter Cassara no escribió un libro de ensayos. Tampoco se trata de un crítico literario. Walter Cassara es un poeta que juega con palabras, y como tal intenta responderse la misma pregunta que se hacen todos los poetas: ¿Qué es la poesía?

Pretender una lectura lineal de El oído del poema (Walter Cassara, Editorial Bajo la Luna, 2011) sería reducir el libro a un simple ensayo, una crítica literaria, sería despreciar lo que Walter nos propone, un juego donde la crítica, el ensayo, son también una forma de decir poesía.

Y pretender que un aprendiz de poeta cómo quien esto escribe, tan sólo lea un libro de principio a fin, sería no entender que un poeta es siempre alguien que juega, es el niño que todos conservamos dentro nuestro.

La intención de este texto es rescatar algunas ideas del libro, porque la poesía se construye de palabras, ritmo, sonido, misterio, pero también de ideas, ya que la poesía nunca deja de ser una forma de mirar el mundo, la mirada de hombres que piensan.

Walter comienza el libro reflexionando sobre la relación entre crítica y poesía, para así repetir la misma pregunta que se hace Mario Luzi: “¿La simplicidad y la naturaleza de la poesía eximen al poeta de toda justificación?” ... a lo que Walter responde:

Claro está que la respuesta debería ser un rotundo no, ya que simplicidad y naturalidad son dos virtudes que hoy por hoy nadie conquista sin un arduo ejercicio de depuración emocional en el diván, frente a la página en blanco o en el trato diario con el mundo (...) la función del poeta –si es que todavía le corresponde alguna- debería consistir en ayudarnos a llevar esa carga; hacer que el lenguaje sea, por un instante al menos, no el tiempo condenado o muerto de una clausura formal, sino el de una comunicación efectiva.


2. EL RUSO

Walter tiene una mirada rusa del mundo, es alguien que ha nacido en el siglo XX, en plena guerra fría. Y si bien no me lo imagino cual agente 86 en oficinas de KAOS o KONTROL, sí me lo imagino como cualquier poeta ruso, un poco al costado, escribiendo en esa lengua que ha sido desde siempre escribir contra la censura o la persecución política (...) o como Anna Ajmatova dijo alguna vez, que ningún país se tomaba tan en serio la poesía, ya que uno podía morir por dedicarse a ella.

Walter tiene una mirada rusa del mundo, porque como todo poeta entiende que el ojo con que se elige mirar el mundo es también una elección política. Por eso es capaz de interpretar y comprender la poesía rusa, donde cada uno de sus protagonistas tuvo que ser un vidente, un loco o un sonámbulo. Y por eso rescata a la poesía de Joseph Brodsky como poesía política, en el mejor sentido que puede tener esta noción tan discutida y vapuleada (...) poesía que no necesita recurrir a ninguna de las astucias demagógicas que manipulan los autores “comprometidos” (...) De cualquier manera, tratándose de un escritor ruso, la expresión poesía política suena poco menos que a un insulto o a una broma. (...) El propio Brodsky dijo alguna vez que entre esas dos palabras, salvo por la letra pe inicial, no había nada en común.

Pero si lo que importa es la mirada, ¿por qué el libro se llama “El oído del poema”?. Bueno, como decía el Don Juan de Castaneda, los poetas suelen ser personas que entienden que ver no es un asunto simplemente de los ojos. Walter nos recuerda también a Henri Michaux, para quien “lo fantástico es todo aquello que existe y es absolutamente natural, pero... que no conviene”.

Reflexionando alrededor de la obra de Henri Michaux, Walter se pregunta: ¿Qué impide que de repente, una mañana, al levantarnos de la cama, no se haga trizas la imagen en el espejo? (...) Si el encantamiento no se rompe es porque el understanding opera todo el tiempo como un tamiz de disturbios fantásticos, corrigiendo los flujos caóticos y filtrando los impulsos agresivos que, de otro modo, llenarían de grumos o agujeros negros nuestra percepción de lo real. (...) Precisamente la poesía empieza allí donde se rompe dicho tamiz y se abre un abismo entre lo acreditado y lo no acreditado por la conciencia, porque: “¿qué hay en una palabra que no pueda transformarse en cuchillo? Y después ¿cómo no tomarlo, cómo detenerlo?” (...) El poeta se nos revela cómo aquel que puede ver más allá del mundo ordinario, aunque siempre accidental u oblicuamente.

Seguimos sin entender qué es la poesía, pero al menos Walter nos está ayudando a interpretar quienes son esos tipos raros que se ponen a escribir cómo si estuvieran poseídos por una fuerza endemoniada.

Y más raros aún que los poetas son los traductores de poesía, o al menos esos traductores capaces de producir textos que cuando se confrontan con el original, el lector verifica la misma distancia que hay entre un borracho que da en el blanco y otro que se propone encarnar la alocución más inspirada de su vida; uno que sabe lo que dice y otro que sobreactúa su curda en la fría sobriedad de las diez de la mañana.

La traducción literaria, su finalidad última –según las ideas consagradas por Walter Benjamín- consiste en dar con una forma que pueda injertarse y despertar en la lengua receptora “un eco del texto original”.


3. LOS POEMAS

Leyendo el libro, uno va incorporando ideas alrededor de los poetas, los traductores, la poesía, pero Walter no se olvida de los poemas, la materia prima que justifica todo lo demás:

“Verde verderol/ endulza la puesta del sol./ Palacio del encanto/ el pinar tardío,/ arrulla con llanto/ la huida del río./ Allí el nido umbrío/ tiene el verderol:/ Verde verderol,/ endulza la puesta del sol” (Juan Ramón Jiménez)

Más allá de lo que pueda significar la palabra “verderol”, es interesante cómo Walter recuerda estos versos que le recitaba su abuela, en un barrio del conurbano bonaerense donde las mujeres mostraban un ingenio verbal y (¿por qué no decirlo?) un alto grado de honestidad filosófica que las conversaciones masculinas –por lo general estancadas en tres o cuatro tópicos obligatorios- retaceaban en pos de un sentido común.

A propósito de los versos de Juan Ramón, Walter ensaya una peculiar reflexión:

¿Dónde empieza y donde termina un poema? ¿Cuánto puede durar en la memoria de un hombre? ¿Cómo llegaron aquellas líneas, escritas en tan prístino español, a alojarse en la cabeza de mi abuela –descendiente de una familia de napolitanos-, y luego pasaron a anidar a otra cabeza –la mía- ya invadida totalmente por televisores Hitachi, pantalones nevados, la música de Michael Jackson y los videogames?

(..) Quizás un poema, más allá de su última línea impuesta, no tiene –no puede tener- conceptualmente un final; a lo mejor, tan sólo se termina, del mismo modo que un camino puede desembocar de pronto en un barranco. Entonces, en lugar del final de un poema, acaso sería mejor hablar de una caída o de un fading de la voz, una distensión en el ritmo de las frases, un descenso enunciativo que al llegar al borde del último verso, debería idealmente hacernos retroceder y devolvernos al comienzo. (..) porque hemos sido llevados de las narices hasta allí por la misma fuerza cohesiva del ritmo, y porque dicha fuerza está perfectamente equilibrada, de manera que en ninguna parte resulta más débil o más fuerte de lo que debería ser.

Si algo falla en ese delicado mecanismo, si alguna línea o palabra cae por fuera del campo magnético, el oído es el primero en advertirlo y reencauzarlo intuitivamente, ya que bien pensado, en poesía, mucho más que de escribir, se trata de escuchar. Y es sólo el oído quien dicta el tono, la longitud exacta, la dirección semántica y, por lo tanto, también el final del texto.

Detengámonos en esa idea de “fuerza cohesiva del ritmo”, o dicho de otra forma, la singular diferencia entre los poemas-canción y los poemas-poemas, porque en las canciones es la música la que actúa como “fuerza cohesiva”. En cambio, los poemas están a la intemperie, no tienen más alternativa que refugiarse en las propias palabras.

Walter adhiere también a la teoría de Valéry que dice que “un poema no existe más que en el momento de su dicción”, y sólo puede ser aprehendido plenamente cuando está “en acto”, y tal como reflexiona Valery, la clave no está en pensar el poema en los términos estrictos de la danza, sino en los de un “andar en cadencia”, un movimiento coordinado del cuerpo y el intelecto, un trajinar entre el sonido y el sentido cuyo corolario inmediato puede llevar o no a la escritura, pero cuya finalidad última es “crear un estado, un tiempo y una medida del tiempo que no pueda distinguirse de su forma de duración”.


4. LOS POETAS

Podría decirse que a lo largo del libro, Walter disecciona la poética de diversos autores, tan sólo como excusa para hablar de poesía, poetas, poemas.

Refiriéndose a la poética de Nicolás Godino, Walter retoma ideas del filósofo Ludwig Wittgenstein, para decir que el poema muestra aquí un estado de cosas (un conjunto de hechos y relaciones eventuales) sobre el trasfondo de una verdad última e inexpresable; muestra lo que en su impotencia la palabra ya no puede nombrar.

A Walter le sorprende cierto poema de Godino donde a primera vista no hay en estos versos una sola expresión que no remita a un estado de cosas que no sea abstracto. (...) En todo caso, su eficacia poética no radica en los pormenores de la imagen o en la articulación rítmica, sino en el devenir de las combinaciones sintácticas.

Otra poética diseccionada, quizá antagónica a la de Godino, es la del entrañable Jorge Leónidas Escudero, donde se puede advertir un original proceso de hibridación entre oralidad y escritura.

Al analizar la obra de Escudero, Walter pone el foco en la mencionada relación entre oralidad y escritura: con frecuencia, en la oralidad, suele ocurrir que las palabras no se amoldan a las normas del registro escrito y cambian su fisonomía habitual mediante la variación o distorsión de algunos sonidos. Así, hay gente que pronuncia –y consecuentemente escribe- “muncipalidad” por municipalidad, “espontanio” por espontáneo o “veniste” por viniste. En estos casos, lo que el hablante seguramente no advierte es que, al permutar y alterar los caracteres en el armazón convencional de las palabras, está operando con recursos que son esenciales a la función poética.

En la obra de Escudero, la oralidad no es –como ocurre muchas veces en el llamado coloquialismo- un artefacto libresco, sino la materia prima que organiza y da vida al poema. (...) Porque es obvio: lo oral, a diferencia de lo escrito, no tiene un bastidor en el que montarse; es puro movimiento, pura dispersión auditiva en los agujeros del espacio-tiempo.

Aunque intente camuflarse en otra cosa, el poeta es siempre esa oreja poseída que atesora las voces de la intemperie: un mero accidente acústico, una pausa en el silencio eterno, anterior o posterior a las normas estipuladas por la gramática.

Sin intención de contrariar ninguna norma de lectura, amigos lectores, les pido por favor que relean el párrafo anterior, presten especial atención a esa idea cassariana de “oreja poseída”.

Es probable que sigamos sin entender qué es la poesía, o quienes son los poetas, pero en esa idea de “oreja poseída”, se cifra una clave no poco significativa sobre el porqué de este libro, o el porqué de este texto.

“Muchoj escribidore se dan güelta el celebro/ y como a bolsillo vacío naa les cae.// hacen nido en el libro como pavos riales,/ ponen güevadas/ y sacan crías pal olvido. ¡La pucha!/ se creen bonitos y andan moniando al puro cuesco”.(Jorge Leónidas Escudero)

En cierto sentido, Escudero retoma las cartas al joven poeta de Rilke, eso de que si se puede vivir sin escribir, mejor no escribir. Y si no queda otra que escribir, entonces a trabajar las palabras, no sea cosa de poner güevadas.

Escudero nos dice: “Mi escritura en los versos tiende a representar la palabra hablada, ella porque me las oigo decir y las digo, se me pegan en el oído pero no siempre”... A lo que Walter, con su oreja poseída, pone el énfasis en la enigmática advertencia “pero no siempre”, pues Escudero nos está diciendo que su poesía está hecha de un lenguaje a medias oído y a medias leído, que conjuga elementos naturales y artificiales en igual medida.

Podría decirse que a las cartas de Rilke se le podría agregar el consejo de que si no queda otra que escribir, entonces a escribir, que por ahí se da el milagro de que las musas se aparezcan, y como ha pasado con la poesía de Escudero, donde el silencio cuenta y canta tanto o más que las palabras (...) donde no sólo la entonación de la voz, sino cada palabra en sí misma parece haberse fusionado con el paisaje... por ahí se da el milagro, sólo por ahí.


5. LA BELLEZA

Walter insiste en reflexionar sobre la dimensión política de la poesía, y retoma la pregunta de Hölderlin: “¿Para qué poetas en tiempos de pobreza?”. Le responde analizando la poesía de Diana Bellessi, quien plantea una solución mesiánica, en el sentido que Walter Benjamín confiere a esta palabra: dar un “salto de tigre” sobre la balanza de la historia para forzar su aguja hacia un tiempo pletórico, (...) ya que la escritura de Bellessi mantiene una inclaudicable energía política que, sin renegar de ninguna de sus premisas ideológicas, ha tomado partido por las verdades más desvalidas del corazón.

“pienso/ en aquel instante/ donde todo el paraíso fue/ creado de un mismo soplo y luego/ hicimos la diferencia/ para que la rueda girara/ y floreciera la belleza”. (Diana Bellessi).

NOTA: Cualquier semejanza entre las palabras Bellessi y Belleza es pura coincidencia.

Probablemente, Walter nunca haya leído a Humberto Costantini, y si lo lee, me temo que le resulte indiferente, pero Costantini, militante de izquierdas, exiliado político en los ’70, no sólo rescata a la poesía en su dimensión política, sino que va más allá, plantea que los verdaderos temas de la política son los mismos que en la poesía. O como diría Rosa Luxemburgo, el ideal de “un orden social, donde nos sea dado, amar a todo el mundo”.

“¿Y si sí? / ¿Si entre tanto Lenin / coyuntura / y organismo de base / y compañero / se nos está infiltrando la ternura / como un disimulado agente de la CIA?” (Humberto Costantini)

Porque como bien lo saben Walter, Humberto Costantini, o Diana Bellessi, en el lugar donde va a florecer la belleza, la ternura tendrá más fuerza que cualquier disimulado agente de KAOS o KONTROL.


6. EL MISTERIO

Leyéndolo a Walter, es posible entender que hay tantas poéticas como poetas, no hay sólo una forma de decir poesía. Godino, Escudero, Bellessi, pero también Aldo Oliva (ningún poeta más consciente de la luz, y sin embargo más alejado de ella).

El poeta, pese a trabajar con la luz, la oscuridad, no es un físico, aunque en algo se le parece: la poesía opera con el mismo rigor y cuidado que la ciencia, no sólo por los paradigmas y las herramientas de los que dispone, sino por su relación conflictiva con la verdad y sus simulacra o falsas representaciones: los conceptos (...) el poeta descree tanto de las apariencias como el físico o el filósofo.

Y siguiendo con los consejos a lo Rilke, es sorprendente cómo la crítica, para explicar la evolución de la literatura, se maneja con clasificaciones tan básicas como generaciones, épocas o escuelas (...) Que Z o D hayan nacido en tal o cual año es un dato estadístico (...) nadie ha visto nunca una generación (...) y aunque parezca la broma colosal de algún esnob traspapelado en el tiempo, lo más representativo, lo mejor de una época nunca se manifiesta en simultaneo con el presente, sino que llega en tiempo diferido, con algún retraso o adelanto cronométrico.

El poeta, si en verdad aspira a completarse en la rumia de su propia canción, debe necesariamente terminar con la placenta que lo sujeta a una época y a un radio predeterminado, y aprender a respirar por si mismo; debe quedarse solo con su loco deseo de decir y de durar en el lenguaje.

Aún sin entender qué es la poesía, en ese “loco deseo de decir” puede comprenderse porqué una persona se sienta a escribir, o porqué Rilke se pone a dar consejos, que bien pueden complementarse en el siglo XXI con estas ideas cassarianas:

Por suerte para las jóvenes generaciones, la poesía ya no tiene que cumplir con la fastidiosa exigencia de ser moderna. (...) Eximida de la vaga y onerosa carga de las épocas, la poesía puede hoy volver a caminar sin demasiada culpa por los jardines reconquistados de su infancia. Puede, por fin, si quiere, abocarse otra vez al misterio de su música.


7. LA MÚSICA

¿ Será así? ¿Será acaso la poesía simplemente una forma más de la música, el canto?

Quizás todo el misterio de la poesía radique en cómo se traslada a la página la textura de una voz (...) En la voz, en la granulosidad y en su semilla, está contenida toda la persona –su edad y su historia-, como en los anillos que cifran el período de vida de un árbol. (...) No se trata de lo que decimos, sino cómo lo decimos. (...) El verso es un registro próximo al habla, o en todo caso un modo de articulación entre el habla y el canto.

Esa particular forma del canto que la oreja poseída de Walter detecta en la poesía de Osvaldo Bossi, es la que permite preguntarse si acaso el acto de escribir no es también arriesgarse a un sueño que luego nos será sustraído.

O dicho de otro modo, el acto de escribir como un mecanismo más de confrontarse con la noche, confrontarse con el silencio, confrontarse con esa orilla donde toda realidad se disuelve, para así confesar que existe algo contra lo cual nada podemos hacer. Y de allí, precisamente de esa impotencia, surge el poema, surge el poder y la fuerza, surge lo mejor y lo peor del hombre.

Ya fue dicho, Walter Cassara escribió un libro para intentar responderse qué es la poesía. Por supuesto, como cualquier poeta que se hace esta pregunta, no obtuvo ninguna respuesta.

Andrés Lewin

viernes, 25 de noviembre de 2011

Walter Cassara - El oído del poema


El siguiente es un texto leído por Lucas Soares en la presentación del líbro de ensayos EL OIDO DEL POEMA (Editorial Bajo La Luna), de Walter Cassara.


La oreja poseída de Cassara

LA EDAD DE LA CRÍTICA. Hubo un momento en la vida de Walter Cassara en el que tuvo que vérselas con el discurso crítico. Estimo que fue en su madurez, porque ésa es la edad de la crítica. Quizá su elección tuvo que ver con la herencia del oído prodigioso que su abuela tenía para la poesía; o quizá con la progresiva autoconsciencia de que es más dificil saber leer que escribir. Es claro que la poesía y el discurso crítico comprometen un saber oír y una inventiva verbal diferentes. Pero en Cassara el oído del poema y el oído de la crítica convergen para dar lugar a un oído común, porque en el fondo tanto el discurso crítico como el poético buscan, cada uno a su manera, mostrar lo que ocultan. El oído del poema parece escrito por un poeta del Siglo de Oro español, para el cual leer y oír son palabras que significan casi lo mismo; o para el que se trata de aplicar en la crítica el oír y decir propios de la poesía.

HOLZWEGE. Uno podría discutir el canon elegido por Cassara en este libro, pero sus intervenciones críticas tienen la virtud de hacernos olvidar al poeta examinado, como si el canon no fuera otra cosa que el pretexto para hablar de poesía y justificar el viaje imaginario que dispara una poética. No hay un criterio para ese canon, o si lo hay, diría que está dictado por un nietzscheano actuar inactual: contra la época y por lo tanto sobre la época. Desde el momento en que en la “Nota preliminar” el autor confiesa que el libro se halla lejos de brindar un conjunto homogéneo y sistemático de lecturas; desde el momento en que prescinde de un aparato de saber y de grandes presupuestos teóricos, se entiende que la virtud de su discurso crítico pasa por una autopsia poética que no persigue un diagnóstico epocal, sino más bien parábolas de lectura que, a la manera del Holzwege heideggeriano, se pierden en el bosque sin dar nunca con el claro. Aquí la crítica es tránsito, trance del oído. Lo que en verdad cuenta en la prosa crítica de Cassara es, como apunta al referirse a la poética de Escudero, la ardiente búsqueda, “el sondeo en los pedregales del poema, entre sus grietas y sus callosos silencios tectónicos”. Porque al igual que el poema -y más allá de su última línea impuesta-, la crítica no puede tener conceptualmente un final. Es un camino que desemboca de golpe en un barranco, haciéndonos allí conscientes de la importancia y al mismo tiempo impotencia del recorrido crítico. Con esto quiero
decir que no vamos a encontrar en ninguno de los artículos que componen este ensayo párrafos conclusivos, ninguna ‘postura verdadera’, sino –para decirlo en términos musicales- prolongaciones de lectura. Si hay algo a lo que Cassara rehuye a lo largo del libro es a hacer de la crítica un precepto de lectura, fijo y estático. Si evalúa, lo hace desde la apropiación, y a fin de ver qué es lo que puede pensarse a partir de una poética. Digamos que lo que pone en práctica es un programa contrario al de la crítica ideológica y socializante: no persigue intención didáctica y divulgativa alguna; es políticamente incorrecta; incurre en hipótesis desmesuradas y en omisiones deliberadas; y seguramente se va a granjear adversarios. Por más que diga que lo guía un afán hedonista, la polémica está en las venas de este escrito, porque es, como Mnemósine, la madre de las Musas, una crítica de personalidad fuerte.

EL CRÍTICO OMINOSO. Cassara ejercita su oficio con la paciencia artesanal y el preciosismo de un orfebre. Dice al abrir uno de los artículos: “Quizás todo el misterio de la poesía radique en cómo se traslada a la página la textura de una voz”. Este pasaje define en pocas palabras la matriz que recorre sus intervenciones críticas: trasladar a la página las texturas de un conjunto de voces poéticas. El fino instrumental con el que Cassara encara sus autopsias poéticas compromete un lenguaje depurado, donde se advierte la meditación de cada adjetivo. No se trata de la crítica literaria estandarizada de los suplementos culturales, por lo general endogámica, complaciente y autorreferencial, aquella que se olvida a medida que uno la va leyendo, sino de una crítica escrita al dictado de un hedonismo que, al tiempo que trasluce el goce extático del crítico en el acto de ejercer su oficio, enciende trasitivamente el mismo goce en el lector. Es una crítica ominosa, que ejerce al mismo tiempo atracción y repulsión; que no se encandila ni establece una relación mimética con el objeto; que rompe en la elección de su canon con la placenta que lo amarra a su época y al conjunto de saberes que tal época supone; y que prefiere aprender a respirar por su cuenta, “con su loco deseo de decir y de durar en el lenguaje”.

EL ANDAR EN CADENCIA. Creo que la pregunta de fondo que organiza el discurso crítico en poesía es la siguiente: ¿Dónde empieza y dónde termina un poema? En torno a este interrogante orbita el oficio del crítico. Como un detector de metales, Cassara escucha con el radar ultrasensible de su oreja poseída las virtudes, cadencias y vicios del mecanismo poético, preparando nuestros pabellones auditivos para la captación de los entrelíneas de una poética. El oido del poema es en este sentido un libro que dialoga bien con “El crítico como artista”, aquel ensayo en el que Wilde sostiene que la crítica es un arte creativo en sí mismo, capaz de inventar nuevas formas: “Para el crítico, la obra de arte es tan sólo una inspiración para su propia obra, que no ha de guardar, necesariamente, una obvia semejanza con el objeto de su crítica”. Como en Wilde, aquí la crítica no explica sino que más bien profundiza el misterio de su objeto. Si tuviera que describir con una imagen la operación crítica de Cassara diría que lo que hace en cada uno de los artículos es tirar una piedra al lago para transcribir los círculos concéntricos de lectura que se forman en torno a las poéticas examinadas.

EL MALENTENDIDO. Si poetizar es renombrarlo todo de nuevo, la operación crítica consistiría en un renombrar del renombrar. Pero un renombrar que no suplanta sino que más bien oye, delimita y orienta las prolongaciones de una voz poética; su “andar en cadencia”, para decirlo en palabras de Valéry. El oficio de la crítica para Cassara pasa por la proyección del “censor interno” del que habla Auden al censor externo. En eso consiste la crítica. En la glosa oblicua, accidental e infructuosa de ese malentendido que es el poema. La crítica como la autopsia del malentendido. Partiendo del supuesto de que el poema “no puede leerse si no es en relación con todos los poemas que se escribieron antes y con aquéllos que todavía no fueron escritos”, El oído del poema se ocupa del trazado de las genealogías y descendencias que surcan una poética. Pero su autor en el fondo sabe que la crítica, al igual que la filosofía, siempre llega tarde. Aquellas palabras de Hegel resuenan a lo largo del ensayo: “Cuando la filosofía [léase: la crítica] pinta con sus tonos grises, ya ha envejecido una figura de la vida que sus penumbras no pueden rejuvenecer, sino sólo conocer”. Cada artículo crítico es como una polaroid que graba en la mente del lector una constelación aurática, melancólica e imborrable.

EL CRÍTICO RUSO. La fortaleza de la crítica reside en su sino trágico. Y en un punto Cassara hace crítica a la manera de un poeta ruso, atormentado y presionado por el estado de la crítica de su época; tratando de sortear todo el tiempo los obstáculos que imponen clasificaciones tales como “generación literaria”, “época” o “escuela”. Diría que trabaja como Brodsky: con un pico y un tamiz, escarbando entre los escombros, como quien intenta reconstruir los cimientos de la civilización perdida sobre la que se erige una poética; escribiendo al margen de los preceptos que marca la crítica actual; y deconstruyendo las supuestas estéticas hegemónicas de la época. Insisto: Cassara hace crítica como si fuera un poeta ruso. Se vale, como la poesía de Brodsky, de un lenguaje que no teme decir su nombre y al que no le tiembla el pulso; que nunca encubre su extrañeza ante el objeto ni intenta destacar su singularidad mediante una tecnología de lectura. Como un poeta ruso, sabe que la elegancia del discurso crítico debe ir asociada a alguna clase de incomodidad.

EL LIBRO DE LOS PASAJES. Hay una señal recurrente en la prosa crítica de Cassara. En cada uno de los artículos del libro resalta siempre como una gema un pasaje que condensa en pocas líneas el centro gravitatorio de la poética examinada. Algunos ejemplos de lo que digo. En “Expreso transiberiano” -quizá el mejor artículo del libro-, leemos en relación a Brodsky: “Y sabe además que lo que llamamos “yo” es tan solo a part of speech, vale decir: no el producto lineal de una cadena de acontecimientos, sino el satélite de un verbo, la curvatura de un adjetivo, la liquidez de una vocal; el trayecto siempre aleatorio y único de una mente moviéndose en el espacio y el tiempo, como un dado sacudido en el cubilete del lenguaje”. En el artículo sobre la Obra completa de Viel Temperley, apunta: “La aventura mística de este poeta puede compendiarse en un catecismo vitalista cuyos sacramentos se pronuncian con los pectorales inflamados, en la ducha caliente de un vestuario, o a cielo abierto, bajo la luz hipnótica de un sol de noche”. Y el último, en “Situación de la nueva poesía argentina”, donde se refiere al “lindismo” como rasgo distintivo de la poesía de los noventa: “¿No es en verdad la palabra lindo la que mejor define a los noventa? Abusamos tanto de ella que ahora nos provoca reacciones alérgicas, pero en esa época tenía mil declinaciones y valía para subrayar muchas cosas distintas, porque lindo, al fin y al cabo, es un término neutro, no califica estética o moralmente a la cosa; no es exactamente bello, ni bueno ni malo: lindo es lindo, nada más que eso, una tautología, un fantasma que puede encarnar en cualquier objeto y trasuntar las emociones más disímiles y contradictorias”. Si recortáramos estos pasajes de cada uno de los artículos se podría hacer un libro de proposiciones críticas numeradas, al estilo del Tractatus de Wittgenstein o del Libro de los pasajes de Walter Benjamin. Hasta me animaría a decir que todo lo que precede y sigue a este tipo de pasajes que Cassara intercala bajo el influjo de su oreja poseída es tan sólo el mar que rodea el archipiélago de esas gemas.

LA INTEMPERIE. La figura de la intemperie retorna una y otra vez en el ensayo para referirse al trabajo del poeta, pero en el fondo es aplicable al trabajo del crítico: porque éste, al igual que aquél, también opera a la intemperie, “a mar abierto, con el peligro de un naufragio siempre inminente”, fuera del cobijo de alguna estética hegemónica. El oído fenomenológico de Cassara capta las colocaciones y rompimientos de la ola poética; las huellas que el poeta deja como un patinador sobre la pista de hielo del lenguaje. Cada artículo es una auscultación de las voces que habitan en la intemperie del poema. Así es como pasado por el tamiz de su discurso crítico el poema “deviene un extraño artefacto de aceleración metafórica continua (…), provocando un sentimiento que es angustioso e hipnótico a la vez, un sentimiento de epifanía y desorden, de comunión y disgregación, de afinidad con todo y con nada”. ¿Hay palabras más justas para definir la finalidad que persigue la crítica poética?

LA BANDA SONORA. Al igual que Auden, Cassara cree que todos los pleitos locales de una literatura no son más que la banda sonora que acompaña una época. El oído del poema puede ser leído como la banda sonora que acompaña a un conjunto de poéticas cuyo rasgo distintivo –y aquí estriba la originalidad disruptiva del ensayo- es que no tienen casi nada en común. Hay en el libro una frase brillante de Pascal Quignard que vertebra todos los artículos: “La oreja poseída que transmite a la boca que repite es un cuerpo a cuerpo verbal con el más allá de la lengua, o con lo otro de la lengua o con la totalidad de los lenguajes que han precedido a la lengua”. De eso se trata El oído del poema: de un cuerpo a cuerpo verbal con el más allá de la lengua del poeta, y con la totalidad de los lenguajes que la precedieron. La canción crítica que entona Cassara a lo largo de este ensayo supone “la nota más cristalina sin revelarnos del todo el secreto; sin demasiada fanfarria pero también sin excesivo hermetismo, casi como un pájaro que se comunica con otro en la oscuridad de los árboles”. Raro escuchar musicalidad en la prosa crítica que se hace actualmente en la Argentina. Pero aquí la hay.

WALTER CASSARA, ALIAS “JERINGA”. Lo que se experimenta al terminar El oído del poema es similar al asombro que su autor sintió al leer en una librería de viejo la contratapa de una antología del soneto lunfardo, escrita por un tal Jorge Montes, alias “Jeringa”: “Si usted la patea por nuestro país, sea argentino o no, ama a Buenos Aires y lleva los colores albicelestes cuartéandole el cuore, debe leer este libro. Además de no encontrar ningún otro más piola, dispondrá de una de las obras más auténticas que en materia de cultura crítica, agregaría yo] netamente porteña ha producido nuestro país. Lo único lamentable, literariamente hablando, es la escasez de orfebres dedicados a este ejercicio artesanal”.

Lucas Soares

sábado, 22 de octubre de 2011

Bueno Zaire, Sábado 29 de octubre, 23:30 hs


Bueno Zaire
en Ratonera Cultural: Corrientes 5552 esq Serrano

Sábado 29 de Octubre 23:30 hs PUNTUAL



Leen:

Facundo Ruiz

Martín Vázquez Grillé

Tom Maver

Walter Cassara



Música:

Jam Session de Jazz


Entrada $10, los y las esperamos

viernes, 23 de septiembre de 2011

Nostalgia (Walter Cassara)

A continuación, trascribimos el texto leído por Tom Maver en oportunidad de la presentación del libro "Nostalgia y Otros Poemas", del poeta Walter Cassara:

Quince años de poesía en un libro. Yo, con apenas veinticinco de vida, no puedo ni imaginarme lo que significa querer preparar una antología. Digo, cuando Walter escribía Solar del extranjero, yo estaba terminando la primaria. Por eso la pregunta de qué se sentirá enfrentarse a tantos poemas escritos años atrás por uno mismo o por quien uno fue en aquel entonces, para mí es importante. Y sobre todo cuando en los poemas reunidos, Holderlin mira hacia atrás sin que las palabras le revelen nada, a Mandelstam le preguntan por el tiempo y la historia, desfilan todas las figuras mitológicas, Caliban se retuerce, los poetas de la época platónica se encuentran lejos del lenguaje, un ciclista pasea sus inquietudes… Esto me lleva a preguntarme por la flexibilidad de la identidad de una voz que cambia continuamente hasta llegar a una frase como: Al fin soy yo mismo, tal cual fui soñado. Y pensé: alcanzar un yo del modo en que otro alcanza con claridad un sueño. Es con esta abundancia de personas y personajes con los cuales Walter Cassara forma su antología personal. Así, a medida que leía los poemas, sentí que me sumergía en una materia enrarecida, como un nene con los bracitos puestos se tira al agua y parece idiota, temeroso y entusiasmado, y nada le evita que lo arrastre la corriente.

Pero por momentos, mientras
leía Nostalgia y otros poemas, me preguntaba: ¿dónde estoy, en dónde me metí? En un poema dice, por ejemplo:

¿Qué fuiste a ver?

Tu casa yace

olvidada entre higueras

al borde de un camino.

Nadie recuerda tu paso por allí;

la red fugaz que teje el tiempo

te apresó en el vacío.

Yo mismo me preguntaba: ¿qué acabo de ver? ¿El poema como un encierro luminoso, una inaccesibilidad juguetona, un lugar donde nunca estuve, acabo de sentir una nostalgia que no me pertenece? Quizá parte de la tarea poética consista en eso: en que nos lleven a un lugar extraño y nos dejen unos momentos ahí hasta que, finalmente, reconozcamos cosas nuestras también, cosas que no existieron en nuestra vida pero que siempre –nos parece ahora- estuvieron ahí. Y de pronto estamos donde nunca estuvimos sin siquiera habernos movido –aunque sí conmovido-, y podríamos decir: Alcanzaré el último confín, y seguiré en la palma de su mano. Así nos gobierna la corriente quieta de estos poemas turbulentos.

Una antología también es una relectura, un trabajo sobre lo mismo que cambia. Porque al tiempo que se vuelve al antiguo poema y se siente que algo se perdió desde el momento de su escritura, también se tiene la oportunidad de volver siempre a ellos como por primera vez: los poemas quedan siempre insaciables, siempre vírgenes. Y aún intocados, al ponerse en relación con otros de otra época, vuelven a cambiar su sentido. Una antología es un reordenamiento y un recorte. Recordar y recortar trabajan juntos enhebrando una suerte de totalidad que, como la de la memoria, es parcial pero puede llegar a lugares de mayor inquietud y poner en relación algo que con los ojos del presente era imposible de ver.

Quizá eso sea la nostalgia. Volver al pasado y luego volver al presente. Hay algo de reconocimiento, de extrañeza, de pequeños desgarramientos y ensoñación; y hay algo de pérdida pero sobre todo de rescate. Si no, escuchen:

Pero algo queda todavía por decir

siempre queda algo, algún pertrecho

un último detritus en la lengua,

algún pájaro que allí rehíla, ciertas

imágenes que adoro y no conozco.

Pienso que quizá este libro tenga una trampa. Una trampa en la que espero que todos caigan. Porque la nostalgia relaciona el pasado con el dolor del presente. Y de hecho hay un tono deceptivo en la antología (del cual la ironía trata, por momentos, de distanciarse). Pero no nos engañemos, ya nos lo enseñó, entre tantos otros, Carver: escribir es una tarea de transfiguración, donde el material se transforma sin importar el tema ni so origen, y donde, de un modo u otro, empieza a reinar el regocijo. Puede haberse muerto el perro de tu hija, que si eso se vuelve material de un buen poema, te vas a poner feliz incluso de que haya ocurrido. Walter escribe:

¿Fingir que no lo sé? Ya es tarde, estoy en mi emboscada;

el deseo como una piedra atada al cuello me arrastró

a este lugar; y haría falta otra vida para saber qué significa

ese jeroglífico espejado en la carne.

Todo lo que percibimos son incrustaciones,

como ripios en el camino que sacuden

nuestro sopor, pero no alcanzan a despertarnos.


Cuando uno se toma todo ese tiempo para decir algo melancólico es porque se da cuenta de la belleza de lo que tiene entre manos. A ese tesoro acarreado desde muy lejos, como dice Walter, a ese algo, para que fueran poemas, hubo que envolverlos en lenguaje, hubo que acariciarlos largamente con la voz. Y terminamos por regodearnos con ese tono que recomienza una y otra vez y que como lector, agradezco.

Así es que este libro es anfibio, participa de diferentes órdenes y nos genera emociones encontradas, complejas. Fíjense:

Mi cuerpo se replegó hasta adquirir

la liquidez y transparencia de un animal marino:

mitad piedra, mitad marino.

Una vez que terminé de leer Nostalgia, si bien no pude contestar en dónde había estado, aún hoy no lo sé, pude ver esa transfiguración del poema, mitad piedra, mitad marino que logra convertir todo en placer: el libro que reúne quince años de poesía empieza con la palabra Nostalgia y termina con el infinitivo sonreír: la sombra que fui, a veces, me hace sonreír.

Entonces, mirar una sombra y sonreír. Mirar el trabajo hecho durante quince años, sentir nostalgia y sonreír. Imagino que Walter Cassara, como un Orfeo trayendo del brazo algo que creía perdido, pasado, llegó al punto en que puede finalmente mirar atrás, hacia estas páginas luminosas, ver de frente su Nostalgia y a aquel que escribió esto años atrás y que los poemas no se desvanezcan en el aire

y lo que una vez creí truncado

aun roto para siempre, alumbra en la boca.

Así, Walter Cassara nos entrega su Nostalgia, aunque quizá necesitemos leer todo el libro para poder entrar y salir de la trampa sonriendo, y repetir con él:

¿Hay algo más hermoso y cruel que esto?


Tom Maver

lunes, 19 de septiembre de 2011

Walter Cassara


Este Miercoles 21 de Septiembre

en CASA DE LA LECTURA

Huesos de Jibia
presenta:

Nostalgia y otros poemas
de Walter Cassara