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jueves, 21 de marzo de 2013

BUENO ZAIRE



último Bueno Zaire!

Leen 

Andrés Lewin

Martín Vázquez Grillé

Tom Maver

Osvaldo Bossi


+ Bedji


+ El viaje de Galen

LA RATONERA CULTURAL
Perón 1422
Miércoles 27 -19.30 hs.

Entrada libre!

martes, 25 de octubre de 2011

Sobre EL RUIDO DE LOS RIOS (Andrés Lewin)


Los siguientes textos fueron leídos en la presentación del libro, Club de Arte Vuela el Pez, Miércoles 19 de Octubre de 2011.


El ruido de los míos

Mientras leía el libro de Andrés Lewin, pensaba que para oír el ruido de los ríos, primero hay que acercarse.

Hay que acercarse a ese lugar de donde viene el ruido acompasado, la voz de estos poemas. Digo esto por dos motivos. Por un lado, porque en este libro el tema del acercamiento está trabajado una y otra vez. Y por otro lado, porque esta misma presentación, esta reunión de Andrés Lewin con todos nosotros, es también, evidentemente, una manera de acercarse muy particular.

No puedo dejar de pensar que ésta es una doble presentación. Se presenta El ruido de los ríos, pero también, tan importante como el libro, y sobre todo por ser su primer libro, el Andrés que muchos de ustedes conocen como amigo, conocido, o familiar, hoy se presenta como escritor, como poeta. Y esto, créanme, no es poca cosa. Me honra ser parte de esta suerte de transformación, ver cómo, para muchos de nosotros, Andrelo va a ser de golpe Andrés Lewin, autor de un libro de poemas.

Un libro donde el tema del acercamiento es recurrente. Como en la ilustración de la tapa, creo que hay una gran horizontalidad en el libro, una mirada que intenta traerlo todo junto. Por ejemplo: vemos a personajes del campo acercarse a la ciudad y plantar su mirada extrañada, oímos una gran cantidad de diálogos entre personajes familiares, kiosqueros, cartoneros, en lugares también reconocibles, una voz que se hermana con los personajes, como si dijera: “Éste es el ruido de los míos”. También hay una aproximación a las tradiciones orales (de hecho, ésta es una poesía muy hablada, para ser oída o, en todo caso, para leer con el oído), y tiene un detallismo que hace que lo que a primera vista pueda ser marginal sea traído al centro de la atención.

Pero sobre todo hay, más que un acercamiento, la búsqueda de un lugar de refugio. Hay una frase citada en el libro que me parece que ilumina bastante lo que quiero decir, es del anarquista Simón Radowitzky y dice: “Yo integro, pese al encierro, la familia proletaria”. Acabo de hablar de refugio y sin embargo esta cita habla de encierro. No creo que sea una incoherencia. Son las dos caras de un mismo modo de concebir la poesía. Y su fuerza radica en ese pese a, pese al encierro la comunión se logra.

En El ruido de los ríos, y enfatizo el plural, hay muchas voces que se entrelazan para formar el tejido de estos poemas por donde se filtra a un tiempo lo íntimo, la conversación con uno mismo, la silenciosa reflexión, y la preocupación por el otro, la mirada social, abarcativa, (“Mi tradición / es la del hombre que se sienta a mi lado”), poemas barriales y otros de tema más latinoamericano, como si el foco se acercara y luego alejara, podemos ver tanto al Che o a Riquelme como a Tadeo Benítez, kiosquero. Digamos, si la marginalidad es una especie de encierro, estos personajes, pese a su condición, o potenciados por ella, saltan esa barrera y oímos su voz refugiada –y expuesta- en los poemas. Ese es el privilegio de esta mirada, y también su riesgo.

De alguna manera, la poesía de Andrés capta algo de lo evanescente, de los saludos al pasar, de las preguntas que nos hacen ruido al movernos del campo a la ciudad, algo del calor, de la música de la conversación, algo de todo eso lo capta la poesía y quedan los poemas. Se escribe en el encierro de la soledad pero se logra que se plasme un rumor vivo, anhelante, cadencioso que no está exento del placer, es decir, de cierto divague, de cierta pérdida de tiempo o, en todo caso, ese saber tomarse su tiempo para mirar, para decir lo que uno ve, cosas no bienvenidas en la vida cotidiana, regida por otros tiempos y pautas. Por eso, por más que leamos cosas que nos puedan parecer muy cercanas y familiares, no hay que dejar de prestar atención al trabajo de fondo que hace de esto algo que escapa a lo cotidiano por ser de otro orden, y que, en definitiva, hace que esto no sean crónicas sino poemas.

Dentro de la marginalidad de la poesía en el mercado editorial y dentro de la marginalidad de la literatura respecto del mercado global, hoy podemos celebrar esta nueva voz que nos dice:

Yo sí tengo algo para decirle al mundo
no sé muy bien qué es
ni si existen las palabras adecuadas
pero alguien tiene que hacerlo
esto se cae, se cae

Sé que hablé de algo así como una horizontalidad, pero ¿ven? este movimiento vertical aparece a cada rato, como un trastabilleo seguro, un saber tropezarse y deleitarse en la demora de la caída.

Como para terminar, en uno de sus textos, Saer dice que “… la poesía no es río majestuoso y fértil sino una piedra firme en medio de la corriente que se deja pulir por el agua”. Por un momento se me ocurrió pensar que El ruido de los ríos podía ser ese, el del agua raspando, tocando, acariciando las piedras invisibles, esa dura maravilla al fondo de las cosas, el sonido de un trabajo perfecto y continuo.

Empecé diciendo que para oír el ruido hay, primero, que acercarse. Fui demasiado medido. Nosotros nos hemos acercado y llegamos a la orilla. Ahora les pido que, como un buscador de tesoros, como un cartonero, hundan sus manos en el agua, como dice Andrés

porque seguro en el fondo
muy al fondo

algún silencio encontraremos
.

A lo mejor el lugar donde el silencio de la piedra que se deja pulir y el ruido de los ríos, coincide.

Tomás Maver


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Pescadores

Según Eduardo Galeano, quién escribe lo hace para juntar sus pedazos. Durante nuestra infancia, la iglesia, la familia, la escuela, nos enseñan a divorciar el alma del cuerpo, y también, la razón del corazón. Frente a esto, Galeano nos recuerda a los pescadores de la costa colombiana. Al parecer, fueron ellos quienes inventaron la palabra sentipensante, y con esa palabra buscan definir al lenguaje que desea decir la completa verdad. El ruido de los ríos bien podría formar parte de ese lenguaje mítico que soñaron esos pescadores colombianos. En poesía, esta simultaneidad es posible: en última instancia, abrevan todos de una misma forma sentipensante de percibir el mundo. Y como dice el epígrafe de Yupanqui: lo que adentra la cabeza / de la cabeza se va / lo que adentra el corazón / se queda y no se va más.

En este primer libro de Andrés Lewin, podemos pensar entonces que la figura del poeta asume la máscara de un pescador. Se trata, creo, de un pescador tranquilo, sentado a la vera de un afluente emocional ¿Y qué celebra con su silbido, con su canción de pescador atónito? Si no me equivoco, no quiere alabar lo excelso sino más bien lo incompleto, un modo de ser imperfecto que tiene todo lo que realmente existe, y que aparece en El ruido de los ríos refulgente en su pequeñez, en la falta incluso, como en estos versos del poema “El artesano”, en dónde puede leerse:

Ángel estrella
se rasca la espalda.

Le duelen
las cicatrices heredadas

resabios
de un legado de derrotas.

No se resigna
Escapa.

Como toda estrella
se sabe sólo un punto

pequeño
muy pequeño.

Pero el brillo
esa es su revancha.

En el cauce que van configurando los versos, es posible escuchar el rumor de un anhelo continuo: una sed de reconciliación. Hay, como dice el poema que acabo de leerles, brillo y también revancha: el yo lírico aparece como una voz pausada, eminentemente oral, que desea redimir de su nimiedad a los curiosos personajes para quienes canta sus poemas. Y llega, en esta especie de búsqueda inmóvil, en esta lenta pesca de personajes y redenciones, a gestar casi un pueblo entero; un pueblo con Tadeos y con Aúnesposible, con Trankipankis y Jacintos, con Ángeles Estrellas, amparados todos bajo el aura de un eco indulgente.

Ese pescador que atraviesa cada uno de los poemas del libro se revela, en definitiva y a la larga, como un oculto demiurgo, un creador de voces en la orilla: y si el poeta es un pescador, y el pescador un pequeño y piadoso dios, digamos entonces también que el río, el río de los ruidos, pareciera atravesar algún conocido barrio, y en ese trayecto sonoro, nos invita a tener siempre presente a ese otro gran barrio que, en realidad, no es ni más ni menos que nuestra América Latina.

Patricio Foglia


Más información: andreloweb.blogspot.com

El libro puede conseguirse en librería INPAZ (Av. Gaona 3125), o contactando al autor al e-mail: adlewin@gmail.com

sábado, 22 de octubre de 2011

Bueno Zaire, Sábado 29 de octubre, 23:30 hs


Bueno Zaire
en Ratonera Cultural: Corrientes 5552 esq Serrano

Sábado 29 de Octubre 23:30 hs PUNTUAL



Leen:

Facundo Ruiz

Martín Vázquez Grillé

Tom Maver

Walter Cassara



Música:

Jam Session de Jazz


Entrada $10, los y las esperamos

viernes, 23 de septiembre de 2011

Nostalgia (Walter Cassara)

A continuación, trascribimos el texto leído por Tom Maver en oportunidad de la presentación del libro "Nostalgia y Otros Poemas", del poeta Walter Cassara:

Quince años de poesía en un libro. Yo, con apenas veinticinco de vida, no puedo ni imaginarme lo que significa querer preparar una antología. Digo, cuando Walter escribía Solar del extranjero, yo estaba terminando la primaria. Por eso la pregunta de qué se sentirá enfrentarse a tantos poemas escritos años atrás por uno mismo o por quien uno fue en aquel entonces, para mí es importante. Y sobre todo cuando en los poemas reunidos, Holderlin mira hacia atrás sin que las palabras le revelen nada, a Mandelstam le preguntan por el tiempo y la historia, desfilan todas las figuras mitológicas, Caliban se retuerce, los poetas de la época platónica se encuentran lejos del lenguaje, un ciclista pasea sus inquietudes… Esto me lleva a preguntarme por la flexibilidad de la identidad de una voz que cambia continuamente hasta llegar a una frase como: Al fin soy yo mismo, tal cual fui soñado. Y pensé: alcanzar un yo del modo en que otro alcanza con claridad un sueño. Es con esta abundancia de personas y personajes con los cuales Walter Cassara forma su antología personal. Así, a medida que leía los poemas, sentí que me sumergía en una materia enrarecida, como un nene con los bracitos puestos se tira al agua y parece idiota, temeroso y entusiasmado, y nada le evita que lo arrastre la corriente.

Pero por momentos, mientras
leía Nostalgia y otros poemas, me preguntaba: ¿dónde estoy, en dónde me metí? En un poema dice, por ejemplo:

¿Qué fuiste a ver?

Tu casa yace

olvidada entre higueras

al borde de un camino.

Nadie recuerda tu paso por allí;

la red fugaz que teje el tiempo

te apresó en el vacío.

Yo mismo me preguntaba: ¿qué acabo de ver? ¿El poema como un encierro luminoso, una inaccesibilidad juguetona, un lugar donde nunca estuve, acabo de sentir una nostalgia que no me pertenece? Quizá parte de la tarea poética consista en eso: en que nos lleven a un lugar extraño y nos dejen unos momentos ahí hasta que, finalmente, reconozcamos cosas nuestras también, cosas que no existieron en nuestra vida pero que siempre –nos parece ahora- estuvieron ahí. Y de pronto estamos donde nunca estuvimos sin siquiera habernos movido –aunque sí conmovido-, y podríamos decir: Alcanzaré el último confín, y seguiré en la palma de su mano. Así nos gobierna la corriente quieta de estos poemas turbulentos.

Una antología también es una relectura, un trabajo sobre lo mismo que cambia. Porque al tiempo que se vuelve al antiguo poema y se siente que algo se perdió desde el momento de su escritura, también se tiene la oportunidad de volver siempre a ellos como por primera vez: los poemas quedan siempre insaciables, siempre vírgenes. Y aún intocados, al ponerse en relación con otros de otra época, vuelven a cambiar su sentido. Una antología es un reordenamiento y un recorte. Recordar y recortar trabajan juntos enhebrando una suerte de totalidad que, como la de la memoria, es parcial pero puede llegar a lugares de mayor inquietud y poner en relación algo que con los ojos del presente era imposible de ver.

Quizá eso sea la nostalgia. Volver al pasado y luego volver al presente. Hay algo de reconocimiento, de extrañeza, de pequeños desgarramientos y ensoñación; y hay algo de pérdida pero sobre todo de rescate. Si no, escuchen:

Pero algo queda todavía por decir

siempre queda algo, algún pertrecho

un último detritus en la lengua,

algún pájaro que allí rehíla, ciertas

imágenes que adoro y no conozco.

Pienso que quizá este libro tenga una trampa. Una trampa en la que espero que todos caigan. Porque la nostalgia relaciona el pasado con el dolor del presente. Y de hecho hay un tono deceptivo en la antología (del cual la ironía trata, por momentos, de distanciarse). Pero no nos engañemos, ya nos lo enseñó, entre tantos otros, Carver: escribir es una tarea de transfiguración, donde el material se transforma sin importar el tema ni so origen, y donde, de un modo u otro, empieza a reinar el regocijo. Puede haberse muerto el perro de tu hija, que si eso se vuelve material de un buen poema, te vas a poner feliz incluso de que haya ocurrido. Walter escribe:

¿Fingir que no lo sé? Ya es tarde, estoy en mi emboscada;

el deseo como una piedra atada al cuello me arrastró

a este lugar; y haría falta otra vida para saber qué significa

ese jeroglífico espejado en la carne.

Todo lo que percibimos son incrustaciones,

como ripios en el camino que sacuden

nuestro sopor, pero no alcanzan a despertarnos.


Cuando uno se toma todo ese tiempo para decir algo melancólico es porque se da cuenta de la belleza de lo que tiene entre manos. A ese tesoro acarreado desde muy lejos, como dice Walter, a ese algo, para que fueran poemas, hubo que envolverlos en lenguaje, hubo que acariciarlos largamente con la voz. Y terminamos por regodearnos con ese tono que recomienza una y otra vez y que como lector, agradezco.

Así es que este libro es anfibio, participa de diferentes órdenes y nos genera emociones encontradas, complejas. Fíjense:

Mi cuerpo se replegó hasta adquirir

la liquidez y transparencia de un animal marino:

mitad piedra, mitad marino.

Una vez que terminé de leer Nostalgia, si bien no pude contestar en dónde había estado, aún hoy no lo sé, pude ver esa transfiguración del poema, mitad piedra, mitad marino que logra convertir todo en placer: el libro que reúne quince años de poesía empieza con la palabra Nostalgia y termina con el infinitivo sonreír: la sombra que fui, a veces, me hace sonreír.

Entonces, mirar una sombra y sonreír. Mirar el trabajo hecho durante quince años, sentir nostalgia y sonreír. Imagino que Walter Cassara, como un Orfeo trayendo del brazo algo que creía perdido, pasado, llegó al punto en que puede finalmente mirar atrás, hacia estas páginas luminosas, ver de frente su Nostalgia y a aquel que escribió esto años atrás y que los poemas no se desvanezcan en el aire

y lo que una vez creí truncado

aun roto para siempre, alumbra en la boca.

Así, Walter Cassara nos entrega su Nostalgia, aunque quizá necesitemos leer todo el libro para poder entrar y salir de la trampa sonriendo, y repetir con él:

¿Hay algo más hermoso y cruel que esto?


Tom Maver

martes, 6 de septiembre de 2011

Tom Maver y la Traducción (Este Jueves, Tom en Bueno Zaire)




Empecé a traducir sin darme cuenta casi. Había ido a Estados Unidos y quizá me sentía un poco abombado por tanto inglés, aunque fui al sur, donde el país es prácticamente bilingüe; la cuestión es que en la casa donde estaba había libros de poesía, de Dickinson, e.e. cummings, Auden, Whitman, y además yo estaba comprando y leyendo nuevas poetas que me resultaban increíbles y que quería mostrar a mis amigos. Por ese entonces yo ya escribía poesía pero nunca me había puesto a traducir. Y así empecé, un poco probando y como si fuera un juego, para poder mostrar esos poemas.

Me acuerdo, por ejemplo, de haber leído allá los Veintiún poemas de amor, de Adrienne Rich, y que en uno de ellos, una mujer sueña que su pareja es un poema, el poema de su vida, aquel que ella querría mostrarles a todos los que amaba. Pensándolo hoy, creo que algo de ese deseo amoroso es el que me llevó, de manera inconciente entonces, a empezar a traducir.

Es raro el trabajo del traductor. Está pero no está; está pero se corre a un lado, dejando pasar algo que de todos modos lo atraviesa. Alguna vez escuché a alguien que decía que la traducción era como un viaje. Si bien me gusta pensar que el poema viaja de una lengua a otra, me parece más justo decir que es un trabajo quieto: lo que se ensancha es la lengua a la que se traduce.

Lo confieso: no sé cuánto sé de inglés, en el caso de que el conocimiento pueda ser cuantificado, o que un idioma pueda ser conocido por completo… sospecho que no. En todo caso, tengo para mí que al igual que con la lectura, la traducción consiste sobre todo en escuchar, en oír lo que el poema tiene para decir. Me cuesta quedarme con esa fácil conclusión de pensar que en la traducción siempre algo se pierde: lo mismo podría decirse de cualquier lectura: ¿quién sería capaz de abarcar todos los sentidos de un poema en castellano, por ejemplo? Más aún: ¿quién querría semejante cosa? Cuando uno lee un poema, también hay algo que se pierde, pero sobre todo hay algo, a veces poco, a veces mucho, con lo que uno se queda. Y eso hace la traducción, quedarse con algo. Y cada lector se queda con algo distinto. La traducción es como un trabajo afectuoso en el que a la lengua madre se la hace ir por un camino que de buenas a primeras quizá no hubiera tomado. En ese sentido es desviar la lengua, renovarla, acercarla al ritmo de otro idioma, un trabajo donde la seducción no está exenta, y a la que hay que prestarle una atención sostenida, amorosa.

Como se ve, no soy un académico ni un gramático. Y siento la necesidad, no de ser literal, sino más bien fiel al poema. Es decir, confío en la transformación que se produce en la traducción. Barthes tiene una frase que me encanta: “Estar con la persona que amo, y pensar en otra cosa. Entonces tengo los mejores pensamientos”. La fidelidad tiene que ver con esa deriva, para traducir hace falta entrar en la corriente del poema hasta encontrar algo que no sabíamos que estaba ni en el poema “original” ni en nuestro propio idioma. Todo hallazgo es a un tiempo creación y acogida. Ése es el ensanchamiento de la lengua al recibir el poema y reescribirlo al mismo tiempo: el castellano se estira tratando de alcanzar eso otro que ya lo siente como propio.

Considero que cualquier lector puede poner a prueba una traducción: basta con oír con los ojos, como pedía Sor Juana, mirar con los oídos, y ver si se produce la fiesta de los sentidos, si se percibe la soledad sonora.

lunes, 11 de julio de 2011

Bueno Zaire inicia la temporada de invierno





Bueno Zaire

temporada de invierno



este jueves 14 de julio 22:00...


...en esta ocasión LEEN


Juan Pablo Bonino

Diego Materyn

Patricio Foglia

Florencia Carrizo

Tom Maver



MUSICA, a cargo de...

...Alan Grinkraut



Entrada $10, Corrientes 5552, los y las esperamos!!!

lunes, 23 de mayo de 2011

James Laughlin


El viaje sin nombre

¿A dónde va
cuando cierra los ojos
cuando hacemos el amor?

Está ahí, a mi lado
pero no está ahí
Si la toco tiembla
pero no dice nada

Una noche le pregunté
a dónde era que viajaba
Entonces me sonrió y
contestó no te preocupes

nunca voy a estar lejos tuyo
La tierra que visito
es la tierra de los poemas
que escribiste para mí.

Versión de Tom Maver

°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°

The nameless voyage

Where does she go
when she closes her eyes
when we are making love?

She is there by my side
yet she isn't there
If I touch her she trembles
but says nothing

One night I asked her
where it was she travelled
This time she smiled and
answered don't be worried

I'll never be far from you
The land which I visit
is the land of the poems
you have written for me.



Otras traducciones:
http://hastadondellegalavoz.blogspot.com

jueves, 1 de abril de 2010

Tomás Maver ¿quién es?

Nace en Buenos Aires en 1985,
"Yo, la incesante nieve" es su primer libro escrito y publicado







La hamaca te llevaba y te traía en la tarde.
Lo recuerdo
como si no te estuvieras por ir a Alemania
para hacer algo con tu vida,
como decías vos.

Yo te veía ir y venir, y tenía la impresión
de que le robabas algo al tiempo,
buscando las pruebas de su existencia
porque ¿quién entiende bien cómo
pasa tan rápido una tarde o un año?

De vuelta en casa, preparaste un submarino,
tus ojos parecían los de una fiera
dando vueltas alrededor del fuego.

En ese momento sentí oscuramente
que aquello que podríamos llamar “aprovechar
el tiempo”, para vos era una abstracción,
un vaivén que no nos toca,
y entonces pensé:
¿Por qué no ver al tiempo
como otra barra de chocolate
disolviéndose en tu taza,
como algo que una cucharita podría atravesar
una y otra vez
dejándonos un resto dulce
en las tazas aún tibias?







Cuando había cáscaras por el suelo
y sartenes definitivas
y la vejez entorpecía los cuchillos
y tus lágrimas apagaban las hornallas
cuando te dejé en manos de esa derrota
y dijiste: -No te pude hacer la tortilla, hijo.
Así, con semejante disciplina en la ternura
nutriste mi corazón desorientado.

Ah, si me pudiera quedar con lo que me diste
aferrado al fondo de cebolla de tus caricias
batiendo claras y yemas en la niñez que forjó tu cocina.

Pero quizá he sufrido a tu lado
la paciencia de tus manos,
que toda tu jubilación entrara en un frasco
que no te protegieras de la hostilidad de mi madre
que te lastimaba y me lastimaba.

Cuánta cuchara, cuánto plato sin mi porción
cuánto cuidado de no tocar ollas ahora frías.

Era tanta tu infancia que no creíste
que íbamos a tener tiempo de crecer, abuela.

Hoy, que te amo de adulto
pero que sigo temiendo de niño
vuelvo a ayudarte a preparar la tortilla
esperando que no nos reten
por haber dejado los platos sucios.








LA ESCONDIDA

a)
Voy a contar hasta diez
y cuando termine

no sabré dónde están.
Voy a buscarlos

y encontrarlos antes
de que aparezcan

tocando esta pared
como sombras que fueran reflejo

de otra duda.
Tomar esas apariencias

por sorpresa
y que se den por vencidas,

que sean sólo chicos.
Y al darme vuelta no esté solo

y sigamos jugando.


b)
Ya terminó el conteo
y viene por mí.

Todo este tiempo planeé
lo que voy a hacer.

No lo perdí de vista.
No perdí la cuenta.

El que espera nunca pierde
la cuenta.

Yo, que sé dónde estoy,
voy a actuar.

Sin embargo no puedo moverme
del escondite aún,

de esta espera que me oculta
y atrapa.

Todavía no debo espiar. Cuidado.
¿Cuándo salir, cuándo correr?

¿Y si creo que sigo jugando
mientras ellos me olvidan?


a)
¿Dónde está? Por favor
que tengo que encontrarlo.


b)
Cuánto tarda... Por favor
que tiene que encontrarme.








Al fondo de lo que quiero decir
hay algo que no se mueve.
El peso de la sed
el temor de morir ahogado
lo hacen apenas parpadear.

¿Será cierto que nunca sintió la lluvia en su lomo
y desconoce la luz de la luna?
¿Es verdad que no puede hablar?

Las redes que buscan sacarlo a flote
vuelven con tejidos que no parecen decir nada,
vacías y llenas al mismo tiempo.

No va a dejarse pescar.
No quiere saber nada con ese entramado
que lo devolvería al mundo
por fin visible y terrible.

Los testimonios alojados en la cavidad de sus ojos
se hundirán más y más
desdeñando las señales de luz
que brillan en los anzuelos.

Sobre la superficie
quedan estas redes de preguntas
que van una y otra vez al fondo
y vuelven con algas y amapolas y pequeñas
embarcaciones apenas entrevistas.