lunes, 28 de marzo de 2016

Gustavo Gottfried





¿Quién está comiendo mandarinas?
preguntaba la maestra
en algún momento de la clase.


Y pocas veces la descubría
porque mi madre era veloz
para esconder la evidencia


pero no tanto para aceptar
que el olor suntuoso de la fruta
siempre iba a delatarla.


* * * * *


A los 18


En su tiempo libre
por aburrimiento pero más
para ayudar a su familia, mi madre
se emplea como dependienta
en casa Harrods.


Mi madre que ama el chocolate
se encuentra, de pronto
a cargo de la confitería:
un gran salón repleto
de cintas rojas, papeles dorados
y un perfume que lo invade todo
¡pero es tan ajeno!


Y si una barra de chocolate
o uno de estos huevos
de pascua acaso se rompiera
dice la jefa mientras deja
caer algo que pronto le convida.


Cuando recuerda aquél sonido
aquél perfume
mi madre todavía se embelesa
y vuelve a suceder, el accidente.


* * * * *


Los sueños de Mary


…y entonces, les dijo José:
¿No son de Dios las interpretaciones?
Génesis 40:8


Mary era la modista de todos
los vecinos de Villa del Parque.
Les arreglaba la ropa y, a veces
le encargaban un vestido largo
para un quince o un casamiento.


A mi madre, que era tan joven
le atraía la moda: se veía
bellísima en esos modelos
que salían en las revistas.
Por eso decidió ofrecerse
como aprendiz en su taller.


Trabajaron juntas varios años.
Mary fue una amiga y una segunda madre.
Después, la joven aprendiz
terminaría la escuela normal
se recibiría de maestra de corte y confección
daría clases en la escuela secundaria.


Pero lo más raro es que la modista
también interpretaba los sueños
de los vecinos de Villa del Parque.


A Don Víctor, que se vio
en medio de una tormenta
le dijo que pronto iba a necesitar
más que nunca, de su familia.
A la esposa del capitán
que soñaba cada noche
como la envolvía una brillante
culebra, le dijo que el deseo
se vuelve mortífero
cuando lo ignoramos. Y así
a cada uno le revelaba
su propio secreto.


¿Pero quién iba a descifrar
los sueños de la propia Mary?


Nunca nadie supo en Villa del Parque
que después de cerrar el taller
y con el mismo oficio
de quien cose y descose
una prenda hecha de distintas piezas
a los sueños de Mary
los interpretaba mi madre.

* * * * *

El primer empleo


Como tantas jóvenes
de la clase trabajadora
mi madre también iba
a los centros recreativos
de la UES.


En una ocasión
durante una tormenta fuerte
se apareció el general.
Las chicas lo recibieron
formadas en filas
como se hacía en aquella época.


¡Qué lindo día
para chapotear en los charcos!
dijo Perón.
-Usted, porque tiene botas.
Replicó ella desde su sitio.
Y ahí, se produjo un silencio
que él interrumpió enseguida
con alguna broma pero
finalizado el acto, un secretario
se acercó a la muchacha
le preguntó cuál era su urgencia
si necesitaba algo.


Un trabajo, contestó
la que ya era maestra
y que un día, también
iba a ser mi madre.
Como si desde siempre
hubiera esperado esa pregunta.


Lo cierto es que
a los quince días
por debajo de la puerta
de la pequeña casa de Villa del Parque,
el cartero deslizó una hoja
y era su nombramiento.


* * * * *


Corte y confección

En la escuela secundaria
a mi madre le tocaba enseñar
corte y confección. Hiciera frío
o calor, se sintiera bien o mal


siempre se presentaba a dar su clase.
La única excepción eran las fechas judías:
en esos casos la directora aprovechaba
y le ponía la falta. Además, había algo


en su forma de enseñar que
simplemente, no era común.
Mi madre percibía una reprobación
que nunca se ponía en palabras.


Un día vino a la escuela
la inspectora del distrito
y entró a la clase de mi madre.
Las chicas conversaban y reían


mientras, sentadas a sus máquinas
no hacían más que su propia ropa:
dale que dale a la tela
que se derramaba por el piso


ya cubierto por completo de retazos
de distintos colores. Mientras mi madre
iba de un lugar a otro aconsejando
sobre el punto, el corte o el dobladillo


la directora permanecía cerca de la puerta
esforzándose en disimular su mal humor.
Después de observar un rato, la inspectora
escribió el acta y se fue sin decir palabra.


Al final de la clase, mi madre
fue convocada a la dirección.
Detrás de su gran escritorio
la directora la miró, satisfecha.


Juntas, abrieron el libro que
para horror de aquella mujer
y alegría de mi madre, decía:
“En mi visita de hoy a la clase


de Corte y Confección de la Señorita
Profesora Esther Pérez, he visto el trabajo
verdadero en un taller de este tipo.
Mi calificación es diez sobre diez”

* * * * *

Querido Topo Gigio:
me acompañaste
de día y de noche 
en la salud y la enfermedad 
en la tristeza y la alegría.


Con tus grandes orejas
tus finos bigotes
tus ojos soñadores


tu pullover a rayas
tus zapatos rojos
tu pantalón
tus tiradores.


Y aquella manera
tan dulce de hablar
y tu andar etéreo
porque casi flotabas.


Pero tuvimos que sufrir 
el dolor de separarnos
esa tarde en que te dejé

en un tacho de basura
que estaba en la cocina 
por escuchar a los demás.


Fue sólo la primera vez 
que pagué 
un precio excesivo

por el respeto de mi padre 
y de los otros burladores
que no entendían tu presencia
ni el amor que todavía siento.


Adonde quiera que esté 
tu alma de muñeco 
quisiera llegar 
con estas palabras:


Yo ya me perdoné. 
Ojalá vos también
me perdones.


Textos incluidos en libro de próxima aparición..