viernes, 24 de enero de 2014

Juan Pablo Bonino


-I-

Nunca lo dije pero hay un momento
asombroso en que el tiempo se detiene
y es durante ese segundo interminable
cuando puedo tocar aquellas canciones
que están girando en el viento oscuro
al fondo del océano. Algunas noches
no puedo dormir y me quedo oyendo
el extraño zumbido de las ballenas
rondar cada milímetro de este barco
como un canto monocorde: un sonido
concentrado,  que después puedo
desplegar cuando estoy en el piano
y me siento el hombre más solo
del universo. Nunca bajé a tierra
porque desconfío de todos aquellos
que se amarran a algo. En definitiva,
jamás supe qué era lo mejor para mí
pero aún recuerdo esa madrugada
cuando de mi viejo piano emanaron
una tras otra aquellas melodías
que me dieron un llanto sonriente
porque comprendí que si tocaba
cada tecla con el pulso acuático
de mi corazón, podría descubrir
el resplandor secreto de mi música.


           *  *  *  *  *  *


-II-

Voy a dar un concierto y pienso en vos:
hace tantos años estuvimos en este sitio
caminando de la mano, atravesando
la costanera una y otra vez, enamorados
de la luz que emanábamos hacia cada
baldosa que resplandecía contra el sol
y nuestros ojos. Pero esta noche ya está
preparado el escenario, la luz es suave
porque hay sólo un reflector redondito
que cae sobre mis largos rulos y -quizá-
antes de empezar a cantar mi voz tiemble
en medio del bailoteo de la melodía lenta
de los saxofones y yo no quisiera estropear
las canciones con un tono desafinado.
Nunca ensayamos tanto como esta vez
y el pianista me dijo que estaba cansado,
pero en verdad sentí que su voz traslucía
miedo. Después se quedó un instante
callado y por el ventanal se filtraba
la ventosa música del mar, la blanda
oscuridad de cada ola que horadaba
nuestro cuarto, donde nos vestíamos
con trajes carísimos para la ocasión,
y yo buscaba el regreso de las viejas
canciones a mi voz, desde aquella tarde
en que te las tarareé por primera vez.

           *  *  *  *  *  *


-III-

Una vez más la redondez del sol
reventando el mediodía, mis ojos
desorientados buscan una sombra
donde recostarse, pero debo ultimar
la lista de canciones para el concierto
de esta noche, por eso camino, doy
un paso y otro y retrocedo, buscando
con mis manos el swing de los acordes
que compuse hace ya tantísimos años.
La música era todo cuando éramos
jóvenes. Ahora, mi voz está gastada
y cantar es un trabajo difícil: afinar
correctamente, tomar una jarra entera
de agua y dormir la siesta para estar
bien descansado para la noche. Todos
se fijan en mí, pero éste ya no soy yo.
Lo que queda de vos está en todas esas
canciones, me susurra la corista negra
y sonríe amarga en una larga reposera.
Un rato después de ensayar, duermo
y sueño a intermitencias con pedazos
de solos de guitarra, cuerdas estiradas
y aullidos de cantantes farragosos.
Ya no quiero ser como ellos; ni viejo
ni desprolijo, por eso me cuido tanto
que ya nadie cree que sea una estrella
de rock, y ya estoy harto de las giras,
extraño a mis hijas: sus voces tristes
en los teléfonos del hotel son ahora
las canciones que más me gustan.

Juan Pablo Bonino nació en Marzo de 1984. Es licenciado en letras y trabaja como docente en escuelas secundarias.

lunes, 6 de enero de 2014

La vida suspendida (Andrés Lewin)



Sobre LA VIDA SUSPENDIDA

¿Esa tarde o aquella mañana? ¿Acá cerca o más lejos? Espacio y tiempo, en este libro, no importan. Porque es aquí, allá y en todos lados donde la vida sin más queda suspendida.

Un pibito limpia los vidrios. Pausa. Un hombre abraza a su hijo. Pausa. Pirri hace un foul. Pausa. Amato Garrafa habla al micrófono. Pausa. Edelmiro corta naranja por naranja. Pausa. El vendedor de panchos un día se ilumina. Pausa. El regalador de sonrisas camina por los bosques de eucaliptus. Pausa. Manolo compra choclos. Pausa. Y otra pausa y otra más.

En ese devenir de interrupciones se construye un trayecto preciso: un movimiento sutil hacia el interior de la mirada de Andrés Lewin. Son pausas que funcionan como grietas que, por un instante, Lewin nos permite espiar y nos susurra: “Mirá, mirá, acá está la belleza, el tiempo, la poesía, el amor…”.

En algunos poemas, quizás sobre todo en la primera parte, el yo avanza como si fuera un transeúnte en la ciudad, en la vida misma. La mirada de Lewin acompaña lo que vemos y, al mismo tiempo, se desentiende de lo que no vemos, eso que cada lector completa en su lectura íntima y única: “Lo que mis ojos ven/ no es lo que miran tus ojos”.

En otros poemas, ya más hacia el final, aparecen el amor, los cuerpos, la búsqueda de la ternura. Poemas que exponen sin pudor todo lo que el yo mira y siente “en el fondo de todo lo que brilla”.

Don Pascual, Edelmiro, Martita, Francisco, Manolo, Darío, Mariana, Ricardo y más, los nombres propios se suceden, quizás como nunca en otro libro, porque hay necesidad de nombrar, de destacar que la vida cotidiana está llena de personas sabias, poetas, oscuras, luchadoras o bellas.

El uso de la repetición, una y otra vez, atraviesa todo el texto hasta el punto de sentir que, por momentos, uno escucha la propia voz del poeta que recita. En ciertos poemas, también aparece la pasión por el fútbol, esa pasión de multitudes que en este caso muestra su lado más personal, como Federico que, cuando llegan los penales, “apaga la tele/ duerme una siesta”.

El predominante uso del tiempo presente otorga y enfatiza ese cierto dejo atemporal, como si eso que ocurre en el poema se actualizara a cada instante, en cada lectura.

A modo fotográfico (o por qué no radiográfico) Lewin despliega todo su esplendor en un libro que, desde el principio hasta el final, manifiesta una simpleza profunda con frecuentes destellos de humor.

Y me detengo acá, en el “Hotel de mil estrellas”, donde La vida suspendida me despierta gratitud y alegría porque, como diría Katherine Mansfield: “En el umbral de la poesía me encuentro siempre temblando”.

Mariana Chami


Texto leído en la presentación del libro, el día 11 de Diciembre de 2013.
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Algunos poemas del libro: 

Las cosquillas

Don Pascual,
¿le puedo hacer una pregunta?
¿Conoce usted la razón
el motivo por el cual 
de repente llega una tarde
en que perdemos las cosquillas?
¿Existe acaso un día tal, Don Pascual
en que nuestra piel 
olvida la alegría?

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La apuesta

¿Y si sí?
¿Y si nos proponemos la alegría?
¿Y si al levantarnos sonreímos
nos miramos al espejo
y nos decimos lo lindo que somos?
¿Y si sí?
¿Y si entre todas las apuestas posibles
apostamos un pleno,
todos los ahorros
a la ternura, a la simple ternura?

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Andrés Lewin nació en Buenos Aires en 1978. Miembro del grupo de poesía Papeles Blancos. Algunos de sus textos pueden apreciarse en los blogs www.andreloweb.blogspot.com y www.barlapelotanosemancha.blogspot.com . Ha publicado El ruido de los ríos (2011, Editorial En el aura del sauce). La vida suspendida (2013, Editorial En el aura del sauce) es su segundo libro de poesías. Puede contactarse al autor al e-mail adlewin@gmail.com