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Amar es la mayor aceptación,
pero también el mayor asombro.
Quizá no sepamos de qué ante qué,
pero percibimos por fin algo más que lo diferente,
tal vez más diferente todavía.
Y así se pone en crisis
la ambulatoria duplicidad de cuanto existe.
El esfuerzo de ser uno
encuentra su descanso
en el esfuerzo de ser dos.
Y sólo entonces
dos es más que uno.
O quizá
más que ninguno.
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Hay que cambiar la locura del mundo.
Para iniciar el trabajo
se puede, por ejemplo,
tomar todos los nombres propios
y escribirlos de nuevo con letras minúsculas,
comenzando por el del ser más amado
o la mayor ausencia,
sin olvidar tampoco
el nombre propio de la muerte.
Al empequeñecer progresivamente los nombres,
iremos recobrando el vacío que contienen
y quizá podamos hallar como añadido
el nombre propio de la nada.
Y nombrar a la nada
puede ser precisamente
la fundación que nos falta:
la fundación de una locura
que no necesitemos cambiar.
Obtenido del gran blog http://huellasenlacienaga.blogspot.com.ar
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