A continuación copiamos nota de Juan Pablo Bonino alrededor de la poeta uruguaya Idea Vilariño, publicada originalmente en la revista virtual DAMISELAS EN APUROS (http://damiselasenapuros.blogspot.com.ar/2013/05/nada-de-cruces-para-idea-vilarino.html).
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Nada de cruces para Idea Vilariño
Con un lenguaje punzante, la enorme poeta uruguaya trastocó la experiencia en escritura con simplicidad,sosteniendo un ritmo impecablemente musical, despojado de lo accesorio. Idea Vilariño (1920-2009), aún poco conocida, quiso convertir su vida entera en literatura.
Por Juan Pablo Bonino
De su vida se dice mucho y se sabe poco: que casi no se movió de Montevideo, que efectuaba viajes solitarios a la casa en Las Toscas. También se habla de sus amores tempestuosos con Onetti, de su participación política junto a los tupamaros, de su amor por la música y el piano, las plantas y de su gusto por estar sola. En sus poemas resplandece la intensidad de aquello que es sustancial y no hay espacio para lo secundario. ¿Cuál es el hilo que atraviesa su obra, la obra de una de las poetas más importantes del siglo XX en lengua castellana? Hay algo de su voz que está en sus mejores poemas y es la sensación increíble de que siempre estuvieron ahí y que ella, en todo caso, se demoró en escribirlos. Nadie como ella para bordear esa zona riesgosa de la representación de escenas amorosas y salir intacta, porque sus textos están amalgamados por un ritmo en que la sonoridad de cada palabra forma una respiración, un tono que no precisa siquiera de comas, porque halla una perfección natural, como esas maravillas que nos permitimos olvidar por la perfección con que están hechas.
Idea nació en Montevideo en 1920 y formó parte de la generación del 45 junto a intelectuales de la talla de Ángel Rama y Emir Rodríguez Monegal, fue profesora de escuela media hasta que llegó la dictadura en 1973 y ya después, en 1985, con la vuelta de la democracia y completamente consagrada, enseñó en algunas universidades. Idea se jactaba de haber dado sólo tres entrevistas porque no sabía contar anécdotas o las olvidaba. En uno de esos reportajes que concedió, le preguntaron qué pensaba mientras escribía sus poemas y dijo que no sabía exactamente, pero aclaró: “... es algo completamente natural que en determinados momentos debo hacer...”, y después remató: “... no quiero ceder a la tentación de escribir lo que no estoy obligada a escribir...”. En sus poemas brilla ese despojamiento de lo accesorio y la potencia de aquello que eligió hacer materia de su escritura. En su estética hay una permanente búsqueda de la precisión mediante la simplicidad, sostenida por un ritmo impecablemente musical. Y las repeticiones en sus poemas se ajustan más y más a aquello que quieren decir, lo remarcan, y después eluden ese centro con variaciones que no hacen más que ahondar la ausencia de ese centro. Que supiera tocar el piano, que supiera hacer música es un don que se transparenta en cada uno de sus poemas.
Nunca le gustó publicar porque consideraba que lo que hacía era parte de su intimidad, y se nota en su breve obra, breve –digo– para la enorme repercusión que tuvo, que hizo de su ámbito privado un espacio de escritura que ya no abandonaría nunca. Su recelo a publicar estaba vinculado a que ella no escribía con esa finalidad, quizás por eso en otra entrevista dijo: “... necesito decir algo; eso es compulsivo...”. Tal vez sin esa energía implacable que fue para ella el amor en sus diversas formas, no hubiera escrito esos poemas tan auténticos, en los que permanentemente se pone en riesgo. Sin embargo, ella resiste a través de esa voz que inventa y se desplaza de ese lugar de incomodidad al trastocar la experiencia en escritura. Nunca se quiso casar con Onetti, porque él, misógino y talentoso, exigía sumisión de una mujer, un silencio que para ella estaba demasiado lleno de palabras. Al pie de la mayoría de sus poemas figura la fecha y en algunos incluso el lugar donde fueron escritos: Las Toscas, Madrid, La Habana, Estocolmo, pero es notable descubrir la ausencia de Montevideo, su ciudad natal. Asombrosamente, en el balneario de Las Toscas, la mayoría de los habitantes desconoce dónde quedaba la casa de Idea, una casa que ella misma describió de manera continua: estaba sobre un médano, construida antes de que se hiciera la rambla. Le encantaban los médanos y sufría de asma, en sus últimos años estaba casi ciega y sus pulmones ya no le permitían respirar bien.
Idea conocía con mucha precisión cómo alumbrar los espacios vacíos, aquellos en donde puede hallarse la huella de una carencia. Así lo dijo en un poema que la pinta de cuerpo entero: “Ya no tengo / no quiero / tener ya más preguntas. / Ya no tengo / no quiero / tener ya más respuestas. / Tendría que sentarme en un banquito / y esperar que termine”. Hay en su voz una sensualidad combinada con una resignación aligerada por la brevedad del poema. Dicen que su obra es su autobiografía, dicen que era coqueta y que, cada vez más, coqueteaba con la idea de quitarse la vida.
Idea murió en voz baja, sin ningún revuelo: dicen que a despedirla a su funeral no fueron más de diez personas y casi nadie recordó que sus poemas ahondaban en aquellos momentos cuando las personas enmudecían o se quedaban con palabras imposibles en la punta de la lengua. Dicen que ella inventó un personaje, que se disfrazaba de Idea para escribir, que quiso convertir su vida entera en literatura, pero ¿acaso no hay un deseo más genuino que hacer de la literatura el lugar de una vida? En un poema del 2 de diciembre de 1985, cuando en Montevideo aún se respiraba el olor de la reciente primavera democrática, ella embiste con un poema lacónico y desencantado: “Qué queda / dos tres años / cuatro cinco / no más. / Y eso habrá sido / todo”. Vivió casi veinticinco años más y en su escritura hay hallazgos notables, casi siempre dialogando con un interlocutor imposible que es cada uno de sus lectores. Ella bordea lo indecible con un lenguaje punzante y breve como un haiku. Casi después de un lustro, el 14 de enero de 1990, escribe un poema en el que dialoga con dos de sus interlocutores más secretos, la muerte y su amante. Dice así: “Tanto que estuve amando / tanto tiempo / tanto que amé / que tuve / y que ya dejo / porque este mundo mío / ya no es mío / porque ahora abandono / y resigno / y me voy / y doy la espalda”. Si pudiera elegir una foto para la solapa de sus libros, foto que no tiene, por ejemplo, su obra completa editada por Lumen, debería ser una en la que ella estuviera de espalda: no porque no diera la cara, sino justamente porque dio la espalda.
Corrían los últimos días de abril de 2009 y poco antes de morir, Idea le escribió una nota a Selva, su empleada doméstica, en la que decía: “Si muero, nada de cruces. No morí en la paz de ningún señor, etc. Empresa Forestier Pose o Martinelli. Decir allí murió Idea Vilariño. Cremar”. Fue lo último que escribió, su propio destino de cadáver: convertirse en polvo, en cenizas, como Onetti, de quien dijo al enterarse que lo habían cremado en Madrid: “La persona que yo amé, ahora es sólo un poco de polvo”. Lacónica y precisa, así se fue, como una estrella volviéndose polvo.
Sabés
Sabés
dijiste
nunca
nunca fui tan feliz como esta noche.
Nunca. Y me lo dijiste
en el mismo momento
en que yo decidía no decirte
sabés
seguramente me engaño
pero creo
pero ésta me parece
la noche más hermosa de mi vida.
(La Habana, 1968)
O fueron nueve
Tal vez tuvimos sólo siete noches
no sé
no las conté
cómo hubiera podido.
Tal vez no más que seis
o fueron nueve.
No sé
pero valieron
como el más largo amor.
Tal vez
de cuatro o cinco noches como ésas
pero precisamente como ésas
tal vez
pueda vivirse
como de un largo amor
toda una vida.
(La Habana, 1968)
Ambos poemas están incluidos en Idea Vilariño, Poesía completa, Lumen, 2010, Barcelona.
Juan Pablo Bonino (1984) es Licenciado en Letras (UBA), docente de escuela secundaria y en junio sus poemas formarán parte de la antología Ropa vieja, editada por Textos intrusos.