jueves, 10 de octubre de 2013

En isla - La peti




Mosquitos

Esto pasa cuando vamos a dormir: ellos se acercan, cuentan un secreto, se van. Vuelven.

Hubo una época en la que no estaban, pero cuando cortaron los árboles aparecieron. Con cada rama y hoja que caía ellos se despertaban. Estaban escondidos, durmiendo, esperando a que alguien los llamara a su vida de mosquito.

A veces ponemos espirales o prendemos maderas para que el humo los espante. Pero siempre vuelven. Resisten. Tal vez es su modo de decirnos que quieren habitar este espacio. Les sacamos los árboles donde dormían y con la madera hicimos nuestras casas.

La madera tiene su propia memoria, sabe que una vez fue árbol. Tiene huellas impresas, todo en ella dice que antes de ser un trozo inmóvil tuvo vitalidad.

La madera de esta casa respira, se mueve. Cada tanto se la escucha crujir. Algunos piensan que es el viento que las mece y le hace decir cosas, yo creo que está llamando a sus mosquitos. Quiere recuperarlos, no porque los extrañe, sino para recordar que es madera de árbol, que tuvo esas vidas pequeñitas viviendo en ella.

Los mosquitos responden a su llamado, vienen hordas de mosquitos, salen de cualquier lugar. Emergen del pasto y cuando baja la tarde se acercan a recuperar su antigua casa.

Llega la noche y vamos a dormir, ellos persisten. Se acercan, hablan en zumbidos que no comprendemos, cuentan secretos que no estamos dispuestos a escuchar. Si pudieran tener voz humana, ¿qué dirían? ¿que les voy a responder si alguna vez me preguntan si estoy dispuesta a irme y devolverles la madera que les quité?


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Cuando las barcas se cruzan


I.


A cierta hora de la tarde hay una barca que va y otra que regresa. Los pasajeros que viajan en ellas siempre se saludan, esa es la rutina. Pero puede pasar que a veces dos barcas se crucen y cambien el curso de los acontecimientos.

Hoy, por ejemplo, cuando las barcas se cruzaron dos personas chocaron sus miradas. Cada una se había sentado en el mismo lugar, en espejo; se vieron y nadie percibió que dos vidas estaban a punto de cambiar.

Empezaron a tomar las barcas todos los días para verse en ese momento de cruce mágico. Pero no siempre coincidían, a veces una barca iba a un ritmo más lento y otra más rápido, entonces no había detención en el mismo momento, ni segundos concedidos a las miradas.

Sus vidas cambiaron, ahora no vuelven a tomar la barca sin antes prepararse, sin esperar la llegada del otro.


II.

Hubo también un viaje, especial: cuando las barcas se cruzaron dos mujeres idénticas se reconocieron. Ni siquiera tuvieron tiempo de decir una palabra, sólo pudieron señalarse y quedar con la boca abierta. Estaban vestidas iguales, llevaban el mismo peinado, tenían los mismo anteojos puestos. ¿Era algún reflejo extraño?, ¿es posible que cada uno tenga su doble dando vueltas por ahí?

Cosas así suceden a menudo cuando las barcas se cruzan.



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Isla

Desde que llegué el tiempo se detuvo, dejó de contar. La isla ejerce una extraña atracción sobre las cosas, como si liberara hechizos mágicos acá y allá y no pudiéramos hacer nada para conjurarlos.

Si estoy más de cinco días sin salir ya no estoy, permanezco. La isla absorbe, atrapa. No deja ir.

Hoy pensé en otra posibilidad: soy yo la que no deja ir a la isla. Quienes viven acá hunden la tierra con su peso, no quieren que se siga desprendiendo hasta irse flotando. Obligamos a la isla a permanecer, a que siga siendo isla.


Textos pertenecientes al libro En Isla, Editorial Tocoymevoy, 2013.