lunes, 11 de junio de 2012

Ray Bradbury

Es obvio que disfruto de escribir. Es la exquisita dicha y la locura de mi vida y no entiendo a los escritores que lo sienten como un trabajo. A mi me gusta jugar. Me interesa divertirme con las ideas, echarlas al aire como papel picado y correr bajo ellas. Si tuviera que trabajar, habría abandonado la escritura. No me gusta trabajar.

martes, 5 de junio de 2012

La administración del fuego (Jorge Nuñez)




El pasado 25 de Mayo, algunos afortunados fuimos testigos de la presentación "sorpresa" del libro "La administración del fuego", del poeta Jorge Nuñez.
En una emotiva presentación, se leyeron los siguientes textos alusivos al recomendable libro "La administración del fuego":




La administración del fuego

No hace falta llevar la cuenta. En estas setenta y siete páginas, la palabra ‘noche’ aparece varias veces, muchas veces, lo cual sin interpretar demasiado nos empuja a hablar de un libro nocturno. ¿Y de qué noche se trata? ¿De la simple franja horaria que media entre un día y otro día? ¿De la noche vacía y constante del hiperespacio? ¿La verdadera noche oscura del alma, donde, según Fitzgerald, son siempre las tres en punto de la mañana?
Tendrán que disculparme. Se me metió en la cabeza. No puedo dejar de ver en los poemas de Jorge Núñez una escritura que habla de la escritura, del acto mismo de escribir, de estar escribiendo, pasar un rato con la conciencia agazapada, frotando el lenguaje contra la realidad o contra sí mismo hasta sacarle alguna chispa. Oigo una voz que parece hablar de la noche como si ésta fuera suya, y creo que efectivamente lo es: la noche del poeta, noche privada, construida por él mismo a base de una espera... delicadísima. Así por lo menos leo yo uno de los poemas que abren el libro:

de murciélagos
que se hacen los muertos
para vivir
aprendí a esperar
a ver qué decide
sobre mí la noche
quieto tendido
como la empuñadura de un arma

Estado de atención (alguien escucha los ruidos de una casa vacía), de alerta minuciosa que exige ante todo quietud y silencio, otras dos palabritas que reaparecen a lo largo de estas páginas. Por otro lado, habla una voz. ¿De qué clase? Tal vez sea parsimoniosa, contenida, por momentos cavernosa y terrible, pero no nos olvidemos: es una voz en éxtasis, fascinada y espantada por su descubrimiento: el estado de escritura, una actividad que es también un lugar (pero fuera del espacio) y es también un tiempo (pero fuera del horario). Está fascinada por su propia capacidad de ejercer la paciencia. Está espantada como un chico que vuela de fiebre por primera vez y piensa “esto también soy yo”. Y para colmo está solo, solo, solo, sin grupos de gente alrededor y ni siquiera el recuerdo de una compañía, porque esta condición, para el poeta, es indispensable en su calidad de esperador. Es que no basta quedarse solo para alcanzar la soledad. A la soledad hay que perfeccionarla. Apretarse en un nicho donde quepa una sola conciencia. Esta carta de Rilke podría haberla escrito Jorge: “hace semanas que no pronuncio una palabra; al fin, mi soledad se cierra, y estoy en el trabajo como el carozo en el fruto”.
Los poemas de Jorge tienen para mí una virtud alucinante: dan ganas de ponerse a escribir. No para pedirle prestado un tema o copiarle una fórmula, sino porque acercarse su libro a la nariz es ya sintonizar con ese, llamémoslo así, estado nocturno que propone, y que no es sino un estado de atención receptiva a los menores movimientos del espíritu. Leemos, y ya estamos a un paso de estar escribiendo nosotros. Con el libro de Jorge en una mano y un lápiz en la otra nos volvemos ese francotirador del poema Las armas, aquél que tiende frente a sí un reguero de silencio y se dedica a esperar, insomne. (Habría que inventar el cuaderno y el lápiz que permiten escribir bajo el agua, para aquellos que únicamente bajo la ducha se admiten solos.) ¡Quién hubiera pensado que una espera podía cultivarse tanto! Es que tal vez haya palabras que aprendimos de niños y en las que aún se puede, aún hoy, descubrir un nuevo pliegue. ¿Hasta dónde puede significar una palabra? Esperar... esperar... esperar. Según Kafka, por la impaciencia perdimos el Paraíso, y por la impaciencia es que no volvemos a él. ¿Andará por ahí la ambición de Jorge y de todos los escritores que aguantan sin parpadear? ¿Recuperar algunas gotas del rocío del Edén? ¿Qué revelaciones traerá la noche? En el poema Otro incendio se dice esto: “llegar a ver entre rendijas / (una sola vez y para siempre) / la luz inescrita que se reduce a cero.”
Y parece que algo vio. Las secciones cuarta y quinta (Esquirlas y Corazonadas) son las más luminosas del libro. Antes, el poeta se vistió de minero, de marinero y de soldado, acostumbró sus ojos a la oscuridad y sus oídos al silencio, bajó a regiones subterráneas y se internó en montañas de basura. Ahora vuelve atiborrado de hallazgos, pepitas de belleza que hacen guiños sin que nadie las mueva. Y si no miren, miren este árbol que es y no es de este planeta:

recuerdo un árbol
recortado en el horizonte
y con estruendo su copa
desintegrarse en el vuelo
de cientos de pájaros espantados
fue la primera vez que vi
a un espíritu abandonar su cuerpo

Veinticuatro quilates de belleza, tan pura y concentrada que hasta una coma o una mayúscula podrían estropearla. Objetos de este mundo, pero vistos por dos ojos acostumbrados a la oscuridad de otro. ¿Se puede volver a ver un colibrí de la misma manera, después de haber sido invitados a verlo desde la óptica de Jorge Núñez? Pienso que estas dos secciones del libro bien podrían subtitularse como algunos de sus versos. Por ejemplo: “El sol a veces nos ilumina” o “Buscadores de tesoros” o “Fascinados por el destello” o “Todos incandescentes”. En general, son poemas celebratorios, donde se hace patente la afinidad de Jorge con su amigo Osvaldo Bossi, maestro en detectar la fragilidad de la belleza y la belleza de la fragilidad.
Observo en el poemario un movimiento que va de la oscuridad hacia la luz, no en términos anímicos o morales, sino en la lógica de un proceso. Primeramente el poeta se acomoda, nos da cuenta de un sitio que lo deja perplejo y describe también esa perplejidad. Luego, la belleza. Todos partimos de un punto único hace miles de millones de años; la mirada ultraperceptiva advierte hoy los vestigios de aquella gran explosión (de allí las “esquirlas” del título). Pero da gusto volver atrás, releer las páginas “oscuras” donde el poeta está probando, excavando, zarpando al vacío, atento a lo que quiera traer la noche de altamar que él mismo invocó. A veces también invoca tormentas, y remolinos, y naufragios. Sobre esa experiencia extrema habla el poema Bitácora: “sobreviví con lo que tenía a mano / mi idea fue verter en la botella el mar”. En la botella el mar... ¿No es ésta una descripción perfecta del hermoso fracaso de toda escritura?

Diego Materyn




* * * * * * * * * * * * * * * * 



El relámpago que huye

Sobre La administración del fuego de Jorge Núñez

Estos poemas imaginan un espacio anterior a la música y al silencio, una arquitectura tallada a mano, en donde cada objeto que se nombra es inmediatamente velado, como si un ciego quisiera descubrirlo estirándose el párpado, y sin embargo lo único que hay son fragmentos de sombras que se deslizan y huyen. En estos poemas, la experiencia de lectura, se trastoca y se convierte, en un viaje donde se atraviesan largas distancias a una gran velocidad. Quizá se podría decir que los textos están cubiertos por una capa de hermetismo, pero cuando se desgrana cada poema en una relectura, lo que se advierte es una condensación de sentido maravillosa que elude el significado y sin embargo, lo apuntala. Por eso en uno de los primeros poemas dice: “quieto tendido / como la empuñadora de un arma”. En la estética que propone Jorge Núñez en La administración del fuego, hay un extraño equilibrio entre tensión y reposo que desemboca en algo que es difícil de atisbar. Quizá pueda ayudarnos a iluminar estos poemas y alejarlos de la oscuridad, aquello que dijo Pedro Salinas: “La poesía se explica sola; sino no se explica. Todo comentario a una poesía se refiere a los elementos circundantes a ella, estilo, lenguaje, sentimientos, aspiración, pero no a la poesía misma. La poesía es una aventura hacia lo absoluto”.
Con un tono seco y agudo que tiene reminiscencias de impresiones de viaje, Jorge Nuñez construye poemas en cuyos pequeños universos se revelan aquellas imágenes que después de un tiempo de estar atesoradas en la memoria, vuelven a emerger para ocultar su significado, y poner en primer plano la imposibilidad de decir. Así en Lejos, dice: “no creí llegar nunca / a nada tan callado / ni que alguna forma de su herrumbe / me dijera decilo”. De este modo, estamos ante los límites que impone la inmersión en el lenguaje, por eso las imágenes en este libro relampaguean en el aire y a veces es díficil asociarlas a alguna acción narrativa, porque ésta, casi siempre está diluida por la fotografía que estalla en un primer plano. Hay un poema que tal vez ilustre lo que estoy diciendo: “está probado / que la luz y el sonido se distancian / a medida que atraviesan el aire / algo parecido pasa / cuando huimos por el estruendo / y nos quedamos atrás / fascinados por el destello”. Los poemas emanan una luz que se apaga apenas intentamos capturarla con el ojo, o quizá sea lo contrario, que el brillo que resplandece en los textos, haga del ojo un lugar enceguecido.
En este libro, la poética está ligada a una economía de la tala, como si buscara despojar a los poemas de cualquier elemento que no constituya su centro. Hay un extraño virtuosismo de la escasez, y de este modo, cada palabra adquiere una relevancia extraordinaria en una estructura que se tensiona y, a medida que se desmenuzan los versos,  revela una música muy personal. Así en Las hormigas, se lee: “en épocas de poda / la ciudad se cubre con la sombra / de los edificios más altos / abajo las hormigas / se agolpan en caminos estrechos / fervientes unas sobre otras / corren detrás de incontables mercancías / mientras tanto los árboles / se repliegan como discretos invitados / llevándose a las profundidas / lo mejor de nuestra primavera”. Acá, como en otros poemas del libro que son antológicos, se presenta un paisaje urbano, pero la mirada se posa en cada objeto como una máquina de registrar analogías, y así se despliega una imagen tras otra, hasta confluir en ese misterioro repligue final, donde también se acaba el poema, ya que todo ha sido, en un movimiento doble, arrasado y guardado.
A lo largo de casi todo el libro hay una percepción muy personal del detalle, algo así como si la tarea del poeta fuera descubrir los secretos efímeros que duran apenas unos segundos en la naturaleza, pero a diferencia de ésta, en la poesía, afortunadamente, el tiempo puede suspenderse, extenderse en una continuidad, y hacer de esa pequeñez, un universo formidable. De este manera, surge un modo de mirar cuya finalidad es detener aquello que huye. La quinta parte del libro comienza con un poema titulado Colibrí, lo cito: “lo dulce en el fondo / de la flor / no tiene desperdicio / pero llegar con una mínima lengua / aprovechar toda la oportunidad / el cáliz / sin tocar los pétalos / a duras penas alcanza / para reponer lo que se pierde / en el esfuerzo de mantenerse / en vilo / ese pico curvado no sabe cantar / no dice lo que arriesga / en su lucha aérea / ni explica qué lo sostiene / más allá de sus alas / todas esas cosas suspendidas / sobre la tierra / su denodada belleza / debatiéndose por permanecer”. En este poema los versos demoran la escena, la estiran, la vuelven infinita, como si se intentara distorsionar la fugacidad de un hecho breve y hacer de él, una larga película, porque es como si quisiera decir que la duración de un instante no depende del tiempo de los relojes, sino de la intensidad de la impresión y del vínculo que tengamos con ella.
Los poemas de este libro están construidos a partir del contrapunto maravilloso entre una sintaxis cristalina y de versos generalmente breves, junto a un hermetismo que por instantes se rompe y relampaguea, y prodiga la luz donde refulge el sentido apenas un momento, para después apagarse en la espesa oscuridad que los hace retonar al misterio.

Juan Pablo Bonino


Más sobre el autor: www.jorgenunez.com.ar

jueves, 31 de mayo de 2012

Jorge Nuñez



BITÁCORA 

aunque mi derrotero no haya sido heroico
y de hecho no conozca más que
estas cuatro paredes
así y todo aprendí
a guiarme con las estrellas
a dormir atado para no perder el rumbo
la barba helada
cerca de los témpanos del sur

resulta sorprendente la distancia
el fragor de aquellas noches en la cubierta
oscilante y resbalosa
y las rémoras volcadas por la borda
que siguen pesándome
aún desde el fondo del mar
como si todo itinerario
estuviera hecho de renuncias

lo cierto es que llegu;e al punto
de querer inventar un puente
o una persona a quien mirar a los ojos...
(tarde o temprano todos escribimos
desde un lugar remoto
con la sola esperanza de que alguien
se acerque a rescatarnos)

sobreviví con lo que tenía a mano
mi idea fue verter en la botella el mar
y su inclemencia
asegurar una tapa hermética
y lanzarla con toda mi fuerza
para quedarme viendo
cómo se perdía en el horizonte

* * * * * * * 

CORAZONADA 

es el alrededor que busca
la guarida de un cuerpo
cuando viene tormenta
y son los perros
que ni tomaron agua por seguir
un rastro distinto
al de los huesos derrumbados
de siempre

vayámonos
ahora que el viento empuja desde adentro
y algo más quiere tirar de este trineo
salgamos del plan y del pellejo
no alcanza con no robar
y mantenernos calientes
ningún espíritu debería
devolverse intacto

buscadores de tesoros
arriesgan
a llegar más allá de la tierra de tornados
donde el agua cae sobre el agua
y los perros vuelven a jugar

Del muy recomendable libro La Administración del Fuego (2012)

lunes, 21 de mayo de 2012

La Pared (Irene Gruss)

invita a Ud. a la presentación de

LA PARED, un libro de IRENE GRUSS


*****

Fecha: Jueves 24 de Mayo de 2012

Hora: 19.30

Lugar: Casa de la Lectura (lavalleja 924 - Capital Federal)


·         Con la participación de Osvaldo Bossi y Martín Maigua, en diálogo con la autora.


·         Lectura a cargo de Irene Gruss

·         Brindis



Sobre el libro 

La pared es el noveno título que presenta Editorial Nudista dentro de su catálogo. Poemas que nacen de una voz contundente y reveladora, quien se para frente a lo impenetrable y le habla, dialoga con su silencio. Jorge Aulicino escribe en el prólogo: “Si se debiera acudir al epítome de la poesía nacida en los setenta en Buenos Aires y de su despliegue, habría que leer, entre unas pocas opciones, la poesía de Irene Gruss. Antes de la guerra, fue poesía de posguerra. Allí se habló y se habla de las cosas en su espíritu, más que del espíritu de las cosas. Todo es aquí azar convertido en convencimiento”.




“Hay quien escribe poemas

en un muro y luego se despide, tira

la carbonilla a un lado.

Lo mío es hablarle siempre a la pared,

antes que la derrumbe un fuego

o el tiempo simple.



Ah, ilusa,

empecinada en atender lo que calla,

lo que dice”.


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Acerca de la autora 

Irene Gruss es argentina, nacida Buenos Aires, en 1950. Integró las redacciones de las revistas literarias El escarabajo de oro, El ornitorrinco, El juguete rabioso; asimismo, colaboró en distintas revistas literarias como El lagrimal trifulca (Rosario, Santa Fe), Crisis, Diario de Poesía, La danza del ratón, Plural (México), etc. Poemas suyos han sido publicados también en distintos medios como La Opinión, Tiempo argentino, Clarín, La Nación, La Capital de Rosario, El Litoral (Santa Fe) y otros en Tucumán, Santa Fe, San Luis, Chubut, Neuquén, etc. Publicó La luz en la ventana (Ed. El escarabajo de oro, 1982); El mundo incompleto (Ed. Libros de Tierra Firme, 1987); La calma (Ed. Libros de Tierra Firme, 1991); Sobre el asma (edición de la autora, 1995); Solo de contralto (Ed. Galerna, 1998); En el brillo de uno en el vidrio de uno (Ed. La Bohemia, 2000); La dicha (bajo la luna editorial, 2004), todos ellos, género poesía. La nouvelle Una letra familiar (2007) y la obra poética reunida La mitad de la verdad (2008) también fueron publicadas por bajo la luna editorial. La antología Poetas argentinas (1940-1960), recopilación, selección y prólogo de la autora, guarda el sello de Ediciones del Dock, 2006.

Recibió, en 1975, el Primer Premio a obra inédita otorgado por la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires y, en 1986, el primer premio en el concurso auspiciado por la Biblioteca Cornelio Saavedra. Coordina talleres y clínicas de poesía desde 1986; bajo el auspicio del Fondo Nacional de las Artes, ha dictado talleres en distintas provincias del país, como Tierra del Fuego, Río Negro, Chubut, Santiago del Estero, Corrientes y Entre Ríos. Desde 1986, también ejerce el oficio de correctora y productora editorial.

Actualmente, edita los blogs elmundoincompleto.blogspot.com (el mundo incompleto) y lamitadelaverdad.blogspot.com (casta diva). Le hablo a la pared.

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Nudista es un proyecto editorial y de producción cultural, autogestionado, que nació en Córdoba en junio del 2010. Hasta el presente ha publicado los títulos: Despiértenme cuando sea de noche (cuentos – Fabio Martinez), 1027 (poemas – Eloísa Oliva), El mundo no es más que eso (poemas – Martín Maigua), Vida en Común (poemas - Pablo Natale), Casa de Viento (poemas – Osvaldo Bossi), Newton y yo (poemas – Marcelo Daniel Díaz), Cielos de Córdoba (novela – Federico Falco) y Unos días en Córdoba (crítica – Juan Terranova). Además, produce el ciclo de encuentros literarios llamados lecturas Q. Más información en www.editorialnudista.com.ar



lunes, 7 de mayo de 2012

Homenaje a Daniel Oblitas


Homenaje a Daniel Oblitas

Leen:
Osvaldo Bossi
Martín Vazquez Grille
Martin Sanchez
Joaquin Oreña

Canta:
Lucila Dominguez

OTRA LLUVIA
Bulnes 640
Almagro

Viernes 11 de Mayo, 20 hs.

jueves, 3 de mayo de 2012

El Pescador


El ruido de los ríos, de Andrés Lewin
(En el aura del Sauce. 2011) 

Según el escritor Eduardo Galeano, quién escribe lo hace para reunir sus retazos. Durante nuestra infancia, la iglesia, la familia y la escuela nos enseñan a divorciar el alma del cuerpo, y también, la razón del corazón. Frente a esto, Galeano nos recuerda a unos pescadores de la costa colombiana quienes, al parecer, inventaron la palabra sentipensante. Esta palabra busca nombrar la verdad completa. El ruido de los ríos bien podría formar parte de este dialecto mítico que soñaron los pescadores colombianos, porque abreva en una forma sentipensante de percibir el mundo. Como dice el epígrafe de Yupanqui, al inicio del libro: lo que adentra la cabeza / de la cabeza se va / lo que adentra el corazón / se queda y no se va más.

Andrés Lewin nació en Buenos Aires en 1978, y éste es su primer libro. Desde El ruido de los ríos, a partir de su título incluso, podemos pensar que la figura del poeta asume la máscara de un pescador. Se trata, creo, de un pescador tranquilo, sentado a la vera de su propio afluente emocional y en plena celebración; lo que hacemos al leerlo es escuchar su silbido, su canción atónita. ¿Y qué celebra ese ruido? No quiere alabar lo excelso sino más bien lo incompleto, un modo de ser imperfecto que tiene -si observamos con atención- todo lo que realmente existe; en El ruido lo imperfecto emerge con parsimonia, refulgente en su pequeñez, como en estos versos del poema “El artesano”:

Ángel estrella
se rasca la espalda.

Le duelen
las cicatrices heredadas

resabios 
de un legado de derrotas.

No se resigna
Escapa.

Como toda estrella
se sabe sólo un punto

pequeño
muy pequeño.

Pero el brillo
esa es su revancha.

A partir del cauce que van configurando los versos, es posible escuchar el rumor de un continuo anhelo: una sed de reconciliación. Hay brillo, y también revancha: el yo lírico aparece como una voz pausada, eminentemente oral, que desea redimir de su nimiedad a los curiosos personajes para quienes canta sus poemas. Y llega, en esta especie de búsqueda inmóvil, en esta pesca de personajes y redenciones, a gestar un pueblo entero, un pueblo con Tadeos y con Aúnesposible, con Trankipankis y Jacintos, con Ángeles Estrellas, amparados bajo el aura de su eco indulgente. 

Hay quien busca en un río la compasión y la compañía de un espejo. De alguna forma, en El ruido de los ríos los personajes que el autor rescata se asemejan también a ciertos lectores de poesía, o mejor aún, a cierto modo de acercarse al género: la poesía para quien la lee como el amparo del eco indulgente. Aunque sea terrible el subject, como por ejemplo en el drama y los chirriantes estertores de ese artefacto imposible que es la familia, a la manera de Sharon Olds, ó incluso en los poemas malditos de Lautremont; los leemos -entre otras cuestiones- porque nos sentimos menos solos. Cierto modo de acercarse a la poesía me hace acordar a las voces de este libro, y también a aquel capítulo de Band of Brothers: we stay alone together

También, podemos pensar El ruido como una imagen. Habría que imaginar en primera instancia un cuaderno, un viejo cuaderno de notas. En él, Figuras, paisajes de libreta personal, reunidas un poco azarosamente, dibujadas a los fines de un rescate emotivo. Escribo esto y me viene en mente Ricoeur, cuando hablaba de Lo Dicho en el decir. Ricouer sugería una forma de la memoria, que es también una forma de escritura: como si todo lo que ocurriese alrededor nuestro no hiciera más que desbordarnos, una y otra vez, y nosotros, de ese enorme continuum que nos supera -cada cosa que vemos ó escuchamos, incluso las más superfluas: el decir, incesante- no pudiésemos sino elegir algunos pocos fragmentos, que aparecen resaltados, fluorescentes en nuestra memoria, justamente Lo Dicho del decir. El ruido son esos fragmentos dispuestos en clave poética y a la vez la chance de espiar ese cuaderno de bosquejos, de imágenes garabateadas. En este caso en particular, lo que para otros puede ser un mero ruido, una nimiedad más o menos insignificante, en El ruido surge en cambio celebrado y enaltecido, ocupando el centro de la escena. Como si nadie se ocupase de esos personajes, esas voces que el libro bosqueja y protege del olvido. El libro remixa la selección cotidiana, que suele excluir a los Jacintos y Tadeos. 

En definitiva y a la larga, en El ruido de los ríos un pescador se revela como un oculto demiurgo. A la vera de cada poema, el poeta deviene un creador de voces en la orilla, como en aquel verso de Gómez Jattim: Soy un dios en mi pueblo y mi valle / no porque me adoren sino porque yo lo hago. Si el poeta es un pescador, y el pescador un pequeño y piadoso dios, digamos a su vez que este río de los ruidos es una demorada travesía sonora que recorre y nombra a su paso un modo de dibujar y de escuchar, un particular modo de percibir nuestra América Latina.


Patricio Foglia

Reseña aparecida en la recomendable revista virtual "NO RETORNABLE" (http://www.no-retornable.com.ar/v11/nuevo/foglia.html)