sábado, 31 de julio de 2010

107 Faunos // Creo que te amo

No tiene nombre ese sentimiento que cruza confianza e inseguridad, calma y desconcierto, drogas y caramelos Sugus confitados. No hay como describir el amor en su instancia más dubitativa y fanatizante a la vez.

Ante esta corazonada valiente e infantil, 107 Faunos deciden enfrentar al resto del mundo a mano alzada, decorando con delicadeza de barra brava y cariño provincial trece irresistibles arengas musicales.

La sustancia de cada canción demuestra desarreglo y vitalidad, en un ida y vuelta interminable de y hacia grupos como Pavement, Grandaddy o Neutral Milk Hotel, el bienaventurado indie rock americano: melodías irresistibles, ternura de guitarras incontinentes, coros a pedir de boca.

La poética de cada tema descubre un universo personalísimo, un micromundo observable desde una montaña, bajo la arboleda o sobre la autopista. Pequeñas victorias, fracasos del día, choques y accidentes geográficos, el miedo, los amigos, Scottie Pippen y el amor como ese efecto reparador y tormentoso a la vez.

Creo que te Amo, el segundo disco de 107 Faunos, es un logro que se mide y valora con la paciencia, el encanto y la ansiedad de todo lo que puede ser.

Descarga Gratuita: http://www.107faunos.com.ar/

Fernando Graneros

miércoles, 28 de julio de 2010

una percusion eterna




Arrancar


Escribo con el pesar que dicta una rotunda serie de imposibilidades, algunas de las cuales se enuncian del siguiente modo: mi desconocimiento de la inmensa mayoría de las aristas que se escapan a la hora de proponer una cuestión, cualquiera que ésta sea; mi desconocimiento no menor de las aristas propuestas y su profundidad, y lo mucho que puede decirse acerca de ellas, y por ende su potencialidad; mi propensión al balbuceo, al redondeo que nunca termina de cerrar nada; la falta de tiempo para leer, la falta de voluntad para gestar ese tiempo, la obligación de escribir otra vez para la facultad, la secreta sensación de que a nadie le interesa lo que escribo, la traducción matemática que va desde una serie de preguntas y apuestas de lectura que van surgiendo a lo largo de la misma hacia un mishero número en una libreta provisoria; la incapacidad de escribir algo digno de ser leído.
Sin embargo, escribir a pesar de todo implica animarse: darse ánimo, un soplo que viene de la popular de uno mismo y se da aliento y vida. Este también es el aguante, la idea-fuerza que retumba en el aunque ganes o pierdas. Arrancar implica dar un ínfimo salto que va desde la nada de una página en blanco hacia algo que puede, o no, tomar vuelo propio: esa pequeña intuición y ese pequeño anhelo que supone que escribir a lo mejor significa algo, incluso en términos políticos.


Metáforas de revolución


Una pregunta ontológica por la revolución excedería con creces los limitados alcances de este escrito, y aún más de quién esto escribe. No rechazo de plano preguntarse por el ser de la revolución, o al menos por la cuestión de su ritmo, de su metonimia. Pero a mí, en un día de julio de 2010, se me escapa de las manos. Puedo entonces tratar de llevar un poco de agua para ese molino. Aportar a la causa, digamos. Propongo hacerlo con el diccionario a mano. Aunque sea un recurso añejo, y utilizado. Me interesa muy poco ser vanguardista, dicho esto en todos los sentidos posibles. Busco y encuentro que, según la RAE, revolución implicaría en primera instancia: “1. acción y efecto de revolver o revolverse”. El segundo sentido refiere a un “cambio violento en las instituciones políticas, económicas o sociales de una nación” . Otros sentidos en cierta medida menos utilizados que indica el diccionario son:
3. f. Inquietud, alboroto, sedición.
4. f. Cambio rápido y profundo en cualquier cosa.
5. f. Astr. Movimiento de un astro a lo largo de una órbita completa.
6. f. Geom. Rotación de una figura alrededor de un eje, que configura un sólido o una superficie.
7. f. Mec. Giro o vuelta que da una pieza sobre su eje. (Cfr. http://buscon.rae.es/draeI/SrvltConsulta?TIPO_BUS=3&LEMA=revolucion)

Con estas mínimas acepciones ya podemos ir entrando en el tema que voy a proponer para comenzar, para arrancar. Teniéndolas presente, llevando estas acepciones en el bolsillo. Porque pueden ir apareciendo. Por lo pronto, mi intención será tratar de rastrear las nociones de revolución que emerjan de la conocida novela de Andrés Rivera, La revolución es un sueño eterno. Será éste el punto de partida, el puerto desde el cual, si la inspiración no falla, será posible configurar alguna mínima deriva. Partir de las ideas de revolución en ese libro para ir derivando en algo todavía no previsto, aunque no por eso necesariamente importante ni novedoso. Ni más ni menos que un globo de ensayo, que se suelta y levanta vuelo; si acaso, como los de navidad y año nuevo, con toda su carga de bonita innecesaridad, de inutilidad ígnea y efímera. Vamos.


El título de esta novela


El libro en cuestión se llama La revolución es un sueño eterno. Plantea ya desde el inicio una metáfora digna de mención. Parece ser la respuesta a la pregunta ¿qué es la revolución? Es un sueño eterno. ¿Y qué es, podemos plantearnos, un sueño eterno? Un sueño eterno es un anhelo, una sed, un fervor, un deseo. Un sueño eterno es una utopía, un modo quijotesco de ser en el mundo. Pero no sólo esto. Un sueño eterno también es el último de los sueños, el descanso final, la muerte que todo lo enluta. Descansa su sueño eterno: Rest in peace.
Estamos entonces por una parte en camino hacia un horizonte que nos llama, que nos convoca, que nos enciende y nos incita a desplazar las fronteras de lo posible: trastocar el orden de lo dado, volver posible lo imposible, aquello de revolución, revolución, cantaban las furiosas bestias ; pero, al mismo tiempo y por otra parte, estamos en el sueño eterno, en el final de un recorrido, en la quietud más o menos desconsolada de un velorio. Del cálido fervor al frío de una sala velatoria. Desde el título nos encontramos al mismo tiempo camino hacia un útero y en la podrida tierra de un cementerio.


Dos epígrafes


Los epígrafes con los que inicia la novela denotan un diálogo controversial entre dos citas. Nada menos que Perón y Lenin. Perón, y su atmósfera irreal de lluvia y despedida. Lenin, que aparece en segundo término, y en este sentido no sólo dialogando polémicamente sino incluso contestándole a Perón: Todo es irreal, menos la revolución. En este sentido, conviene señalar otra cita que se suma, una cita no dicha a lo largo del texto pero que aparecerá una y otra vez. La única verdad es la realidad, decía el General. El General decía muchas cosas, era una gran caja de resonancia, una inmensa montaña de citas. Ésta es una de las mejores. El éxito de su liderazgo, de su sonrisa y su cariño paternal, de su mágico carisma puede entenderse, creo, también a partir de esas citas, de esa línea bajada por el General y de la cual se aferran, bajo la cual se amparan tantos tan distintos. Es una forma posible de pensar la cuestión. El carisma y las citas, y las frases memorables, y pienso que con Maradona ocurre algo similar. No creo que esto sea casual. Decíamos que el General decía que la única verdad es la realidad. Hay quienes ven en esto un gesto aristotélico, e incluso quienes entienden que el espíritu de Hegel sobrevuela la frase. Feinmann hablaba de las lecturas de Perón, del Perón lector de Clausewitz, y de la resonancia de Hegel en esos escritos. La lectura que la novela propone es otra: la verdad difiere de la realidad. Decir la única verdad es la realidad implicaría volverse profundamente conservador. Valgámonos de una cita de la novela:


En esas desveladas noches de las que te hablo, pienso, también, en el intrasferible y perpetuo aprendizaje de los revolucionarios: perder, resistir. Perder, resistir. Y resistir. Y no confundir lo real con la verdad.


Allí está ese rechazo a la postura de Perón, la discusión con una de sus citas más célebres, que no aparece explícitamente en la novela o mejor todavía: aparece pero negada, invertida, subvertida. La verdad no es lo real en la pluma de Castelli. Ni debe serlo. La pluma de Castelli discute, sublime y anacrónicamente, con Perón.
Es interesante en este punto focalizar en el apartado XXIII del primer cuaderno, en dónde leemos la discusión entre Álzaga y Castelli. Lo que leemos lo leemos siempre mediado por esa voz enfática, repetitiva, cuasi monocorde y al borde de la locura que es la voz de este Castelli. Ya volveremos sobre este punto, sobre el tema de la locura. Y en más de una ocasión. Por ahora retengamos el hecho de que Castelli y Álzaga se inscriben en tradiciones disímiles: Álzaga preferirá el Cantar del mío Cid, en donde puede leerse que los españoles son buenos vasallos cuando tienen un buen señor . Este sería entonces el linaje en el cual se inscribe Álzaga. Castelli, por el contrario, lee otro libro: el Quijote. Lo señala del siguiente y sugestivo modo: leo un libro interminable, el Quijote . Ese libro, que se subraya como interminable, y por ende inagotable, siempre inacabado y por acabar, se inscribe en una de las acepciones posibles de revolución que maneja desde el título mismo la novela que estamos analizando. El Quijote es la figura del sueño eterno, del vivir loco y en pos de un cierto horizonte anhelado. Del vivir loco y, como dice el Quijote, de morir cuerdo. Pero esto Castelli no lo lee, porque el Quijote de Castelli es inagotable en este sentido también, en el sencillo sentido que supone que Castelli no terminó de leer el Quijote, y entonces no leyó aquel vivir loco y morir cuerdo del final. El Quijote es inagotable, tanto como su gesta utópica. Y también es inagotable en este otro sentido, y por ende puede pensarse que el final no fue leído. Porque no es la idea que este Castelli tiene en mente, a este Castelli no le interesa ni morir ni vivir cuerdo. Cuerdo es aquel que cree que la verdad es lo real. Y él se muere, se va muriendo pensando justamente lo contrario. Lo real es lo que está llamado a ser subvertido. Una propuesta en espejo, subvertida y subversiva: lo real no es racional, lo real no es la verdad. No puede serlo. De serlo, no hay necesidad de revolución. Y la revolución es aquello a lo que Castelli aspira, anhela, desea con fervor. La verdad es lo racional, y es lo que debe ser, y no lo que hoy es. Debe ser verdad, debe ser racional, no es lo real hoy, pero lo será tal vez mañana. Creo que por acá pasa gran parte del sustento de esta escritura de la locura que es la voz de este Castelli. Porque si lo real aparece como lo racional y lo verdadero, y utiliza esas máscaras, entonces un discurso desde la locura, una escritura insensata y poco cuerda aparece como su más clara y enérgica contrapartida. Y sin embargo, Álzaga también está loco, en tanto también habla de sí mismo en tercera persona:



¿De qué se ríe, doctor? ¿De que mencione al Maligno? ¿De que Álzaga se parezca a esas viejas brujas a las que no se les va El Maligno de la boca? Los buenos vasallos entenderán cuando les hable de El Maligno .


Álzaga habla de sí mismo como de otro. Y señala, sobre el final de este apartado, que Buenos Aires tiene más locos de los que necesita. Y amenaza: Dígale eso a sus amigos. Tenemos entonces dos discursos enarbolados ambos desde la locura, y en abierta confrontación. Enfrentados: Álzaga, al cual no se le va el Maligno de la boca; Castelli, con un cáncer de lengua. La locura los equipara al tiempo que los opone.
Como decíamos, la contrafigura del Quijote inagotable es el mío Cid, en donde se habla de un señor dueño de la vida y la muerte. En la lectura propuesta, la novela buscaba refutar a Perón -al menos al Perón del epígrafe y también al de la cita no dicha pero que sobrevuela todo el libro-, y esa refutación se escribe en este punto como un rechazo a la posición de Álzaga y a su tradición inscripta en el mío Cid. Este Quijote inagotable se opone por igual a Álzaga, al mío Cid, al señor de la vida y de la muerte y de las grandes frases, al Maligno y a Perón. Y, en su oposición, los iguala. Álzaga, luego Rivadavia, en la boca El Maligno, las frases de Perón, son todo lo mismo en tanto se oponen al Quijote inagotable. Esa oposición los agrupa. Aunque ellos, llamémoslos Álzaga y Castelli, también sean trágicamente simétricos. Esto no significa que todo dé igual ni el triunfo de ningún tipo de relativismo; sólo corroboro la existencia de estas estructuras en la esta novela. Y, es más y para adelantarme un poco, entiendo que éstas simetrías terminan generando un efecto disímil del anhelado por el propio texto. Pero dejemos esto para más adelante.


Señalemos por ahora que las dos tradiciones en disputa se erigen a partir de tradiciones literarias, lo cual enriquece la idea de verdad con la cual trabaja la novela. Porque, a la hora de oponer dos visiones diferentes de lo que debe ser y de lo que efectivamente es, se utilizan nada menos que dos ficciones, y como ya señalamos, a partir de dos discursos que se saben no-cuerdos. Que están, de algún modo, al borde de la locura. Con relación a la idea de ficción, conviene recordar a Saer, quién señalaba que la verdad no era necesariamente lo contrario de ficción. Según Saer,


(la ficción) no vuelve la espalda a una supuesta realidad objetiva: muy por el contrario, se sumerge en su turbulencia, desdeñando la actitud ingenua que consiste en pretender saber de antemano cómo esa realidad está hecha.


Desde esta perspectiva una ficción no sería entonces una reivindicación de lo falso sino más bien un tratamiento específico del mundo, un medio eficaz para abordar las complejas relaciones existentes entre lo llamado falso y lo llamado verdadero. Un espacio de entrecruzamiento crítico entre lo falso y lo verdadero. Considero pertinente analizar la revolución es un sueño eterno desde este marco conceptual, antes bien que leyéndola como un imposible intento por capturar una verdad histórica que nos fue vedada, antes bien que leerla como una novela histórica. No me parece que sea una novela histórica. Entiendo esta novela como una ficción, en discusión con una serie de debates eminentemente nacionales. Una discusión en la que a veces, por cierto, aburre y rezonga, como un viejo calvo esperando cobrar la jubilación, y la muerte. De todos modos, me parece que la noción de ficción de Saer es apropiada para dar cuenta de qué es "la revolución es un sueño eterno". Una ficción, obviamente. Pero también una manera de parapetarse en términos políticos, nada menos.


XXV capítulos de un cuaderno de tapas rojas


Son veinticinco capítulos los que componen el primer cuaderno, de tapas rojas y duras, en el cual Castelli escribe. Ese número, el 25, no parece ser azaroso. Tratándose del orador de la Revolución de mayo, de un siempre presente 25 de mayo de reuniones y muchas idas y vueltas y lluvia y pistolas. La coincidencia es un detalle, y es medianamente obvio. Por otra parte, -insisto- no me interesa en lo más mínimo si Rivera eligió o no dar con esta coincidencia; sencillamente destaco su innegable existencia, y lo estético de su concreta semejanza. Otra obviedad: el hecho de que en mayo, por este lado del mundo, es otoño. Bien, la incidencia de las estaciones del año en el relato también permite que emerja otro sentido, hasta aquí no señalado, de revolución. Leemos que en el capítulo XV se configura una Buenos Aires aplastada por el verano austral:


Castelli era joven, bajo el sol del verano que calcinaba a Buenos Aires, una ciudad blanca y chata que se miraba en las cartas marinas



Corresponde esta parte del relato a un momento en el cual la primera invasión inglesa ya había sido vencida. No se trataba de cualquier momento sino de uno muy particular puesto que había clima de festejo, de carnaval. Ahí, un joven Castelli, se acostaba con Irene Orellano Stark, es decir, con lo más granado de su tiempo. Luego, al menos si ordenásemos la novela no como viene dada sino cronológicamente, tendríamos la segunda invasión, el invierno de julio de 1807. Antes, el intento moreniano de liberación, vía encuentro con Beresford, que se narra en apartado XVI del primer cuaderno: en verano, al calor de un fervor revolucionario. Luego, el mencionado otoño de mayo. Por último, el invierno del presente en el cual la poco cuerda y bastante lúcida voz de Castelli narra. Incluso más que poco cuerda y lúcida voz de Castelli: el doctor indica que deben operarlo, que deben cortarle la lengua: sus cuerdas vocales. La ligazón con todo tipo de cordura estará escandida. Castelli narra en un presente que es en invierno, en las vísperas del final, leyendo al Quijote incesantemente aunque no hasta el final, sino sosteniendo su locura, sin el morir cuerdo. Y sin las cuerdas vocales. Ahora bien, estas especificaciones estacionales, este verano de carnaval, invierno de las segundas invasiones, verano de las negociaciones previas, otoño de la revolución e invierno del final ¿desempeñan alguna función? Entiendo que sí, y no la de meramente dar cuenta de que la historia busca darle un sustrato de realidad tal que nos permita percibir que se desarrolla en la tierra, y que la tierra gira sobre sí misma con una cierta inclinación y alrededor del sol y por esto hay estaciones. Hay estaciones porque es una historia con cierto grado de realidad, Castelli no está en Marte. Claro. Pero no sólo eso. Las estaciones funcionan a la vez a la manera de una escenografía, una especie de telón de fondo que acompaña y a la vez genera la tensión dramática de cada escena. Como cuando llueve de costado en las películas, y el protagonista está triste porque algo grave ha pasado. Tampoco es descartable el hecho de que la noche sea más larga en invierno y el día más largo en verano. La fría noche de invierno es la escenografía en la cual escribe Castelli. Desde su cuarto sin ventanas, con hielo en su cuerpo.


Escribí: somos oradores sin fieles, ideólogos sin discípulos, predicadores en el desierto. No hay nada detrás de nosotros; nada, debajo de nosotros, que nos sostenga. Revolucionarios sin revolución: eso somos.




La historia de una carencia



Y en este sistema de estaciones como escenografías, la revolución se da en otoño. No es una revolución de verano, de calor y cuerpos gozosos sudando y festejando en la multitud. Al revés, y para peor: llueve. Es una revolución incompleta, no resuelta, que supone la historia de una carencia. Esta es justamente la historia que el propio Castelli dice escribir. Y ¿cuál es esa carencia? Lo que pareciera faltarles a estos jacobinos es una burguesía dispuesta a hacer la revolución, dispuesta sin más a cagarse en todo símbolo del antiguo régimen. O bien porque no existía, lisa y llanamente; o bien porque no eran más que unos escasos mercaderes sin otra nación que la patria de la ganancia. Porque Castelli se acuesta con Irene, lo más granado; y con Belén, lo más bajo. Pero no le pertenecen. Y María Rosa será la más leal de sus amigas, pero será la única, y no será ni más ni menos que eso. Carencia también y a la vez de unas multitudes que no sean tan cagonas. Que sean y no sean, al mismo tiempo, tan cagonas. Otra vez la idea del aguante, del aunque ganes o pierdas / no me importa una mierda, de la ausencia de las furiosas bestias cantando al grito de revolución, revolución. Las tribunas están vacías, es una jornada triste y amarga -como un cáncer en la lengua- y Castelli y la revolución se nos van a la B. Y no estoy pensando en barrabravas; me parece importante aclarar este punto. No es el tipo de hincha que me interese. Un barrabrava prácticamente no mira el partido, suele estar de espaldas al mismo, y busca adquirir un protagonismo inusitado, muchas veces mayor que su propio equipo y el partido en juego. Y revende entradas, y tiene todo un bonito circuito comercial en muchos casos for-export. Los barrabravas argentinos, ó al menos los que conozco, los muchachos de la Butellier, y como ellos muchos barrabravas argentinos, que tienen un know-how, y pueden exportarlo, y de hecho lo hacen. Me alegra por ellos y por su incidencia en el PBI. Suelen ser mercenarios, y les da lo mismo Tinelli y Miele que el padre Lorenzo Maza. Un instrumento apropiado para cierta forma de construcción política. Y poco más. En cambio, me refiero a otro tipo de hincha, estoy pensando en otra cosa, en la película el hincha, en una versión del hincha encarnada por Discépolo

-¿Para qué trabaja uno si no es para ir el domingo a romperse los pulmones en la tribuna gritando por un ideal? ¿O es que eso no vale nada?, se pregunta el hincha

-¿Y qué te dan por sufrir tanto?, pregunta su madre

-¿Cómo qué me da? ¿Y a usted qué le dieron por tenerme a mí? (Cfr. http://www.youtube.com/watch?v=Vp-9wRykGuY&feature=related)

Ni siquiera, en cierta medida, la propia familia les hace el aguante, tal el caso de Ángela , no así de Pedro Castelli, que continúa la senda a su manera. Y el tema de los familiares, de los lazos afectivos, y se trata de una cuestión que parece constituir un género propio en nuestra nación: el devenir gaucho de los guachos, la ida y la vuelta del Martín Fierro y sus hijos, la lucha de las madres y abuelas de plaza de mayo. Son los lazos familiares los que definen, por presencia o ausencia, buena parte de los cambios más radicales y profundos de la vida política argentina.
Y en este caso, por ausencia. Es una revolución prácticamente sin hinchas, sin hijos ni sobrinos ni primos -aunque esté Belgrano, aunque esté Castelli-. Ni hermanados siquiera, ni hijos de su legado. Y este Castelli, en este punto tan PO, tampoco hace la más mínima autocrítica a este respecto (muchas de las agrupaciones de izquierda en la facultad se dedican a esto, al goce masturbatorio que consiste en señalar a la realidad no sólo como oprobiosa y nefasta -cuestión en gran medida acertada, tanto como su denuncia- sino además como errónea: es la propia realidad la que se equivoca, es el mundo el que ha vivido equivocado, ellos no, nunca; crear dos tres cien reproches y ninguna autocrítica, esa parece haber sido la consigna; pero la vanguardia es así… y por ahora, say no more). Castelli: en su escritura que repite, que repta y que vuelve una y otra vez sobre idénticos enunciados, nunca se pregunta si habrá hecho algo mal; si habrán, quizás tal vez, fallado en algo. Son los otros los que se cagaron, pero Castelli no. Como el negro Segundo Reyes que dispara contra los ingleses y se caga encima . Pero dispara al menos, a pesar de estar cagado en las patas. Y el negro Segundo Reyes participa más tarde del fusilamiento a Liniers, pero ya sin cagarse, suponiendo ahora que se cobraba en cierta medida la cacería de carne humana en África . No así en esa puntual oportunidad French, con la cara de yeso y un olor a mierda imposible. Pero también participa del fusilamiento. Y lo banca con su presencia. Decíamos, hablábamos de una carencia de personajes que se caguen y no se caguen, y se va clarificando lo que se quería señalar con esto. Por último, el propio Castelli se enfrenta a esta dicotomía, esta dicotomía del cagarse o no cagarse por partida doble. Y, a diferencia de Vieytes y Ocampo, no se caga en las estrechísimas órdenes de la Junta . No es un detalle menor este cagarse y este otro cagarse: un mundo que se nos viene abajo, por un lado; y este otro hacer el aguante, este no soportar la situación y no obstante afrontarla. La mayoría, los otros, los ausentes no se encontrarán, en la novela, en la necesidad de reprimir sus heces, de hacer el aguante puesto que esquivarán la cuestión, estarán ausentes con y sin aviso.
Serán, por el contrario, los empiojados, los mal entretenidos como el negro Segundo Reyes, como French, los que afrontarán la cuestión con mayor compromiso y fervor revolucionario. Desde esta perspectiva, entonces, la liberación, si viene, viene de abajo. Del culo del mundo, podríamos decir. Viene del siervo, del empiojado, del esclavo, de aquel que se fluidifica, del que tiene miedo y se angustia y se le viene abajo el mundo tal cual es, se le cae lo real -que no es la verdad-. Entre tanto miedo, los cagones se la bancan -se cagan y no se cagan- y crean un mundo, otro distinto, uno más verdadero -o juran con gloria morir en el intento-; mediante ese trabajo formativo se va creando la independencia. Es evidente que hago uso de Hegel, del Hegel de Dri. Todavía tengo sus desgrabados, un tesoro fotocopiado y mal cuidado. Otra lectura más que intrigante, más que placentera. Subrayemos al pasar que en la lectura que Dri realizaba de la dialéctica del amo y el esclavo no se trata tanto de clases o de fracciones de clase, ni de porciones de la sociedad, sino más bien de un movimiento dialéctico interno –aunque no habría afuera posible-, del propio sujeto; se trata de una experiencia de la conciencia. El amo y el esclavo de un espíritu que va deviniendo dialécticamente. Va deviniendo cómo puede. Y, en esta revolución, puede bastante poco. Y para Castelli, hay lamento y ocaso pero no autocrítica. Y no se caga, además. ¿Castelli, Castelli, no sos cagón? ; Castelli, Castelli, qué grande sos.
Castelli actuará como un poseído, como un hombre que va más allá de su propia sombra. Como el actor ensimismado de un papel cuyo autor bien podría ser Marat. A lo mejor sí se haya cagado, dado que su capa azul está impregnada de sangre y bosta. Pero no. Bosta, lo que se dice bosta, es la de los caballos. Lo otro es mierda, cosa bien distinta. En el apartado VII del Cuaderno 2, Castelli se pregunta por la revolución de mayo, por su actuación en la revolución, por su compromiso con la misma. Decíamos que Castelli seguía las órdenes estrechas de la Junta, tan estrechas y tan seguidas que no se cagaba, y actuaba como un poseído. Sobre el final, señala:


¿Juré, de rodillas en la sala capitular del Cabildo, que no iría más lejos que mi propia sombra, que no diría nunca ellos o nosotros?
Juré que la Revolución no sería un té servido a las cinco de la tarde .


Declaro no entender esta última metáfora. ¿Qué sería un té a las cinco de la tarde? ¿Negar las negociaciones impulsadas por Moreno por entreguistas, por vandoristas? ¿Negar un orden inglés imperando como telón de fondo de la lucha contra el yugo español? ¿De qué habla Castelli cuando dice eso del té? ¿De todo eso y de nada a la vez? Se trata, sobretodo, de una bravuconada, de una bravuconadería de un Castelli barrabravizado y rabioso que ya no sabe bien qué está diciendo ni a quienes implica. Porque si French es cagón y el negro también, pero Castelli no, porque su capa tendrá sangre y bosta pero no la suya sino la de su caballo o algún otro animal, y además no transa, como sí lo hace Belgrano que perdona ciertas vidas , como sí lo hace Moreno que tantea el panorama con Beresford , entonces Castelli está solo, solo como Robesperro malo, y viejo -y peludo nomás- y al borde la locura. Solo, con el dictum de Marat retumbándole en la cabeza. Es una figura, ésta, que lo deshumaniza severamente. Un hombre que está solo y va más allá de su propia sombra. Un hombre solo que va más allá de su sombra no es un humano. Es una metáfora, por supuesto. Un cristal, como dijimos. Pero su contorno es demasiado oscuro y llamativo. No cierra, desentona en un contexto de humanización de los personajes históricos y sus voces: del propio relato histórico que la novela realiza. Un hombre que va más allá de su sombra es, más que un ser humano, un superhéroe. Pero no hacían falta superhéroes, sino hinchas. Ya habíamos configurado tal tipo de carencia.
Castelli intenta desesperada e infructuosamente recuperar a Belén de las garras del mercader, y dice: un hombre solo no va más lejos que su propia sombra . Y, siguiendo la lógica propuesta por esta frase, si algo va más allá de su sombra, no es un hombre. ¿Es un pájaro, es un avión? no, es Castelli. Justo este Castelli, tan discutidor de Perón, termina entronando un monumento a su sombra infinita. Este hombre solo, que sí va más allá de su propia sombra, del invierno y de sus contemporáneos, incluso más allá de los pocos que lo apoyan. Por supuesto. Con la frialdad que tienen las sombras y los monumentos. Este Castelli, tan discutidor de Perón, termina cada apartado de cada uno de los cuadernos con una frase que busca la inmortalidad, un gesto retórico en pose para la foto de la Historia. Ocurre un poco aquello de la locura que se vislumbraba entre Álzaga y Castelli: la novela busca oponerlos, aparecen como refractarios y sin embargo, en algún punto y a partir del propio relato de la novela, en el espejo un poco y en cierta medida se reflejan. A veces, dan ganas de bajarlo un poco a este Castelli, tan más allá, tan por encima de su propia sombra. Sin vueltas: en este punto a este Castelli, dan ganas de mandarlo a la mierda. De mandarlo a cagar.
Volvamos. Se hablaba de las estaciones del año como escenografía, como contorno del drama que se va desarrollando. Un contorno dramático. Por otra parte, además puede pensarse a la revolución a partir de las estaciones del año, lo cual la acercaría a su sentido antiguo: el vocablo latino medieval revolutio, retorno o vuelta. Resuena aquello de primavera, verano, invierno, otoño, otra vez primavera. Revolución, con su añeja carga de proceso cíclico y eterno, como el sueño de la revolución. Esta noción, lejos de negar las anteriores, se complementa con las mismas y hasta les otorga cierto basamento rítmico. Una percusión eterna: podría pensarse incluso que a un cierto tiempo la revolución sea un sueño eterno en un sentido de horizonte quijotesco; y en otro momento ulterior la revolución sea un sueño eterno en el sentido de muerte, de fin de camino. O que a un mismo tiempo, en un corte sincrónico, para algunos la revolución sea vista como el deseo, lo deseable, y para otros asuma la máscara de la parca. Pero siempre, más o menos audibles, los tambores de la revolución.
Ya en el final, transcribo una cita un poco larga, pero que necesita de toda su extensión:


Aquí, en esta ciudad y en este país, el contrato social que filosofó un licencioso ginebrino ha sido suscripto por asesinos. Aquí, el gusto por el poder es un gusto a muerte.
Siempre, escribe Castelli, que enciende un cigarrillo en la noche del día de julio que miró a un vendedor colgado de una soga y de unos palos infames. Siempre, escribe Castelli. Mira la palabra siempre, que escribió con un pulso que todavía no tiembla, y dibuja un signo de pregunta de la ese, y otro después de la e
.


En este ¿Siempre? late la esperanza de ciclo, el deseo irrefrenable que anhela que lo real no sea verdadero ni racional, porque no debe ser así, tiene que ser de otra forma; esas ganas locas de dar vuelta la cosa. Y de que por fin aparezca aquella revolución que compense las penas de todos los hombres. A este Castelli no dan ganas de mandarlo a la mierda, por el contrario, dan ganas de hacerse amigo; o sí, sí dan ganas de mandarlo a cagar, pero para que se cague un poco como todos, para bajarlo del cielo y presentarle gente: esas ganas locas de hacerlo popular, de que tenga por fin una popular que le haga el aguante. Y ahí sí, los tambores tal vez no desentonen tanto. Y puedan, finalmente, hacerse sentir.

lunes, 19 de julio de 2010

ENTREVISTA A PAULA JIMENEZ





viajes



Papeles Blancos: Paula, lo primero que te queremos preguntar es: ¿en qué estado está la preparación de tu nuevo libro?

Paula Jiménez: Está bastante avanzado, ya casi diría que lo estoy cerrando. Igualmente, creo yo, lo estoy cerrando porque estoy terminando de escribir los poemas; pero desde que terminás de escribir hasta que publicás, y en el medio todo lo que corregís… pueden pasar años. Pero sí, la sensación es que está bastante avanzado. Es un libro sobre poemas de viajes: yo siento que viajé bastante… aunque si lo comparo con otras personas quizá no tanto (risas). Estos poemas surgieron de recuerdos de viajes porque viajar siempre merece una reconstrucción posterior, sobre todo si viajás como turista, lo cual en parte consiste en: “estar” y después “contar”… y ser poeta también es: “estar” y después “contar”.

P.B.: ¿Son de una época en particular esos viajes o de toda la vida?

P.J.: El orden en que los fui escribiendo no. Los primeros poemas del libro los escribí mientras estaba haciendo el viaje, igualmente era un lugar donde yo había veraneado de chica por lo que tiene algo de ese movimiento de reminiscencia. Además estaba leyendo a Pasolini y había algo que tenía que ver con lo que yo estaba viendo en el afuera, que lo conectaba con él y fue una escritura muy inspirada. Ese fue el punto de partida de una consigna interior: seguir buscando por el camino de los viajes. Finalmente siempre encontrás lo mismo en todas partes, pero con la variable de que no siempre encontrás lo mismo en todas partes… por eso uno sigue escribiendo.

P.B.: Dijiste antes que estabas corrigiendo: ¿Qué importancia le das al hecho de la corrección?

P.J.: Por ahora no es tanto lo que estoy corrigiendo porque todavía estoy en el período de formación del libro. De todas maneras, desde la primera lectura que hago ya hay corrección y después eso se repite infinitamente hasta que digo: “abandono esto”, porque tengo que publicar o tengo ganas de hacer otra cosa (si no es un laburo eterno). Pero la importancia es igual que la de escribir. Quizás es la instancia que te permite preguntarte, o hacer consciente, eso que cuando estabas escribiendo no era consciente. Es la instancia que te permite investigar con el pensamiento sobre lo que escribiste por intuición, una vuelta complementaria a ese primer movimiento inspirado. Igual no es tan puro, porque corregís también por intuición y también escribís pensando. Pero al corregir estás más distanciado.

P.B.: Y en esa distancia y en ese pasaje un poco más racional: ¿Cómo se pone en juego el hecho de que vos también sos psicóloga?

P.J.: Mirá, yo quisiera que no se ponga en juego nada, igual es inevitable. Yo también estudio astrología, hice taller con Diana Bellessi muchísimos años… y todos los lugares donde yo investigué se ponen en funcionamiento en el momento de escribir. Particularmente en el de psicóloga: si yo me hubiera quedado en la jerga de los psicólogos y me hubiera quedado en el pensamiento psicoanalítico quizás hubiera escrito, pero no poesía… hubiera escrito otra cosa. Entonces trato de separarlo lo más posible, como separarme yo también: mi identidad separarla de mi rol de psicóloga. Porque si no sería la muerte. Porque es un lugar del saber… por más que no se sabe nada finalmente, y por más que siempre se hipotetice y se arriesgue; un título académico de alguna manera te sitúa en el lugar del saber. Además el saber categoriza y yo creo que cuando uno escribe no tiene que saber, más bien tiene que vaciarse.

P.B.: ¿Para tener una mirada más ingenua tal vez?

P.J.: No sé si ingenua, porque uno puede escribir lo más cruel del mundo. Pero escribir desde la pregunta y desde el quiebre. No escribir desde el saber porque pienso que ahí se muere el poema. Girri dice: “Si no es tocar tambores para que llueva”… es el gesto para lograr otra cosa, el gesto de escribir formal para lograr el poema y eso no es nada.

P.B.: Hay toda una corriente que lee con elementos del discurso psicoanalítico la poesía. Está bastante avanzado eso, de hecho la propia Delfina Muschietti lo hace en Puán… básicamente, por ejemplo: en determinado momento agarra alguna que otra poesía, o de Pizarnik, o de Susana Thénon y trata de ponerla en juego con elementos de Freud, con el tema del “retorno a la infancia”…

P.J.: Sí, bueno, por ejemplo Pizarnik escribió “La condesa sangrienta” que para mí es lo mejor que se ha dicho sobre la melancolía y lo dice mejor que Freud. Pero quizás leer desde el psicoanálisis es más fácil que escribir desde el psicoanálisis. Además Muschietti no es psicóloga, entonces lo hace con una mirada atravesada por la literatura. Igualmente el psicoanálisis y la poesía lo que tienen en común es el respeto por el significante, lo importante es el discurso, se lee la palabra… ese es el valor en ambos casos. Aunque también desde un supuesto lugar poético se pueden hacer barbaridades con la palabra. Quizás también en el caso de Pizarnik, por su relación con el psicólogo y por la época en que vivió, debe haber sido fuertemente atravesada por la teoría psicoanalítica (lo fue); pero se le mechó con el genio poético. Otra cosa es que Lacan se hubiera puesto a escribir poemas. Lacan era un desastre escribiendo, sus seminarios eran muy lindos, pero sus escritos son inentendibles, no son fluidos, no son bellos… Freud sí era un gran escritor. Pero bueno, él era un neurólogo, después se hizo psicoanalista (risas).



influencias



P.B.: ¿Quiénes son los autores que más influenciaron tu propia escritura desde la poesía?

P.J.: Bueno, Pizarnik por supuesto… ¿a quién no?, creo que sobre todo ella influenció a las mujeres de mi generación, algunas de antes y más jóvenes también. También mujeres de acá como: Susana Thénon, Diana Bellessi, Olga Orozco… Después tengo otras influencias: una poeta que me gusta mucho es la mexicana Rosario Castellanos, ella me influenció mucho. En las influencias cercanas a mis libros: Pavese influenció sobre los poemas que estoy escribiendo ahora. Para la “Mala Vida” me influenció bastante Thénon, pero no tienen nada que ver con Thénon esos poemas… es como que ella me soltó, me hace reír Thénon y entonces me ayudó a soltarme.

P.B.: Algo que se nota también es que sos una persona bastante cinéfila… esto se puede ver en algunos poemas a través de citas como la de “El río” (película de Tsai Ming-liang) en “Beso Taiwanés”

P.J.: Sí, es verdad soy bastante cinéfila…

P.B.: ¿Y el “Ser feliz en Baltimore” es por una reminiscencia wateriana (por John Waters)?

P.J.: No, eso es por algo que cuento en uno de los poemas (“Baltimore”)… una anécdota: era una época muy especial, yo tenía un bar y era una época un poco de descontrol. Yo estaba con dos amigas y una no se qué hizo y la otra le dijo “parecés un marinero de Baltimore”; y me causó mucha gracia. Y en realidad, lo que yo en ese poema plasmé fue como una atmósfera que yo tenía la sensación de vivir cotidianamente en ese bar. Recién después hice más conexión con Baltimore… con Poe. Pero inicialmente fue eso, como una imagen que viene, se te pega y te despierta un mundo.

P.B.: “La casa en la avenida” y “La mala vida” dan la impresión de haber sido escritos también por la experiencia personal. La pregunta es: ¿qué distancia hay entre el “yo lírico” (el “yo poético”) y tu “yo empírico”?

P.J.: Bueno, esa es una discusión, o mejor dicho una charla, más bien eterna con Osvaldo (Bossi). Para mí es difícil llegar a dividir cuándo se termina el “yo biográfico” y empieza el “yo lírico”… la verdad que no sé. Lo que sí sé es que: no todo lo que escribo soy yo, pero todo lo que escribo soy yo. No puedo separarme de eso, pero al mismo tiempo no puedo estar pegada a eso. En el caso de “La mala vida” y “La casa en la avenida” es muy clara la asociación que hacés porque son poemas muy narrativos de experiencias que efectivamente viví… viví yo o vivieron otras personas y me las contaron. Pero incluso también hay un poema en “La mala vida” (creo que al final), en el que le compramos a un dealer que se llamaba “Dedos”; y en realidad me lo contó otra persona porque yo no le compraba. Entonces, ahí está lo biográfico, pero no lo biográfico mío. Y aunque fuera mío, también es lo biográfico ficcionalizado en algún punto; escribir ya es hacer ficción.
Es muy interesante el tema. Otra influencia mía son los haikus y la poesía oriental, aunque en “La mala vida” no se note mucho (risas)… aunque quizás sí, porque la búsqueda en el mundo de las drogas es, de alguna manera, también la búsqueda de un mundo espiritual, por una vía que es un poco más tóxica (pero por donde también se puede llegar). De hecho, tomar San Pedrito, o hacer otras búsquedas de droga y espiritualidad por una vía más religiosa si querés… para mí parte todo de la misma búsqueda. Y los poetas orientales tienen eso: que ven lo sagrado en la naturaleza, esa horizontalidad en los elementos que componen al mundo y componen la naturaleza; donde todo está en su centro y, por ende, todo es sagrado. Buda está repartido como un pan entre los hombres y cualquiera puede ser Buda. Me hicieron acordar (hablando de que soy cinéfila) que en la película “Nazareno Cruz y el lobo”, el demonio le dice a Nazareno que le diga a Dios que, si él lo hubiera dejado, también se hubiera repartido como un pan entre los hombres… ¡el mismo Diablo! Uno de los tópicos importantes de los poemas orientales, de los haikus por ejemplo, es “el camino”, la idea de “el camino”; no sólo porque Uno es el propio Camino (que es una idea budista), sino porque además es el camino de la mente hacia el afuera y del afuera hacia la mente… como que no hay una división entre el afuera y el adentro. Uno es indiviso con el afuera y con los demás (por lo menos yo, no sé si los demás también); yo me siento indivisa en el momento en que escribo.

P.B.: Hablando de que en la poesía oriental hay una especie de búsqueda espiritual, y teniendo en cuenta que ésta es una influencia tuya también: ¿vos tendrías también una especie de búsqueda a través de la poesía?

P.J.: Sí, totalmente. Tengo esa búsqueda.

P.B.: ¿Y los beatniks?, teniendo en cuenta esa búsqueda espiritual, pero a la vez tóxica

P.J.: Puede ser, pero no especialmente.




Paula Jimenez, la gloriosa PJ




P.B.: Retomando el tema del afuera… leyendo “La casa en la avenida” y algún poema de “Ni jota” como el de “La guerra”, se nota a veces que el exterior, el ámbito social y el tiempo que se está viviendo entran en tu poesía también. Te quería preguntar: ¿Cómo vivís eso? ¿Cómo se incorpora lo social?... algunos poetas creen que tiene que estar, otros creen que no…

P.J.: Bueno, no sé lo que “tiene que ser” en poesía. Adoro poetas que se recortan de lo social, pero yo personalmente no puedo, no puedo del todo. Quizás en libros como “Espacios naturales” no aparece demasiado claro eso; pero hay un poema en ese libro, por ejemplo, en el que hay una vaca que entra a pastar y digo: “pace / el pasto de la vida / que es su pasto.” Entonces yo sé, íntimamente, que en el momento en que escribí el poema yo pensé en la comida: en el alimento de la humanidad y en el pasto como alimento de todas las vacas del mundo… entonces, quizás eso lo sé yo. Para que veas cómo funciona en mí también la idea política. Aunque quizá aparentemente la temática sea amorosa en algún lugar siempre aparece el elemento político.

P.B.: Hay otros lugares en donde aparece más claro: en “La casa en la avenida” hay una maestra que al “yo poético” le hace decir que los desaparecidos terminaban difuminados en el silencio de los otros… ¿Vos tenés algún recuerdo de tu infancia vinculada con la dictadura?

P.J.: Sí, un montón. Yo tengo cuarenta años, así que yo tenía seis años y empezaba la primaria (estaba en segundo grado porque estaba adelantada). Viví toda la primaria en dictadura, entonces tengo recuerdos… sobre todo tengo recuerdos de la prohibición. De que me dijeran: “de eso no se puede hablar”; o, a mí me gustaba cantar la marcha peronista, y no me la dejaban cantar… ¡y yo la había aprendido a los cuatro años!... y después no entendía por qué no había que cantarla. Después me acuerdo de otras cosas como un soldado en la puerta de mi casa un día que llegamos, el miedo de mi familia, mi viejo que siempre estaba protestando y mi mamá siempre tratando de calmar los ánimos. Pero sobre todo creo que tengo recuerdos así: como patentes, de cosas raras, de cosas que no comprendía y que yo quizás las vinculaba más con mi edad… que era “el tiempo de no saber”, que no sabía por ser niña. En realidad no me dejaban completar la intuición en el afuera. No se, si volvería a ser niña no se qué niñez tendría como para corroborar esto: si es que yo no sabía por niña o no sabía porque no podía saber.

P.B.: De repente aparecimos en un terreno más político, es un buen momento para preguntarte cómo es que llegás a participar del proyecto del suplemento SOY de Página/12 (que más allá de ser una revista también es un proyecto). ¿Cómo surgió la posibilidad?

P.J.: Bueno, me parece que las cosas llegan cuando tienen que llegar, no llegan en otro momento. Fue Susana Villalba que me contó que Liliana Viola estaba buscando gente para el suplemento que recién hacía un mes o menos había empezado; y entonces le dije que sí, que me interesaba, y la llamé a Liliana, tuvimos una entrevista, y empecé a colaborar. Pero como te decía, llegó en un momento en que tenía que llegar porque, por la temática, yo creo que dos años antes no me hubiera animado… o quizás un año antes. A partir del momento en que yo hice el camino con mi familia todo cambió porque empecé a poder liberar una vía de pensamiento también. Yo vivía como que mi familia lo sabía, estaba todo muy claro, pero nadie lo hablaba… y eso operaba en mí como una especie de represión: nadie lo hablaba, yo tampoco lo hablaba con ellos. Había algo que yo no podía llegar a pensar sobre mi propia realidad al silenciarlo en mi núcleo más cercano. Entonces, cuando yo pude empezar a decirlo, pude empezar a conectar: a tener lecturas feministas, a pensarlo… a formar un pensamiento sobre mi vida. Porque si no la vivía nomás. Y “Soy” me dio la posibilidad de conocer mucha gente que dice cosas muy interesantes, las entrevistas que me tocó con gente muy interesante; y me dio la posibilidad de soltarme y opinar también. Y sentar una posición, y hacerme visible; y bueno, también los últimos años convengamos que fueron muy importantes para el movimiento… hay todo un avance. Y me siento parte, y estoy contenta de participar en el proyecto de “Soy”, sobre todo por haber colaborado con esto. Porque yo creo que “Soy” fue muy importante, por más que sea un proyecto comercial… es un espacio para unas voces que antes no existía, y ahora están legitimadas. De hecho, cuando yo empecé no había tanta gente que quisiera ser reporteada para “Soy”, y ahora la gente te pide ser reporteada y no tiene problemas… ¡al principio era todo una cosa!… Pero sí, estoy muy contenta con eso.

P.B.: Ahora en la cámara de senadores se está discutiendo la posibilidad de, finalmente, hacer ley el matrimonio para personas homosexuales… ¿Vos tenés una opinión formada al respecto?

P.J.: Bueno, no te voy a decir nada nuevo… salvo: “¿por qué no?” Además, algo que se dijo también en los discursos de ese día (yo no vi el programa pero me contaron Osvaldo Bossi y Claudia Masin que estaban muy emocionados); esto de “¿quiénes son los heterosexuales para decidir cosas sobre nosotros?”. Y además la hipocresía de poner a los niños adelante, como siempre, para cubrir la propia homofobia. Decir que sí, que querés, que esto y lo otro; pero que con la adopción “no sé”. Cuando hay tanta gente de mierda criando hijos, maltratándolos, violándolos, violándolos, violándolos… Y se atreven a ser quienes juzgan si una pareja de hombres o de mujeres homosexuales puede criar un hijo. El problema no es la cantidad de cariño, sino la calidad del cariño, el tipo de cariño. Ellos suponen que proteger a un chico es no mostrarle que dos hombres se besan o dos mujeres se besan… cosa que me parece una pavada total.

P.B.: Y aparece como una última trinchera conservadora el término y el tema del nombre. En última instancia hay quienes dicen: “Bueno, pero que por lo menos no se llame matrimonio”. Hay varios senadores y ha habido diputados que sostienen esto. En el programa de Grondona, por ejemplo, han dicho que está bien, que se les tienen que conceder los mismos derechos pero que se llame de otro modo, que no se llame matrimonio.

P.J.: Claro, porque ellos no quieren quedar en el mismo plano que nosotros. Pero por qué no usar la misma palabra. Aparte justo Grondona que es un facho que acompañó la dictadura… más bien, esa gente va a pensar eso. También hay gente supuestamente progre, pero que quiere conservar su lugar, que no va a dar opinión o va a dar una opinión tibia. Pero bueno, esa gente ya está perdida, ya está, viene otra humanidad por suerte. ¡Y los de mi generación, que ya consiguieron un autito, alguna cosita así que la tienen que cuidar van a dar una opinión tibia! Es una ironía pero pasa… Yo espero que los más jóvenes sigan otro camino, porque yo vengo de una generación que, como les decía, creció en dictadura… entonces, también mis congéneres, muchos son bastante cerrados.




ex-presión



P.B.: Es interesante que de la represión, terminaste haciendo palabras... Del silencio, palabras... Viviste la dictadura cuando eras chica, viviste ese silencio en cuanto a lo que contabas de tus relaciones personales.Y de eso, hiciste poesía.

P.J.: Sí, eso fue siempre así creo... Y por eso mismo a mis catorce años, en el '83, cuando asumió Alfonsín empezó todo el movimiento de teatro y artes en general... lo que fue el under, Batato Barea, el Parakultural, etc.
Hace un par de años se hizo en PROA una muestra que se llamó Ex-Presión... “ex-prisión”, “ex-represión”, ¿no?
Pasado ese momento de la presión política se liberó un caudal de creatividad y expresiones artísticas impresionantes... Y yo fui adolescente en esa época. Era chica, vivía en Caseros, a mis quince o dieciséis todavía no iba al Parakultural, fui un poquito después... Pero cuando vos formás parte de una época, podés estar solo en La Quiaca, que también estás sintiendo lo que pasa, lo sabés... Sobre todo si sos joven, y si tenés las neuronas abiertas a eso, estás ahí, flotando con esa energía...

P.B.: ¿Y esa energía en vos, cómo está ahora, en qué estado se encuentra?

P.J.: Bueno, no... Ya no soy esa joven de catorce años... (risas). Es distinto. Ahora está más reposada. Creo que con el tiempo me fui cerrando y concentrando. Ahora esa energía está más enfocada. Yo tenía una energía mucho más alegre, brillante... pero también más desperdigada. Ahora pienso distinto, y me siento más aplomada ante la vida en general... Igual lo que se hace con la energía es una cosa de la que uno puede reflexionar cuando es más grande, porque cuando sos adolescente o joven, la vida es eterna.

P.B.: En el prólogo de “Ni Jota” se habla de la importancia que tiene el humor en particular en ese libro... Me parece que el humor también tiene una conexión con esa energía de la cual hablás... Y en algún momento hablaste de la influencia de Susana Thénon en este sentido, en el gesto emancipador y en el hecho de que vos leías a alguien que te hacía reír... ¿Qué importancia tiene el humor en tus procedimientos, en tu escritura, en tu forma de leer?

P.J.: Yo tengo un libro de cuentos de humor, ese libro y “Ni Jota” son las únicas dos producciones en donde pude poner de modo más claro el humor. Me gusta mucho consumir humor, además.

P.B.: ¿Qué leés de humor?

P.J.: Ahora mismo no estoy leyendo nada de humor. Pero por ejemplo, novelas que me han hecho reír mucho, son... Una de Vladimir Nabokov, “Pálido Fuego”... es graciosísima. O “El Mundo Según Garp”, de John Irving... Me ha hecho reír muchísimo Griselda Gámbaro, con “Lo Impenetrable”... No sé, ahora no me viene ningún otro libro a la mente... los cómics puede ser también.

P.B.: Y si pasás por un kiosko, ¿comprás la “Barcelona”, por ejemplo?

P.J.: La “Barcelona” no me causa gracia particularmente. Bueno, hace ya como dos o tres años que no veo ningún número. Quizás ahora la leo y me gusta.

P.B.: Quizás apuntás a otro tipo de humor...

P.J.: Sí, puede ser, pero el humor como crítica política me parece muy interesante.

P.B.: ¿Y Capusotto?

P.J.: Sí... Capusotto me hace reír muchísimo. Él es particularmente inteligente. Por ejemplo, el personaje del poeta está buenísimo (risas). Además sabe de poesía. Ah, perdón... ahora me acuerdo de una novela, de lo último que leí, que no es estrictamente de humor, es un drama, pero tiene buenos momentos de humor... es la de Gabriela Cabezón Cámara, “La Virgen Cabeza”. Es muy inteligente...

P.B.: Quiero preguntarte por unos versos del final del poema “Me pedías que hablara”, de “La casa en la avenida”, en donde tu yo poético dice: “¿quién dijo / que del vientre de un padre / no se sale? ¿quién jura / no haber estado adentro?”.

P.J.: Así como uno está ligado por un hilo invisible con la madre, también lo está con el padre. No por no haber nacido del vientre de un padre deja de haber algo de lo carnal, como vivencia histórica, que uno siente en su sangre.

P.B.: En ese libro en particular, ¿qué peso tiene tu padre?

P.J.: Bueno, en el libro te das cuenta (risas). Bastante. Es fuerte, porque mi viejo murió. Cuando empecé a escribir estos poemas hacía más o menos cuatro años que había muerto. Es una figura compleja para mí, contradictoria. Hay un poema en el que describo los ojos tristes de él... yo tengo recuerdos de mucha tristeza de mi viejo. Una figura que en un punto me resultaba ajena, y en otro punto me resultaba parte de mí misma.

P.B.: Volviendo a SOY, ¿vos habías hecho entrevistas antes de participar ahí?

P.J.: Entrevistas, no. La primer entrevista que hice en mi vida la hice para “SOY”. Fue una entrevista genial porque fue a Ilse Fuskova, la primer militante lesbiana pública. Es una señora que ya tiene ochenta años... En los '90 iba a comer con Mirtha Legrand, y como no sabían cómo presentarla, la presentaban como lesbiana (risas).Yo creo que a mí me salió bien esa entrevista porque ella era impresionante... Se generó entre las dos una cosa de mucha empatía y de mucha emoción. Y eso me ayudó un montón a entender por dónde iba una entrevista, por dónde yo quería hacer una entrevista... Esta mujer empezó siendo militante lesbiana, como les dije, en los '90, y salía a la calle, repartía volantes... Tenía cincuenta y pico de años en ese momento, se había separado del marido y estaba con una mujer... Eso hacía Ilse en los '90 y ahora quiere militar por la vejez. Tiene una teoría, relacionada con la bioenergética y con la física cuántica... Ella ya no está en la militancia, ya hizo ese camino, y ahora está como en otro nivel, en otro lugar... Ella decía por ejemplo en esa entrevista que cuando uno envejece en verdad no es que las neuronas funcionan menos, sino que se produce una sinapsis distinta en el cerebro, entonces uno empieza a percibir la vida de un modo que nunca había percibido antes. Un estado diferente del alma y de la mente, que tiene que ver con algo evolutivo y no con el envejecimiento... bueno, yo me acuerdo muy bien de esa entrevista, de todo... De Ilse en esa casa mostrándome las fotos... Ilse es poeta. Yo le llevé un poema de ella y le hice un comentario y ella se emocionó mucho, porque nadie la rescataba como poeta. Todo eso fue muy importante para mí. Yo entendí que tenía que hacer entrevistas que llegaran al punto de que me conmovieran. Y justo fui a dar con esta persona maravillosa.

P.B.: ¿Y qué desafíos se te presentan al entrevistar?

P.J.: Yo no soy una profesional, no soy periodista. Simplemente te puedo hablar de mi experiencia en general. En una entrevista vos tenés que seleccionar más o menos un objetivo. Y si bien no hace falta ser concreto e ir al punto desde el comienzo, tenés que construir un arsenal de preguntas que vayan acompañando siempre el mismo camino. Una de las cosas que aprendí, que es algo en lo que yo me he equivocado, es en entrevistar a una persona que por ejemplo tenía muchas cosas hechas en la vida, entonces yo preguntaba de acá y de allá, y así sale la entrevista cortada, y no llego a ahondar en ningún tema. Y otra cosa que aprendí es a preguntar aunque uno crea que tiene la respuesta, no sólo preguntar lo que uno no sabe.

P.B.: ¿Y por qué escribís poesía? ¿O para qué?

P.J.: No sé por qué. Escribo porque me da satisfacción. Y a veces me siento como en alpha, me relaja, me vuelve al eje. No sé si hay un “para qué”... porque siempre pienso cuando escribo que eso va a ser publicado. Siempre lo pensé así, nunca tuve dudas sobre eso. Quizás diga “hasta acá publiqué” y después no publico nunca más, y quizás en algún momento eso me empiece a perturbar e influya en mi escritura. Pero siempre tuve como una íntima confianza al menos de que escribir es un acto de comunicación. Quizás no puedo publicar, pero si me invitan a leer, puedo leer, entonces siempre hay un contacto con el afuera, con los demás... y es como una búsqueda adentro mío. Porque es muy difícil comunicar eso que uno comunica en el poema, en la charla coloquial, donde uno no suele hablar de cosas tan profundas. Y además, el modo en que uno lo dice en el poema, no lo dice en una charla, aunque sea profunda. El modo de decirlo es algo único del poema, es propio del poema. Y es una necesidad para mí.
Una vez le hice una entrevista a Lucrecia Martel, en donde ella decía que el lenguaje sin sentido, en verdad ocupa el noventa por ciento de nuestros diálogos coloquiales. Y yo creo que de ese sinsentido dominante está hecho el arte. El oído poético escucha ese residuo que es casi todo lo que hablamos, es ese noventa por ciento. Sólo que cuando somos seres coloquiales creemos que lo que estamos diciendo es una cosa lógica. Pero yo estoy diciendo un montón de pavadas (risas), y en realidad la comunicación se quiebra. Eso que se pierde, esos residuos orales, para mí y en mi caso, van a parar al poema.

P.B.: Vos hiciste mucho tiempo un taller con Diana Bellessi. ¿Cuánto te modificó eso?

P.J.: Uf... un montón. Completamente. Mi vida es un antes y un después de Diana. Yo tenía treinta años e hice el taller durante cinco. Antes había hecho otros talleres... con María Negroni, Dalmiro Saenz... Pero con Diana fue una cosa muy distinta. Diana me hizo pensar que si yo lo que quería era escribir poesía, tenía que escribir poesía. Si yo lo que quería hacer era eso, que me hiciera cargo. Diana es muy rigurosa, te hace sentir que es muy serio lo que estás haciendo. Entonces el diálogo es profundo, es serio... Diana tiene una mirada única. Creo que tiene una cabeza superior.

P.B.: Ahora vos también coordinás talleres. ¿Cómo te sentís?

P.J.: Me siento bien. Sobre todo cuando estoy acompañando a alguien en su trabajo, alguien que ya tiene poemas escritos, que está en una búsqueda... Me gusta mucho eso. Ayudarlo... No porque yo tenga una experiencia que el otro no tiene y que por eso la requiera de mí. Lo que me gusta es escuchar, acompañar. Podría presentarse ante el tallerista la dificultad de conducir el trabajo del alumno por un lugar por el que uno estéticamente se sintiera seducido. Pero lo que a mí me resulta el desafío más interesante es acompañar al otro en su propia búsqueda.
P.B.: El hecho de acompañar a personas que están en esa búsqueda, ¿También te sirve a vos, como poeta, a la hora de escribir?

P.J.: Sí, está buenísimo. Siempre es un ida y vuelta. Y si no, te aburrís. Si vos no te enriquecés con tu trabajo, te aburrís.

P.B.: ¿Te aburriste alguna vez con algún alumno? Por ejemplo, porque no te gusta lo que escribe, etc...

P.J.: Sí, alguna vez me ha pasado. Mayormente no me pasa. Pero por ejemplo me ha pasado de trabajar con una persona que no podía asumir que una obra de arte pudiera tener más de una interpretación. Eso es nefasto, y en términos psicológicos, ni te cuento (risas). Después tuve otro caso, terrible... de un hombre que decía que no le gustaba leer ni poesía ni a mujeres. Yo lo sostuve un tiempo al trabajo, pero sabía que eso se iba a terminar en algún momento. Decantaba solo. Es que yo soy mujer y poeta (risas).
Pero son casos muy puntuales. Porque en general me pasa que aunque yo no tenga afinidad estética con la persona, si tiene buena onda conmigo y yo con ella, y hay empatía y hay transferencia, yo la paso bien.

P.B.: ¿Por qué tiene que haber transferencia?

P.J.: El psicoanálisis ubica claramente que en la transferencia se ponen del lado del psicólogo todas las fantasías neuróticas infantiles. Quizás pase lo mismo con un tallerista, pero no estoy tan segura, porque el tallerista no se compromete tanto. Yo prefiero pensar que el alumno está poniendo un lugar de autoridad en vos que te permite trabajar con él. Porque no todo el mundo le permite al otro entrar.
Yo tenía un docente que decía que era perverso el caso de esos psicólogos que analizan a cualquier persona, cuando en realidad uno va a exponer su inconsciente ante el psicólogo, no ante cualquiera que está tomando un café en una reunión de amigos. Lo mismo pasa con la gente que se pone a corregir textos de una persona cuando no se dedica a eso. Eso en todo caso lo puede hacer un coordinador de un taller literario... y hasta ahí nomás. Porque yo tampoco me siento con autoridad, sino que más bien sugiero. No creo que esté bien tachar, agregar versos, etc... Pero hay gente que lo hace. Para mí ponerse del lado de la corrección es una especie de defensa, porque uno se está defendiendo de las emociones que le produce el texto. Igual en la primera lectura uno tiene que dejarse impregnar de la emoción que el texto le trae, y después vendría el trabajo sobre lo formal. Si no entendés por dónde va el espíritu del poema, o el espíritu de la búsqueda, ¿cómo vas a corregir?, si no hay regla.

P.B.: Sería el mismo proceso que al escribir, en el que primero está la intuición y luego lo formal o la razón...

P.J.: Sí, es verdad.

P.B.: Y en cuanto al alma, al espíritu del poema, si no lo sentís, ¿para vos no tiene arreglo, ya está muerto?

P.J.: Con los demás quizás soy más buena (risas). Porque digo: “si lo escribió, por algo será”. Por más que me parezca malo el poema, o aunque me parezca que no es poema, trato de indagar. Por qué escribió esto, de dónde sale este verso, etc. Le digo lo que pienso. Trato de indagar.

P.B.: ¿Y cuando el poema es tuyo?

P.J.: Cuando dudo de algo, digo: “uh... esto se va” (risas). Como también me pasa que con el tiempo lo vuelvo a leer y resulta que me gusta.

P.B.: Antes de publicar, ¿tenés un núcleo de gente en el cual te refugiás de alguna manera?

P.J.: Sí. Osvaldo Bossi es mi principal interlocutor. Claudia Masin también. Son dos personas en las que confío mucho. Y después también tengo otras amigas: Mariana Docampo, que es narradora y también me ayuda con sus opiniones. Pero bueno, quizás Osvaldo es mi interlocutor preferido. Yo también le funciono a él del mismo modo.

P.B.: Osvaldo contó que mientras escribía “Adoro”, te lo leía por teléfono

P.J.: Sí, siempre. Con todos los libros, no sólo con “Adoro”. Pero yo también a él. Y está buenísimo tener un amigo así, y compartir eso...

P.B.: Supongo que no es a cualquier amigo al que uno confía ese tipo de cosas, necesitás gente que tenga cierto conocimiento técnico. Y no sólo eso, sino con quien también tengas una empatía emocional bastante fuerte, porque puede ser muy técnico en poesía pero si no siente tu obra...

P.J.: Y además tenés que tener cuidado porque quizás una mala opinión me desanima, y dejo un texto que a lo mejor merecía publicarse o continuarse. Puedo toparme con alguien que me diga cualquier cosa y le crea, porque soy muy influenciable... Entonces tengo que tener cuidado. Para eso tengo el blog también. Hasta ahora, por suerte, lo peor que me ha pasado es que no me hayan puesto ningún comentario... (risas). Pero cuando me dejan cosas buenas es como que de algún modo pruebo a algunos poemas.




un beso taiwanés




P.B.: ¿Y por qué tu blog se llama “Beso Taiwanés”?

P.J.: Porque es el nombre de un poema de “Ser Feliz En Baltimore”... Y después cuando hice el blog tomé el nombre de ese poema... pero no sé por qué (risas). Me gustó cómo sonaba. Y ahora que lo pienso, puede ser también porque me interesa lo oriental.

P.B.: También tenés el blog de “La Abeja Reina”, que es un emprendimiento editorial. ¿Eso en qué estado está ahora?

P.J.: Ahora va a salir un libro de poemas chinos traducidos por Juan L. Ortiz, y está a cargo de eso Guadalupe Wernicke. Y también va a salir un libro de Marcelo Carnero. Nosotras éramos un grupo que estuvo trabajando durante un año y pico en el proyecto, y sacamos tres libros. Lo abandonamos en el sentido de que no nos reunimos más, pero está. Si alguien quiere publicar, y se puede, se usa el nombre del sello.

P.B.: Paula, para terminar, como vos sabes, nuestro grupo se llama “PAPELES BLANCOS”. ¿Qué te sugiere el nombre?

P.J.: Lo primero que pensé es por qué ustedes eligieron el nombre de PAPELES BLANCOS, y no pude evitar la asociación con la cocaína (risas). Me gusta el nombre, también sugiere otras cosas.

miércoles, 14 de julio de 2010

ANTICIPO (ENTREVISTA PAULA JIMENEZ)

... próximamente, en las mejores salas.
próximamente, aquí en este blog, el reportaje completo a paula jimenez.
mientras tanto, como avance, un pequeño fragmento:
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P.B.: De repente aparecimos en un terreno más político, es un buen momento para preguntarte cómo es que llegás a participar del proyecto del suplemento SOY de Página/12 (que más allá de ser una revista también es un proyecto). ¿Cómo surgió la posibilidad?

P.J.: Bueno, me parece que las cosas llegan cuando tienen que llegar, no llegan en otro momento. Fue Susana Villalba que me contó que Liliana Viola estaba buscando gente para el suplemento que recién hacía un mes o menos había empezado; y entonces le dije que sí, que me interesaba, y la llamé a Liliana, tuvimos una entrevista, y empecé a colaborar. Pero como te decía, llegó en un momento en que tenía que llegar porque, por la temática, yo creo que dos años antes no me hubiera animado… o quizás un año antes. A partir del momento en que yo hice el camino con mi familia todo cambió porque empecé a poder liberar una vía de pensamiento también. Yo vivía como que mi familia lo sabía, estaba todo muy claro, pero nadie lo hablaba… y eso operaba en mí como una especie de represión: nadie lo hablaba, yo tampoco lo hablaba con ellos. Había algo que yo no podía llegar a pensar sobre mi propia realidad al silenciarlo en mi núcleo más cercano. Entonces, cuando yo pude empezar a decirlo, pude empezar a conectar: a tener lecturas feministas, a pensarlo… a formar un pensamiento sobre mi vida. Porque si no la vivía nomás. Y “Soy” me dio la posibilidad de conocer mucha gente que dice cosas muy interesantes, las entrevistas que me tocó con gente muy interesante; y me dio la posibilidad de soltarme y opinar también. Y sentar una posición, y hacerme visible; y bueno, también los últimos años convengamos que fueron muy importantes para el movimiento… hay todo un avance. Y me siento parte, y estoy contenta de participar en el proyecto de “Soy”, sobre todo por haber colaborado con esto. Porque yo creo que “Soy” fue muy importante, por más que sea un proyecto comercial… es un espacio para unas voces que antes no existía, y ahora están legitimadas. De hecho, cuando yo empecé no había tanta gente que quisiera ser reporteada para “Soy”, y ahora la gente te pide ser reporteada y no tiene problemas… ¡al principio era todo una cosa!… Pero sí, estoy muy contenta con eso.

P.B.: Ahora en la cámara de senadores se está discutiendo la posibilidad de, finalmente, hacer ley el matrimonio para personas homosexuales… ¿Vos tenés una opinión formada al respecto?

P.J.: Bueno, no te voy a decir nada nuevo… salvo: “¿por qué no?” Además, algo que se dijo también en los discursos de ese día (yo no vi el programa pero me contaron Osvaldo Bossi y Claudia Masin que estaban muy emocionados); esto de “¿quiénes son los heterosexuales para decidir cosas sobre nosotros?”. Y además la hipocresía de poner a los niños adelante, como siempre, para cubrir la propia homofobia. Decir que sí, que querés, que esto y lo otro; pero que con la adopción “no sé”. Cuando hay tanta gente de mierda criando hijos, maltratándolos, violándolos, violándolos, violándolos… Y se atreven a ser quienes juzgan si una pareja de hombres o de mujeres homosexuales puede criar un hijo. El problema no es la cantidad de cariño, sino la calidad del cariño, el tipo de cariño. Ellos suponen que proteger a un chico es no mostrarle que dos hombres se besan o dos mujeres se besan… cosa que me parece una pavada total.

P.B.: Y aparece como una última trinchera conservadora el término y el tema del nombre. En última instancia hay quienes dicen: “Bueno, pero que por lo menos no se llame matrimonio”. Hay varios senadores y ha habido diputados que sostienen esto. En el programa de Grondona, por ejemplo, han dicho que está bien, que se les tienen que conceder los mismos derechos pero que se llame de otro modo, que no se llame matrimonio.

P.J.: Claro, porque ellos no quieren quedar en el mismo plano que nosotros. Pero por qué no usar la misma palabra. Aparte justo Grondona que es un facho que acompañó la dictadura… más bien, esa gente va a pensar eso. También hay gente supuestamente progre, pero que quiere conservar su lugar, que no va a dar opinión o va a dar una opinión tibia. Pero bueno, esa gente ya está perdida, ya está, viene otra humanidad por suerte. ¡Y los de mi generación, que ya consiguieron un autito, alguna cosita así que la tienen que cuidar van a dar una opinión tibia! Es una ironía pero pasa… Yo espero que los más jóvenes sigan otro camino, porque yo vengo de una generación que, como les decía, creció en dictadura… entonces, también mis congéneres, muchos son bastante cerrados.
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papeles blancos es poética, no política.
o mejor, si como dice el indio solari, todo preso es político,
entonces toda poética, en cierta forma, también es política.
tomando las palabras de la querida paula,
lo único que podemos decir es ...
“¿ por qué no ?”

jueves, 8 de julio de 2010

Evaristo Carriego

por Graciela Buyasky

“Evaristo Carriego. Poeta. Nació en Paraná, provincia de Entre Ríos, el 7 de mayo de 1883, aunque desde la niñéz vivió en Buenos Aires, en el barrio de Palermo, paisaje, atmósfera y fuente capital de su obra”.

“El primer ensayo que salvó Jorge Luis Borges de su escrutinio, fue sobre Evaristo Carriego. Razones no le faltaron. Al menos, justificaciones. El impulso juvenil anti-academicista, su voluntad decididamente sarcástica ante el monopolio literario de lo español frente a lo porteño, la práctica masiva e indiscriminada de léxico lunfardo y orillero. A ello se sumaron reacciones de vergüenza ante el furor iconoclasta de la vanguardia americana. Los escritos de la veintena borgesiana están aureolados por la sospecha y la reserva. Así sucede hasta 1930, en que publicó un hermoso, breve y conciso ensayo biográfico y crítico sobre un poeta, que también significaba, para Borges, una emoción. ¿Qué razones determinaron esta actitud? ¿Por qué salvó Borges a Evaristo Carriego?”.

“Yo creí durante años, dijo Borges, haberme criado en un suburbio de Buenos Aires, un suburbio de calles aventuradas y de ocasos visibles. Lo cierto es que me crié en un jardín, detrás de una verja con lanzas, y en una biblioteca de ilimitados libros ingleses. (...) ¿Qué había, mientras tanto, del otro lado de la verja con lanzas? ¿Qué destinos vernáculos y violentos fueron cumpliéndose a unos pasos de mí, en el turbio almacén o en el azaroso baldío? ¿Cómo fue aquel Palermo o cómo hubiera sido hermoso que fuera?”.

“Borges ya sabía que el Modernismo estaba totalmente liquidado por haber vivido los años de la guerra en la lluviosa Ginebra, por haber leído a los expresionistas y a los dadaístas en sus primeras escandalosas revistas. Vuelto a la Argentina en los años veinte, toda su intolerancia de joven iconoclasta se encrespa contra los que niegan a Carriego porque no es bastante culto (el poeta culto era, entonces, Leopoldo Lugones). Para combatir esas valoraciones que siente injustas, y para rescatar no sólo la poesía de Carriego sino la de un Buenos Aires de compadritos y conventillos, de tango y duelos a cuchillo, el joven Borges escribe la biografía de Carriego y al hacerlo preserva en sus páginas un mundo que estaba ya erosionado por el olvido”.

“Carriego llamó misas a sus poesías, es decir, mensajes, envíos, y las calificó de herejes: apartadas de la recta opinión, anticipándose al rechazo de quienes pudieran no comprenderlas.
De su obra emana una sencilla religiosidad, un tono de rezo que lo hace precursor de Baldomero Fernández Moreno y de Homero Manzi. Poesías como La vaca muerta, con sus humildes viejitos campesinos que la lloran, o letras como Discepolín, que describe con tono dolorido lo grotesco de la vida, son oraciones al modo de Carriego.
Y las poesías que hablan de las novias encerradas, de los hombres poseedores de un secreto que a veces los hace llorar, o de la tristeza irreparable de la silla vacía, son a la vez plegaria y tango, si es que los grandes tangos no lo son, precisamente, por contener una plegaria.
El hombre es un ser religioso, y todo gran poeta es un oficiante de misterios sagrados: el de la vida y la muerte, el del amor y el desencuentro, el de la traición de Judas y el de la redención del buen ladrón, que son temas de los tangos de los dos Homeros, de Cátulo, de Contursi, de Bahr.
Carriego tiene un continuador mayor en Enrique Santos Discépolo, el poeta que sufrió el dolor de los demás para poder atestiguarlo, porque testigo significa mártir, como suele recordar Ernesto Sábato, tal vez sin percibir que habla también de sí mismo.
Tanto Leonardo Castellani, que en su eminencia de teólogo descalificó la obra bastante tangusa de Carriego, como Ezequiel Martínez Estrada, que desde su dignidad de maestro moral rechazó la vulgaridad que percibía en el tango, asumieron a su manera la misma actitud que inspiraba a Evaristo Carriego.
Porque los escritores, poetas o tangueros verdaderamente grandes son los que se encargan de dar testimonio, cada uno desde su personal carisma, de las esperanzas, sinsabores y desdichas de los hombres”.

“A mi, me parece que para Borges especialmente, Evaristo fue un descanso, un trago de simpleza, agua que corría sin complicaciones, amores que pasaban tranquilamente en las calles palermitanas, cuestiones éstas, muy poco alcanzables desde sus persistentes laberintos. Las mismas razones que me motivaron para traer sus versos esta noche. Evaristo Carriego rescató las tardes porteñas, los ratos buenos -sin mas sonidos que el de el organillero moliendo tangos- pintando esas escenas con tenues poesías barriales, hasta que tempranamente…. se cansó de amar.”

Poemas

La mesa estaba alegre como nunca.
Bebíamos el té: mamá reía
recordando, entre otros,
no sé qué antiguo chisme de familia;
una de nuestras primas comentaba
-recordando con gracia los modales,
de un testigo irritado- el incidente
que presenció en la calle;
los niños se empeñaban, chacoteando,
en continuar el juego interrumpido,
y los demás hablábamos de todas
las cosas de que se habla con cariño.

Estábamos así, contentos, cuando
alguno te nombró, y el doloroso
silencio que de pronto ahogó las risas,
con pesadez de plomo,
persistió largo rato. Lo recuerdo
como si fuera ahora: nos quedamos
mudos, fríos. Pasaban los minutos,
pasaban y seguíamos callados.

Nadie decía nada, pero todos
pensábamos lo mismo. Como siempre
que la conmueve una emoción penosa,
mamá disimulaba ingenuamente
queriendo aparecer tranquila. ¡Pobre!

¡Bien que la conocemos!... Las muchachas
fingían ocuparse del vestido
que una de ellas llevaba:
los niños, asombrados de un silencio
tan extraño, salían de la pieza.
Y los demás seguíamos callados
sin mirarnos siquiera.



Está lloviendo paz. ¡Qué temas viejos
reviven en las noches de verano!...
Se queja una guitarra allá a lo lejos
y mi vecina hace reír al piano.

Escucho, fumo y bebo, en tanto el fino
teclado da otra vez su sinfonía:
el cigarro, la música y el vino
familiar, generosa trilogía...

...¡Tengo unas ganas de vivir la riente
vida de placidez que me rodea!
Y por eso quizás, inútilmente,
en el cerebro un cisne me aletea...

¡Qué bien se está cuando el ensueño, en una
tranquila plenitud, se ve tan vago!...
¡Oh, quién pudiera diluir la luna
y beberla en la copa, trago a trago!

Todo viene apacible del olvido
en una caridad de cosas bellas,
así como si Dios, arrepentido,
se hubiese puesto a regalar estrellas.

¡Qué agradable quietud! ¡Y qué sereno
el ambiente, al que empiezo a acostumbrarme,
sin un solo recuerdo, malo o bueno,
que, importuno, se acerque a conturbarme!

Y me siento feliz, porque hoy tampoco
ha soñado imposibles mi cabeza;
en el fondo del vaso, poco a poco,
se ha dormido, borracha, la tristeza...

viernes, 2 de julio de 2010

A viva voz

De su libro "Espacios Naturales", los invitamos a oir el poema tres de la serie homonima en la voz de la mismísima Paula Jiménez. Registrado tras una entrevista extensa y amable (de la que pronto tendrán novedades), una noche de mayo de 2010 que la poeta compartió con Papeles Blancos