lunes, 25 de octubre de 2010

Entrevista con Alicia Genovese. 1ra parte.




Ligeros equilibrios


Papeles Blancos: En la lectura que hicimos en la Ratonera elegiste leer textos nuevos, ¿ese material va a formar parte de un libro? ¿En qué estado está esa producción?

Alicia Genovese: Me alegró mucho esa lectura porque decidí elegir poemas que no había leído nunca. La mayoría de los que leí los escribí en 2008 en un viaje a EEUU, casi inmediatamente después de la aparición de La hybris. Están hechos en aquel momento y forman una serie que se llama Ligeros equilibrios. Es una de las series de un libro inédito: La sed.

P.B.: En varios de tus poemas está presente el tema de la sed, del agua, ¿qué es lo que evocan?

A.G.: El agua, es un elemento que surge constantemente, soy consciente de eso pero su aparición no es tan deliberada, aparece y la dejo estar. En El borde es un río, en Química diurna es notoria la presencia del río, del paisaje del Delta. Pero el agua ya está desde mis primeros poemas. En una época mis padres vivían en Necochea y yo tenía mucho contacto con el mar. En mi primer libro, El cielo posible, el paisaje era el mar. Con el tiempo me di cuenta de esta recurrencia. Hay constantes que uno conoce de antemano, y hay otras que no, que son mostradas por la escritura. Como si algo se revelase en el trabajo de escritura; el agua debe ser mi elemento. La sed aparece sí como título de este libro inédito y aparecía también en un poema de La hybris que se llama la sedienta, quizás ese poema haya servido de eslabón entre los dos libros. Muchas veces pasa eso hay como una ranura en un libro que da paso al otro, al que está por venir, como un hilito mágico que lleva hacia otra búsqueda y, quizás, incluso hacia otra voz, hacia otra discursividad. Con la sedienta me parece que pasó eso. Y se trasladó al siguiente libro. Justamente, ahora estoy trabajando en una serie que se llama aguas.

P.B.: Sigue siendo recurrente el tema del agua entonces.
A.G.: Ya queda asumido (risas).

P.B.: Vos hablaste de una ilación entre un libro y otro. Volviendo a La hybris, en dónde aparecen muchos personajes femeninos, ¿Cuál sería la ilación entre ellos? Porque de alguna manera parecieran ser el mismo personaje con distintas máscaras.

A.G.: En alguna medida, se trata de mí. Es mi subjetividad y mi opinión. Mi subjetividad multiplicada: en cada uno de estos poemas hay algo mío, y también hay algo que funciona como una máscara. Hay un concepto de máscara que es el que más me interesa y que considera a la máscara no como algo totalmente externo, sino que al usarse se convierte en algo pegado a la piel, tiene tu voz y recupera algo tuyo que puede ser dicho a partir de su precaria mediatización. Por ejemplo, los poemas de La hybris tienen un aire de otra época, de una literatura clásica, de una voz lírica de coro griego. Y detrás de la máscara está el siglo XXI, la vida en una ciudad bastante distinta a la del siglo V a.c. y estoy yo. Pienso que el sentido del uso de la máscara, en poesía al menos, es justamente ése: que la subjetividad no quede relegada sino que sea un canal encontrado por la propia subjetividad. Por eso hablo de una máscara pegada al propio cuerpo y que pueda encarnar en él. Si pensamos en las máscaras que usaban los griegos en sus tragedias, tenían un pequeño amplificador de la voz, pero la voz del actor era la que le daba sentido a esa máscara. Toda la expresividad del parlamento estaba puesta en el tono que podía darle el actor, en sus sutilezas vocales y que de algún modo atravesaban la fijeza del gesto. La máscara sería el modo de ser otro y ser una misma.


La subjetividad estalla


P.B.: Pero hay una dualidad entre el detrás de la máscara y la máscara puesta hacia el exterior, mediando digamos con la realidad ¿La Alicia desnuda dónde está? ¿En ambas? ¿O en esa mediación con la realidad con la máscara puesta?
A.G.: Está en todas partes, porque cuando escribís la subjetividad estalla y no sabés bien por dónde ni en qué momento sos exactamente vos, hay momentos en donde uno es llevado por la máscara. Y hay otros momentos en dónde vos llevás a la máscara. Sí hay una dualidad, y creo que lo que hace la máscara es exteriorizar esa dualidad, y más aún, esa multiplicidad que es nuestro yo. La gran liberación que me dio La hybris fue poder decir a través de algo que no soy yo exactamente, pero que a la vez sigo siendo yo. Se trató de una gran libertad porque me dio posibilidades que tal vez con un yo lírico desnudo no podría sostener. En este libro digo cosas que yo no podría decir, porque son muy difíciles de portar. Pero, a través de las máscaras, las digo. Por ejemplo digo Soy inmortal / en mi arrogancia, cuando yo no podría decir eso, por pudor, supongo, o porque intento ser correcta, pero el personaje puede decirlo. Porque el personaje es la emigrante y está en un momento desolado.

P.B.: A través de la máscara aparece el personaje real, desnudo.

A.G.: Sí, y creo que es lo más placentero. Cuando le envié y le dediqué este libro a Griselda Gambaro, de cuyos personajes me acordaba en ciertos momentos de la escritura de estos poemas, le dije que era el más teatral de mis libros. Ella después me respondió que sí, que estaba de acuerdo. Y me parece que ha sido cierta envidia hacia el teatro o hacia la actuación teatral lo que se ha plasmado en estos textos. El hecho de poder hablar con esa voz. Escribiendo me sentí un poco Antígona, un poco las Erinias, un poco Medusa, todos esos personajes de la mitología que he leído en los textos clásicos, pero con los cuales, a la vez, se tiene una distancia muy grande. Distancia que a veces nos hace pensar que no es posible escribir desde ahí. Y sin embargo, creo que me acerqué a sus voces.

P.B.: Citaste Las erinias, si no me equivoco el corolario de La hybris; con relación a esto, vos estuviste en el exterior a finales de los ochenta, o sea que el último proceso militar lo viviste acá en la Argentina, y no me parece que sea el único libro en dónde está plasmado todo este campo semántico: aparecen la memoria, los pañuelos blancos, los chupados. Hay una voz militante ahí…
A.G.: bueno, gracias, pensé que esto nunca iba a aparecer.


Los setenta


P.B.: ¿Cómo viviste vos el último proceso militar?

A.G.: Yo vengo del setenta, era muy joven en esos años. Pero, viví el furor, la alegría de los setenta y también la tragedia. Yo era militante de izquierda en esos años. Lo era orgánicamente y con mucho cuerpo puesto en la calle, en las manifestaciones, en las reuniones. Lo viví bastante traumáticamente, durante el proceso tuve problemas, porque trabajaba en Prensa Latina, que era la agencia cubana en la Argentina en el momento en que se da el golpe militar. Seguí trabajando hasta el ´78. Era una agencia abierta y estaba en medio de todas las agencias extranjeras, pero nosotros sabíamos que cuando entrábamos o salíamos nos estaban filmando de frente, de perfil: estábamos todos muy fichados, lo cual por ahí era una ventaja, en algún momento también se pensó así. De hecho, me fueron a buscar, mi dirección oficial era la casa de mis abuelos y a ellos les había pedido que nunca dijesen dónde vivía. En esa época yo vivía en una pensión, por el barrio de San Cristóbal. Pero claro, eran abuelos inmigrantes que nunca se imaginaron por qué les decía eso, entonces aparecieron canas de civil y mi abuela les dio mi dirección. Aparecieron en la pensión, afortunadamente yo no estaba, la persona a cargo de la pensión, una mujer muy buena que no sabía a lo que se exponía, no los dejó pasar. No sé si estoy siendo muy anecdótica, pero cuando hablo de la dictadura prefiero hablar de cosas concretas porque lo otro ya lo sabemos. A partir de eso, no fui más a dormir ahí, me mudé, empecé a pasar de pensión en pensión.

P.B.: Un poco a la manera de un autoexilio

A.G.: Sí, en ese momento cada uno hacía lo que podía, y yo hice eso. Me acuerdo que a una de las pensiones donde fui, inmediatamente después fue una por la calle Belgrano, y mi problema para mudarme eran los libros, porque a pesar de que no era una biblioteca tan grande eran muchísimos libros. Entonces, llegué a ese lugar con cajas llenas de libros, los dejé y me fui. Por unos días estuve en lo de un amigo, esperando a ver qué pasaba. Vuelvo a la pensión nueva, llego y la mujer me dice vino la policía. Le pregunto si entraron a mi cuarto, me contesta que sí. Ahí estaban las cajas con libros, muchos de los cuales estaban prohibidos, algunos políticos y otros de autores prohibidos. Libros de Gelman, libros marxistas por supuesto. Le pregunto si vieron algo, me contesta no, vieron que estaban todos empacados y se fueron. Era una razzia de rutina creo, no me estaban buscando a mí en particular, con lo cual me quedé en esa pensión. Pero no me quedé con todos los libros. Los llevé a otra parte. Después, estuvieron viajando durante un tiempo conmigo, la mitad los perdí.

P.B.: Tu primer libro es del ’77. ¿Aparece algo de esto ahí?

A.G.: Por pertenecer a los setenta, pertenezco a una generación en la cual la poesía política hacía destrozos, causaba estragos. Es decir, muchos buenos poetas se convertían en poetas políticos y se autodestruían. Porque la poesía pasaba a ser eso bueno que había que decir, y dejaba de ser eso que hay que decir, simplemente, a secas y con sus zonas oscuras. Y sus zonas insoportables también. En determinado momento tuve una reacción frente a la poesía eminentemente política, desembozadamente política. La poesía que yo hacía era más intimista, lo primero que escribí fue en ese tono. Escribí poesía política digamos al calor de las masas (risas), y al releerlo en algún momento lo descarté porque no era yo ni era lo que yo quería hacer. Volví a mi historia personal y a lo que una chica de esa edad necesitaba escribir. De cualquier manera, en mi primer libro que es El cielo posible, que contiene algunos poemas que fueron recogidos en la antología que hizo Irene Gruss, y dado que nos conocemos de esa época creo que ese rescate tiene también algo de emocional y de fraterno. Ella diría que no. Bueno, quizá no. En muchas de esas imágenes uno puede ver atravesada la época. Por ejemplo, ahora una crítica chilena que estaba trabajando con mis libros de repente llegó al cielo posible y lo leyó a partir de las fechas, que son del ’76, o anteriores. No sé por qué les dejé las fechas y cuando armé el libro también le di un orden cronológico.

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