lunes, 31 de octubre de 2011
Clínica de Poesía (Córdoba Capital)
martes, 25 de octubre de 2011
Sobre EL RUIDO DE LOS RIOS (Andrés Lewin)
El ruido de los míos
Mientras leía el libro de Andrés Lewin, pensaba que para oír el ruido de los ríos, primero hay que acercarse.
Hay que acercarse a ese lugar de donde viene el ruido acompasado, la voz de estos poemas. Digo esto por dos motivos. Por un lado, porque en este libro el tema del acercamiento está trabajado una y otra vez. Y por otro lado, porque esta misma presentación, esta reunión de Andrés Lewin con todos nosotros, es también, evidentemente, una manera de acercarse muy particular.
No puedo dejar de pensar que ésta es una doble presentación. Se presenta El ruido de los ríos, pero también, tan importante como el libro, y sobre todo por ser su primer libro, el Andrés que muchos de ustedes conocen como amigo, conocido, o familiar, hoy se presenta como escritor, como poeta. Y esto, créanme, no es poca cosa. Me honra ser parte de esta suerte de transformación, ver cómo, para muchos de nosotros, Andrelo va a ser de golpe Andrés Lewin, autor de un libro de poemas.
Un libro donde el tema del acercamiento es recurrente. Como en la ilustración de la tapa, creo que hay una gran horizontalidad en el libro, una mirada que intenta traerlo todo junto. Por ejemplo: vemos a personajes del campo acercarse a la ciudad y plantar su mirada extrañada, oímos una gran cantidad de diálogos entre personajes familiares, kiosqueros, cartoneros, en lugares también reconocibles, una voz que se hermana con los personajes, como si dijera: “Éste es el ruido de los míos”. También hay una aproximación a las tradiciones orales (de hecho, ésta es una poesía muy hablada, para ser oída o, en todo caso, para leer con el oído), y tiene un detallismo que hace que lo que a primera vista pueda ser marginal sea traído al centro de la atención.
Pero sobre todo hay, más que un acercamiento, la búsqueda de un lugar de refugio. Hay una frase citada en el libro que me parece que ilumina bastante lo que quiero decir, es del anarquista Simón Radowitzky y dice: “Yo integro, pese al encierro, la familia proletaria”. Acabo de hablar de refugio y sin embargo esta cita habla de encierro. No creo que sea una incoherencia. Son las dos caras de un mismo modo de concebir la poesía. Y su fuerza radica en ese pese a, pese al encierro la comunión se logra.
En El ruido de los ríos, y enfatizo el plural, hay muchas voces que se entrelazan para formar el tejido de estos poemas por donde se filtra a un tiempo lo íntimo, la conversación con uno mismo, la silenciosa reflexión, y la preocupación por el otro, la mirada social, abarcativa, (“Mi tradición / es la del hombre que se sienta a mi lado”), poemas barriales y otros de tema más latinoamericano, como si el foco se acercara y luego alejara, podemos ver tanto al Che o a Riquelme como a Tadeo Benítez, kiosquero. Digamos, si la marginalidad es una especie de encierro, estos personajes, pese a su condición, o potenciados por ella, saltan esa barrera y oímos su voz refugiada –y expuesta- en los poemas. Ese es el privilegio de esta mirada, y también su riesgo.
De alguna manera, la poesía de Andrés capta algo de lo evanescente, de los saludos al pasar, de las preguntas que nos hacen ruido al movernos del campo a la ciudad, algo del calor, de la música de la conversación, algo de todo eso lo capta la poesía y quedan los poemas. Se escribe en el encierro de la soledad pero se logra que se plasme un rumor vivo, anhelante, cadencioso que no está exento del placer, es decir, de cierto divague, de cierta pérdida de tiempo o, en todo caso, ese saber tomarse su tiempo para mirar, para decir lo que uno ve, cosas no bienvenidas en la vida cotidiana, regida por otros tiempos y pautas. Por eso, por más que leamos cosas que nos puedan parecer muy cercanas y familiares, no hay que dejar de prestar atención al trabajo de fondo que hace de esto algo que escapa a lo cotidiano por ser de otro orden, y que, en definitiva, hace que esto no sean crónicas sino poemas.
Dentro de la marginalidad de la poesía en el mercado editorial y dentro de la marginalidad de la literatura respecto del mercado global, hoy podemos celebrar esta nueva voz que nos dice:
Yo sí tengo algo para decirle al mundo
no sé muy bien qué es
ni si existen las palabras adecuadas
pero alguien tiene que hacerlo
esto se cae, se cae
Sé que hablé de algo así como una horizontalidad, pero ¿ven? este movimiento vertical aparece a cada rato, como un trastabilleo seguro, un saber tropezarse y deleitarse en la demora de la caída.
Como para terminar, en uno de sus textos, Saer dice que “… la poesía no es río majestuoso y fértil sino una piedra firme en medio de la corriente que se deja pulir por el agua”. Por un momento se me ocurrió pensar que El ruido de los ríos podía ser ese, el del agua raspando, tocando, acariciando las piedras invisibles, esa dura maravilla al fondo de las cosas, el sonido de un trabajo perfecto y continuo.
Empecé diciendo que para oír el ruido hay, primero, que acercarse. Fui demasiado medido. Nosotros nos hemos acercado y llegamos a la orilla. Ahora les pido que, como un buscador de tesoros, como un cartonero, hundan sus manos en el agua, como dice Andrés
porque seguro en el fondo
muy al fondo
algún silencio encontraremos.
A lo mejor el lugar donde el silencio de la piedra que se deja pulir y el ruido de los ríos, coincide.
Tomás Maver
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En este primer libro de Andrés Lewin, podemos pensar entonces que la figura del poeta asume la máscara de un pescador. Se trata, creo, de un pescador tranquilo, sentado a la vera de un afluente emocional ¿Y qué celebra con su silbido, con su canción de pescador atónito? Si no me equivoco, no quiere alabar lo excelso sino más bien lo incompleto, un modo de ser imperfecto que tiene todo lo que realmente existe, y que aparece en El ruido de los ríos refulgente en su pequeñez, en la falta incluso, como en estos versos del poema “El artesano”, en dónde puede leerse:
Ángel estrella
se rasca la espalda.
Le duelen
las cicatrices heredadas
resabios
de un legado de derrotas.
No se resigna
Escapa.
Como toda estrella
se sabe sólo un punto
pequeño
muy pequeño.
Pero el brillo
esa es su revancha.
En el cauce que van configurando los versos, es posible escuchar el rumor de un anhelo continuo: una sed de reconciliación. Hay, como dice el poema que acabo de leerles, brillo y también revancha: el yo lírico aparece como una voz pausada, eminentemente oral, que desea redimir de su nimiedad a los curiosos personajes para quienes canta sus poemas. Y llega, en esta especie de búsqueda inmóvil, en esta lenta pesca de personajes y redenciones, a gestar casi un pueblo entero; un pueblo con Tadeos y con Aúnesposible, con Trankipankis y Jacintos, con Ángeles Estrellas, amparados todos bajo el aura de un eco indulgente.
Ese pescador que atraviesa cada uno de los poemas del libro se revela, en definitiva y a la larga, como un oculto demiurgo, un creador de voces en la orilla: y si el poeta es un pescador, y el pescador un pequeño y piadoso dios, digamos entonces también que el río, el río de los ruidos, pareciera atravesar algún conocido barrio, y en ese trayecto sonoro, nos invita a tener siempre presente a ese otro gran barrio que, en realidad, no es ni más ni menos que nuestra América Latina.
Patricio Foglia
Más información: andreloweb.blogspot.com
lunes, 24 de octubre de 2011
BombPlan
Anahí Mallol
domingo, 23 de octubre de 2011
Facundo Ruiz / Irene Sola
sábado, 22 de octubre de 2011
Bueno Zaire, Sábado 29 de octubre, 23:30 hs
lunes, 17 de octubre de 2011
domingo, 16 de octubre de 2011
Cavafis
sábado, 8 de octubre de 2011
Presentación libro EL RUIDO DE LOS RÍOS (Andrés Lewin)
presenta
una publicación de
Editorial En el Aura del Sauce
El ruido de los ríos
de Andrés Lewin
Miércoles 19 de Octubre, 20 hs
Av. Córdoba 4379 (esq. Lavalleja)
Presentación a cargo de Tomás Maver y Patricio Foglia,
Lecturas y música en vivo, sorpresas varias.
Comida y stand de venta del libro.
Acerca de EL RUIDO DE LOS RIOS:
El ruido de los ríos, por todo esto, es un libro fuera de lo común. De lo más misterioso, me animaría a decir. Sobre todo, por su acercamiento profundo e ingenuo (es decir, todavía inocente) a una realidad que de otra forma se mostraría, si no amarga, bastante incomprensible.
Osvaldo Bossi
domingo, 2 de octubre de 2011
Revolución de Verano [Hernán Martínez y Las Estrellas]
Pienso en el bello verano, en Family y en Césare Pavese, en la ansiedad que implica ese hermoso desastre que suele regalarnos toda una temporada de cambios, de revoluciones de entrecasa, de dinámica de encierro y salidas, de días por amor al arte y noches para siempre, una lógica repleta de premoniciones y tormentas.
No sé bien como ordenar toda esta secuencia pero todo aparece aquí como una carrera, como algo incontenible por momentos, así es como avanzan "Círculo de fuego", "Revolución de Verano" y "Una Nueva esperanza", las primeras canciones de Revolución de Verano, el nuevo disco de Hernán Martínez, ahora junto a Las Estrellas. Presten atención y notarán que de un momento a otro, "todos corren por sus vidas".
En "Solsticio de Invierno" y "Lapizlazuli" por ejemplo (principalmente en ésta última, espléndida) son los teclados los que sacan partido y acompañan la urgencia de cada canción, el detalle de las voces y el cruce de angustia y vitalidad que deposita este tipo de canciones en el fondo del perfecto manifiesto pop en el que caben las canciones a las que nos gusta llamar "hits".
El tiempo dejó atrás a Voltura y los demás pasajes musicales de la carrera Hernán Martínez. Lo anecdótico volvió hermoso el recuerdo todo aquel cancionero y es Revolución de Verano el disco que le impone una justa distancia, se vuelve un aquí y ahora exacto, que marca un crecimiento en sus intenciones pero más que nada un avance en esa brillante combinación de acelerar y desacelerar melodías para envolver con destreza sus milimétricas palabras.
Del perfecto plan pop de "Las Estrellas", al trágico origami imperial de "El trigre de papel", pasando por ese nocturno y tierno instante Richard Hawley-esco(?) que es "Alma Oscura", el disco atraviesa un ida y vuelta que matiza el devenir de un inevitable descenlace. Me refiero a ese tipo de finales que se presienten frente a las temporadas estivales, las revoluciones y porque no a las bandas de rock.
Mientras "Habeas Corpus" es la amenza y también lo que viene después, un abandono decorado por una melodía pegadiza y algo preocupante, "Gracias Totales" se despide amablemente de la fábula del rock y "Rastros de Carmín" son los exactos 09:16 ingrávidos minutos en los que entre las nubes de humo, los pasos y la rendición, se anuncia el fin de la temporada... (and then it turned itself inside-out).
Me permito volver a Pavese, al verano de colores y tibieza, inesperado e inmóvil, a "todo ha vuelto a resurgir" como anunció el poeta italiano y ahí encuentro las canciones de Hernán Martínez y Las Estrellas, pensando en el fondo que la revolución sigue siendo un sueño eterno.
Fernando Graneros