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miércoles, 4 de septiembre de 2013
Poemas de Víctor Koprivsek
Escritos sobre servilletas de papel en la mesa de cualquier bar
Pido toros bravos por mi calle.
No bueyes tristes, rumiantes repetidores, bestias doblegadas.
Pido toros hartos de matanzas, furiosos por la estirpe sometida.
Toros que echen espuma por la boca, que abran surcos
con la pata izquierda antes de la embestida final,
que levanten polvaredas a la muerte.
Pido toros dignos por mi calle.
No bueyes tristes.
Maldigo al ganado obediente a tanto pastizal.
Apenas soplo
Somos como desesperadas hojas
enredadas en el silencio
arremolinaciones de humo
que el viento empuja.
Existe el infierno en la propia brizna
que nada dice.
Porque falta Dios en lo bajo.
Veo risas con enormes dientes
que festejan la jornada de mi calle.
Un relámpago de ira cruza por mis ojos
agitando una bandera negra,
decapitando miedos.
Digo que estoy solo cuando olvido.
También he muerto en el último otoño.
Ahora otra vez el desconcierto
poco a poco va templando con duro golpe
cada nueva herida.
Pero el dolor viejo no se va,
y la derrota será grito el día de los truenos.
Estoy cansado de mis palabras,
me están pesando en la noche.
Dime ¿conoces este insomnio?
Bolivia
Las horas que se alargan en la siesta.
El tranquilo sendero de la noche.
El ritmo acompasado de la mañana.
Como agua que ocupa mansamente la vasija
fui expandiéndome en la dimensión de un tiempo distinto.
Desconozco el momento en que olvidé la rápida rutina
que arrebata como un remolino furioso
los silencios de la tierra.
Ahora escucho otra voz.
La noche en Samaipata
Un silencio amigo desciende sobre las casas.
Un silencio hecho de caminos
que acarician montañas con peligrosa delicia.
Un silencio hecho de montañas
recostadas sobre el perfil de los pueblos.
La calma infinita de las noches de Samaipata
tiene dos altos senderos:
dejarse dormir arropado en la ajena quietud
o lanzarse al abismo interminable de los pensamientos.
En el día salen manos que te sujetan con delicada firmeza
y te convidan a escuchar el murmullo fraternal de la tierra,
esa canción.
El viejo
Era áspero y seco el camino.
Era pampa el paisaje.
Una música mineral silbaba
entre los espinillos.
La tierra en el viento
decía las horas del mundo,
los años de la historia,
el tiempo.
La gracia de los eternos movimientos
que articulan el crepúsculo,
prolongaba la belleza de la tarde.
Entonces el viejo llegó hasta el árbol
y dijo:
-Te ha tocado en suerte una útil tarea,
procura la verdad en la tierra que tocas.
Buscar el poema
Buscar el poema
hundirme en el entrañable laberinto.
Hay que dejar pasar las horas, sí.
Hasta que el mismísimo tiempo
pierda su ámbito, su espacio.
Dejarlo caer hasta que pierda
su peso, su consistencia.
Acaso valga esta insaciable sed
la distancia y el desconcierto,
el cansancio de andar,
la espera en un lugar desconocido,
la soledad absoluta.
La nada puede ser un buen comienzo,
un buen agujero donde meter la mano
y buscar.
Víctor Hugo Koprivsek, poeta de Derqui, Provincia de Buenos Aires, Argentina.
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