martes, 29 de septiembre de 2015

Libro Sinfonía de los Pájaros (Andrés Lewin)



Texto leído por Juan Pablo Bonino en la presentación del libro...
 

1. El libro empieza y se cierra con dos epígrafes del rock nacional. En el primero Miguel Abuelo nos remonta a nuestra propia experiencia: “…la vida es un libro útil / para aquel que puede comprender”. ¿Comprender qué? Desde el principio este libro de Andrés Lewin nos interroga como lectores por la relación entre poesía y experiencia de vida. Una vez terminado el libro o en su límite, en la última página leemos este acápite de una canción de Divididos: “...luz, luz, luz del alma / soy un hombre que espera el alba”. Entre esas dos canciones, la primera de 1984 y la segunda del 2000, se abre otra pregunta: ¿cómo es la relación de Sinfonía de los pájaros con la música? Con el rock argentino por un lado, y con todo aquello que remite a la musicalidad dentro de cada poema, eso que le da una entidad fónica, propia del sonido o de la voz, o incluso, después de leer el libro, con el silencio que hay entre página y página.

2. ¿No es acaso el anacronismo de este libro su propia singularidad? La propuesta es por un ojo que reivindica el rabillo y lo que se entrevé en ese tiempo pequeño y valioso. El autor dice: “…ver es tan distinto de mirar…”. Una mínima diferencia que se vuelve una poética de ese momento que no pasa y que propone una apertura hacia otro tipo de percepción: es la contemplación de la naturaleza, atravesada por una pupila urbana que sólo se detiene, para, como dice un poema: “…parar el mundo…”. Esa detención está en el ritmo de los poemas donde los versos caen con esa cadencia que puede oírse mejor en la lectura en voz alta del propio autor. Andrés recitando es un hombre de otro tiempo y se puede ver en sus ojos acompañando los bailoteos de su voz.

3. La continuidad de los elementos de la naturaleza la vuelve uno de los puntos ineludibles en la lectura del libro: el aire, la piedra, el agua, la tierra, el viento, la luna y los animales son intercalados con esa paciencia imperturbable de quien sabe que ahí se esconde algo. Ese algo más no es la precisión de una fotografía, sino como esas pinceladas de la pintura expresionista, pero en estos poemas no aparece la perturbación, sino una dicha suave, o como dice el poeta: “…para continuar el camino / de la tranquila alegría”. La ausencia de euforia genera un efecto de intimidad y la sencillez del lenguaje nos recuerda a esas canciones que requieren un interlocutor auténtico, porque se dirigen, al decir del yo poético, a “la llama que es nuestra / y de todos los nuestros”.

4. Si pensamos el libro en términos de colores, la luz está en un extremo que desemboca en lo callado de la noche y sólo dicho así podría parecer solemne, pero no lo es. En medio de los poemas hay referencias a Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota y Moris, está el “Che” Guevara, Atahualpa Yupanqui, Lennon, Gandi y Juan Román Riquelme. La cultura popular es un espacio donde moverse porque es el lugar de los personajes del libro. Son puntos de referencia para leer los textos porque desde ahí el yo poético abre su ventana para mirar mundo. La lupa está puesta en esos personajes que descorren el velo y dicen: “…todos somos maestros alumnos / todo el tiempo que somos”. El libro de Andrés es nostálgico en la medida en que pueden empezar a sentirse aguijonazos de la finitud, pero vale la pena leerlo porque está lleno de secretos, que los dibujos de Adro Tenembaum invitan a conocer, pero bien deciden guardar.

5. Andrés hoy presenta su tercer libro de poemas y ya es programático porque tiene un universo de intereses que persisten y crecen, se mueven, pero mantienen su énfasis en la sabiduría del barrio y tienen como horizonte la naturaleza. El efecto de los poemas es que el yo poético y eso se nota, sabe de lo que nos habla. Leemos y queremos mirar el mundo como él lo ve, alejamos los ojos y vuelve el deseo de la lectura porque su honestidad tiene el mismo secreto que le dijo el zorro a el principito: “…no se ve bien, sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos”. Con Sinfonía de los pájaros, Andrés nos invita a repensar nuestra infancia.

Juan Pablo Bonino

lunes, 21 de septiembre de 2015

Ángela Guardione


EL GORDO LORENZO (Cuento)

Aquel día el gordo Lorenzo se despertó diciendo: – ¿Hasta en esto soy diferente? Cuando todos festejan un día feriado porque pueden estar en casa sin nada que hacer, yo festejo ese algo que hacer.

Nadie trabaja un feriado en San Genaro, menos si se conmemora el día del trabajador. Por eso cada primero de mayo lo llaman al gordo Lorenzo del cuartel de bomberos, para atender el teléfono y hacer sonar la sirena en caso de ser necesario.

El gordo Lorenzo no trabajaba, no porque no quisiera sino porque no había ocupación para él en su pueblo, donde las únicas actividades posibles eran el cultivo de arándanos y su recolección. Estaban quienes se ocupaban de medir las plantas; quienes de pronosticar cuántos arándanos daría cada una; también los encargados de proteger los arándanos del viento, de las heladas y de los pájaros. Todos tenían su especialidad; pero Lorenzo, por el tamaño de su cuerpo, no podía hacer nada.

El gordo no tenía familia, era hijo único y sus padres habían muerto a causa de la vejez. En San Genaro se muere de viejo siendo joven. La vida en ese pueblo es corta pero alcanza para vivir lo que hay para vivir. Tampoco estaba casado, y sabía que iba a morir sin esposa que le cocine. Según sus investigaciones, los censos realizados en los últimos 50 años daban para San Genaro un número impar de habitantes. Sentía que había nacido equivocadamente; no porque creía en algo divino, o en las energías, o en la media naranja, sino porque aplicaba matemática pura: él era el número impar destinado a la soledad.

En San Genaro todas, absolutamente todas las personas tenían relación entre sí. O se era amigo, o se era enemigo. Aunque para los sangenarenses las relaciones podían cambiar en el transcurrir de una noche. La razón era el exquisito Mirtilo, un licor que recibían como parte de pago de las cosechas y que estaba preparado con los mismos arándanos que ellos producían.

Nunca se sabía con exactitud qué día llegaba el camión cargado de licores, pero apenas se veía venir por el largo y serpenteante camino de tierra, comenzaba el murmullo y el movimiento. En pocas horas se organizaba el festejo: comida, guitarra, baile y al cabo de varias horas borrachos todos. Hasta los niños y los perros tomaban esos días. En el gran revoltijo el enemigo se volvía de nuevo amigo y viceversa. Surgían nuevas parejas, nuevos negocios, nuevos bebés. Todo sucedía en esas noches menos para el gordo, que era tan bonachón que ni siquiera ese día se volvía enemigo de alguien. Todos lo consideraban un amigo, sea por afecto o por lástima, pero amigo al fin.

Salvo esos pocos días de fiestas, el resto era pura rutina. Y comer era el único placer para Lorenzo. Un amigo que había tenido la posibilidad de viajar varias veces a la capital, le contaba al gordo de la película “La gran comilona” y le decía que él iba a terminar así, reventando de tanto comer. Y el gordo no le respondía pero lo escribía en sus papeles: sería la muerte más sublime.

Así como encontraba placer en la comida, encontraba desahogo en la escritura. No es que no tenía amigos con quien conversar, pero hay ciertas cosas que, por temor a la burla, los hombres de San Genaro no cuentan. Claro que cada hombre tenía una mujer, y a las mujeres sí se les cuentan las cosas. Lorenzo sabía que una esposa además de ser una cocinera, era una confidente. Con lo cual él no tenía ni cocinera ni confidente. Lo primero lo solucionaba poniendo las manos en la masa y lo segundo escribiendo en hojas sueltas que cada tanto empaquetaba y guardaba.  Y gracias a esas hojas yo conocí al gordo; hombre sensible y querible, con quien hubiese sido lindo cruzarse en vida. Y lo conozco así, por un intercambio; llevando papas y batatas a San Genaro y trayéndome una pintoresca cómoda de madera llena de papeles, que los pueblerinos ofrecían junto a otros muebles de un fallecido sangenarense de 62 años. Causa de muerte: para algunos, vejez; para otros, indigestión.