jueves, 16 de junio de 2016

José Watanabe






El baño

Mientras el agua cae
sobre tu cuerpo
                    yo pienso
que de todos los cuerpos del mundo
tú posees el más preciso.
Tienes algo de intercambiable
conmigo, algunos órganos secretos,
                           los más saludables y hermosos,
o el sabor
o la mirada.

Ayer
me acerqué por tus espaldas
y deslicé mis manos
bajo tus axilas
hasta tocar tus senos. De pronto
sentí
el temblor de una restitución:
si yo hubiera tenido tetas
serían
como las tuyas.


* * * * *


La ranita

Duermes mi complacida. Y veo
con qué perfección, equidistancia y malicia
se disponen en tu cuerpo tendido
tus yemas de gusto
                   concupiscente.

Ahora tus yemas están dormidas,
pero cuando están despiertas provocan muchas ocurrencias.
La que más provoca es tu ranita lúbrica
                  llamada clítoris.

(Entre las hojas de los trópicos
he visto ranitas coloradas, miniaturas
de carne húmeda
que se contraen o se adelgazan
                y nadie las comprende
porque son temperamentales
como las muchachitas humanas)
Tu ranita no late contigo, tiene vida propia
pero no puede deleitarse sola.
La desmesura de su deseo
haria estallar su minúsculo cuerpo. Necesita
extender su gozo
en un cuerpo grande como el tuyo,
                      y así sobrevive,
                                convidándote placer.

Antes de tu sueño
viene siempre un ángel plumado y casto
que peina tu piel y censura
a nuestra ranita.
Es que nadie la comprende.

Sólo yo.


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