sábado, 5 de diciembre de 2009

Poema de Gra


Por la noche el callejón

se llena de fantasmas blancos

se meten en los largos vestidos de los pobres

les abrigan la panza y los muslos mugrientos.

Los desabrigados

enjugan el frío de sus huesos

soplándose las manos escarchadas.

Por eso

buscan los sitios donde mora ese viento tibio

y entregan sus cuerpos azulados

para la delicada unción.

Se amontonan como un ramo de violetas

-saben que así, nadie quedará fuera del deseado ritual-.

El luminoso callejón

contempla la desesperada unión a desgano

de los friolentos

(porque el calor no se mendiga como un pedazo de pan).

Se acercan uno a uno,

temblando de miseria,

y logran una diáfana caricia

entre los vapores de la noche helada.

Las cantinas son generosas con los desamparados:

comparten lo que no les sirve

derramando el calor desde sus chimeneas.

Ellos se juntan tiritando

y duermen acurrucados entre esos tibios fantasmas blancos.

Nadie allí conoce el nombre de dios

cuando llueve.

Es mejor que así sea.



Graciela Aranda

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