(El siguiente texto es genuina inspiración de Martín Sanchez Ocampo. Refiere a "Temperley" como bien intitula la nota, el primer libro de Patricio Foglia. Las palabras surgieron a modo de presentación de este libro, la tarde del sábado 23 de abril de 2011)
A 11 días del quincuagésimo aniversario de la hazaña del ruso Yuri Gagarin -el primer hombre en ser enviado en una cápsula al espacio exterior-, la maravillosa idea de ser un astronauta nos vuelve a interpelar, esta vez, desde el viaje simbólico que nos propone la poesía.
Con “Temperley”, Patricio Foglia traza una parábola cósmica de eso que a la mayoría se nos presenta en algún momento de nuestra vida como algo impostergable y que enfrentamos con mayor o menor temor: el “despegue” definitivo de la casa de los padres.
“…Sigo sin poder, sacarme de encima la nítida imagen de mi vieja echándome, a los gritos cual tormenta, hasta que, no sé bien cuándo, amanecí acá, en la puerta del locutorio…”, confiesa nuestro personaje en el primer poema del libro.
Esa eyección, a la que Gagarin reaccionó al final del conteo en 1961 con un “¡Poyejali!” (“¡Vámonos!”), es la coordenada inicial de una bitácora de viaje sobre la vida fuera del hogar, en la que persiste, como un acto íntimo de resistencia a la alienación, la inocente fantasía de ser el piloto de una nave.
“…Me tomó años aprender, cada una de las funciones del tablero, esa inmensa pared adornada, de botones, miles de millones, de botones de colores, que me hacen volver a ser un nene…” dice Patricio acerca de su cohete espacial, ya en la segunda serie de textos.
¿Qué diferencia puede haber entre ese tablero y los comandos para habilitar una cabina telefónica o una conexión a Internet dentro de un locutorio, en el que “diminutos chirridos” señalan “leves matices” en una “incesante clínica de lo mismo”?
Sea cual fuere la respuesta, la constricción de esa maquinaria adherida al cuerpo (“…mi traje espacial, me galvaniza, soy yo mismo…”), es la que quizás obliga al astronauta-poeta a desarrollar una percepción que le permita fugarse del tedio y reparar en los eventos extraordinarios, que se le presentan de una manera tangencial.
Así, “…unos cuantos asteroides, que andan siempre en manada, riéndose como hermosas hienas…” o “…parejas que pasan, se van al parque, a fumarse un porro, a darse unos besos…”, adquieren protagonismo y merecen una descripción que desborda a la estrecha escotilla conformada por los dispositivos telefónicos y computacionales de la tarea diaria.
Entonces, Foglia crea un nuevo artefacto a partir del lenguaje y lo usa como arma para enfrentar a esas “tecnologías de la comunicación”, en una guerra que ahora continuará por otro medio: el de los versos.
El conflicto, que tensa a todo el libro, tiene dos bandos definidos. Por un lado, el de una razón instrumental ridiculizada, compuesta por la jefa ausente que vigila con una cámara desconectada; la publicidad, encarnada en el personaje de una famosa marca de cereales que muere de sobredosis; el ejército, que disciplina al conscripto gracioso y mata al “inglesito”; la policía, el hospital, la escuela, y hasta el “higienismo” de los porteros de edificios.
Por el otro, el del gasto improductivo -aliado a nuestro héroe, aunque más no lo sea momentáneamente-, compuesto por el juego en el barrio con los amigos de la cuadra, la relación (y ruptura) con el otro amado, la gresca entre compañeros de escuela, una fiesta, todos funcionando como un combustible que propulsa a la cápsula desde la cual el yo poético vive su odisea contra lo establecido.
En medio de esa pelea, que da el poeta desde la escritura y en absoluta soledad, el personaje no sólo se observa a sí mismo, (“… como si Patricio siguiera vivo en cada fallo…”), sino también al campo arrasado en el que se convierte la Tierra, dominada por la explotación, el control social, la contaminación y la guerra.
Aparece entonces, al final de “Temperley”, una expresión de deseo, pesimista por cierto, de destrucción total: “…que un meteoro perfore, la superficie celeste, desde la estratósfera en caída libre, encendido devore lo terrestre, nos fulmine…” sentencia Foglia.
En cambio, Gagarin, quien también se salió del protocolo -en su caso el del sistema aeroespacial soviético-, exclamó desde su cabina 50 años atrás que “¡La Tierra es azul! ¡Es hermosa!”, y pidió a los pobladores del mundo “salvaguardar esta belleza”.
La inquietud sobre el destino de nuestra especie y su hábitat natural parece insistir cada tanto. A veces, en un poema apocalíptico que cierra un libro publicado en el siglo XXI. Otras, en la efeméride periodística de un campesino entusiasmado con la carrera espacial moderna. Lo importante, es que no desaparezca.
-Gracias Papeles por la publicación. Abrz. MSO.
ResponderEliminar-Siguiendo el siguiente link pueden ver una recreación del viaje de Yuri Gagarin. Enjoy. MSO. http://www.firstorbit.org/watch-the-film
ResponderEliminar