Pero por momentos, mientras leía Nostalgia y otros poemas, me preguntaba: ¿dónde estoy, en dónde me metí? En un poema dice, por ejemplo:
¿Qué fuiste a ver?
Tu casa yace
olvidada entre higueras
al borde de un camino.
Nadie recuerda tu paso por allí;
la red fugaz que teje el tiempo
te apresó en el vacío.
Yo mismo me preguntaba: ¿qué acabo de ver? ¿El poema como un encierro luminoso, una inaccesibilidad juguetona, un lugar donde nunca estuve, acabo de sentir una nostalgia que no me pertenece? Quizá parte de la tarea poética consista en eso: en que nos lleven a un lugar extraño y nos dejen unos momentos ahí hasta que, finalmente, reconozcamos cosas nuestras también, cosas que no existieron en nuestra vida pero que siempre –nos parece ahora- estuvieron ahí. Y de pronto estamos donde nunca estuvimos sin siquiera habernos movido –aunque sí conmovido-, y podríamos decir: Alcanzaré el último confín, y seguiré en la palma de su mano. Así nos gobierna la corriente quieta de estos poemas turbulentos.
Una antología también es una relectura, un trabajo sobre lo mismo que cambia. Porque al tiempo que se vuelve al antiguo poema y se siente que algo se perdió desde el momento de su escritura, también se tiene la oportunidad de volver siempre a ellos como por primera vez: los poemas quedan siempre insaciables, siempre vírgenes. Y aún intocados, al ponerse en relación con otros de otra época, vuelven a cambiar su sentido. Una antología es un reordenamiento y un recorte. Recordar y recortar trabajan juntos enhebrando una suerte de totalidad que, como la de la memoria, es parcial pero puede llegar a lugares de mayor inquietud y poner en relación algo que con los ojos del presente era imposible de ver.
Quizá eso sea la nostalgia. Volver al pasado y luego volver al presente. Hay algo de reconocimiento, de extrañeza, de pequeños desgarramientos y ensoñación; y hay algo de pérdida pero sobre todo de rescate. Si no, escuchen:
Pero algo queda todavía por decir
siempre queda algo, algún pertrecho
un último detritus en la lengua,
algún pájaro que allí rehíla, ciertas
imágenes que adoro y no conozco.
Pienso que quizá este libro tenga una trampa. Una trampa en la que espero que todos caigan. Porque la nostalgia relaciona el pasado con el dolor del presente. Y de hecho hay un tono deceptivo en la antología (del cual la ironía trata, por momentos, de distanciarse). Pero no nos engañemos, ya nos lo enseñó, entre tantos otros, Carver: escribir es una tarea de transfiguración, donde el material se transforma sin importar el tema ni so origen, y donde, de un modo u otro, empieza a reinar el regocijo. Puede haberse muerto el perro de tu hija, que si eso se vuelve material de un buen poema, te vas a poner feliz incluso de que haya ocurrido. Walter escribe:
¿Fingir que no lo sé? Ya es tarde, estoy en mi emboscada;
el deseo como una piedra atada al cuello me arrastró
a este lugar; y haría falta otra vida para saber qué significa
ese jeroglífico espejado en la carne.
Todo lo que percibimos son incrustaciones,
como ripios en el camino que sacuden
nuestro sopor, pero no alcanzan a despertarnos.
Cuando uno se toma todo ese tiempo para decir algo melancólico es porque se da cuenta de la belleza de lo que tiene entre manos. A ese tesoro acarreado desde muy lejos, como dice Walter, a ese algo, para que fueran poemas, hubo que envolverlos en lenguaje, hubo que acariciarlos largamente con la voz. Y terminamos por regodearnos con ese tono que recomienza una y otra vez y que como lector, agradezco.
Así es que este libro es anfibio, participa de diferentes órdenes y nos genera emociones encontradas, complejas. Fíjense:
Mi cuerpo se replegó hasta adquirir
la liquidez y transparencia de un animal marino:
mitad piedra, mitad marino.
Una vez que terminé de leer Nostalgia, si bien no pude contestar en dónde había estado, aún hoy no lo sé, pude ver esa transfiguración del poema, mitad piedra, mitad marino que logra convertir todo en placer: el libro que reúne quince años de poesía empieza con la palabra Nostalgia y termina con el infinitivo sonreír: la sombra que fui, a veces, me hace sonreír.
Entonces, mirar una sombra y sonreír. Mirar el trabajo hecho durante quince años, sentir nostalgia y sonreír. Imagino que Walter Cassara, como un Orfeo trayendo del brazo algo que creía perdido, pasado, llegó al punto en que puede finalmente mirar atrás, hacia estas páginas luminosas, ver de frente su Nostalgia y a aquel que escribió esto años atrás y que los poemas no se desvanezcan en el aire
y lo que una vez creí truncado
aun roto para siempre, alumbra en la boca.
Así, Walter Cassara nos entrega su Nostalgia, aunque quizá necesitemos leer todo el libro para poder entrar y salir de la trampa sonriendo, y repetir con él:
¿Hay algo más hermoso y cruel que esto?
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