Primavera verano otoño invierno, otra vez primavera. Venía pensando en el tema de los ciclos: cada cierto tiempo me toca en suerte encerrarme porque se avecina algun parcial fiero, y entro en una rara zona zen en donde solamente estoy yo y eventualmente mi abuela, quien me ceba cientos de miles de mates en silencio. Pierdo noción del tiempo exterior y realmente no sé si llueve o hace frio o hace calor. No hay afuera. Pero no la paso mal, al contrario. Cada tanto niego todo lo que existe y soy yo con unos apuntes, en este caso de la revolución mexicana, y la sensacion de estar en una peli de Kim Ki-duk. Pequeño sensei.
Estadio Azteca. Los aztecas tenían una concepción cíclica del tiempo. Si hoy era hoy, entonces ya estaba dictaminado por los antiguos dioses cómo sería ese día, que volvía a ser el mismo que aquella vez, y se sabía de ese modo si era conveniente cosechar o era mejor guardarse hasta la próxima. Nuestra concepción occidental del tiempo es, por el contrario, lineal; aunque contiene una serie de ciclos: los días de la semana, los meses. Cada tanto es domingo, cada tanto estamos en Junio. Pero lo que define es el año. Y el año no se repite, siempre cambia, es otro todo el tiempo. Pero los años también tienen sus ciclos.
Vuvuzelas. Estar encerrado me permitió ver más partidos del mundial de lo que en un principio hubiera pensado. Descubrí que no siempre una costumbre autóctona es copada por si misma, y que convertir un estadio de fútbol en un panal de abejas que transmite en vivo directo para todo el planeta es otra de las formas de la tortura. Pero me paso también algo fuera de lo previsto: volví a ver un partido de argentina con mi viejo. Un partido de mundial. La última vez había sido también contra Nigeria, pero Messi era Caniggia y Diego estaba dentro de la cancha. Después todo fue oscuro, mis viejos se separaron, la enfermera entró de blanco y fue la muerte para todos. Y yo lloré como un pelotudo, todo ese año de mierda. Eso sí que fue un ruido ensordecedor. Y es raro, ahora me siento muy distinto, y siento que estoy en el mismo lugar pero no, algo cambió. A lo mejor son los sillones, a lo mejor la expectativa. Pero les juro que no, que Sudafrica es para mí muy distinto de aquel mundial 94. Aún aunque de alguna forma volvamos a estar otra vez en la misma escena.
Estadio Azteca. Los aztecas tenían una concepción cíclica del tiempo. Si hoy era hoy, entonces ya estaba dictaminado por los antiguos dioses cómo sería ese día, que volvía a ser el mismo que aquella vez, y se sabía de ese modo si era conveniente cosechar o era mejor guardarse hasta la próxima. Nuestra concepción occidental del tiempo es, por el contrario, lineal; aunque contiene una serie de ciclos: los días de la semana, los meses. Cada tanto es domingo, cada tanto estamos en Junio. Pero lo que define es el año. Y el año no se repite, siempre cambia, es otro todo el tiempo. Pero los años también tienen sus ciclos.
Vuvuzelas. Estar encerrado me permitió ver más partidos del mundial de lo que en un principio hubiera pensado. Descubrí que no siempre una costumbre autóctona es copada por si misma, y que convertir un estadio de fútbol en un panal de abejas que transmite en vivo directo para todo el planeta es otra de las formas de la tortura. Pero me paso también algo fuera de lo previsto: volví a ver un partido de argentina con mi viejo. Un partido de mundial. La última vez había sido también contra Nigeria, pero Messi era Caniggia y Diego estaba dentro de la cancha. Después todo fue oscuro, mis viejos se separaron, la enfermera entró de blanco y fue la muerte para todos. Y yo lloré como un pelotudo, todo ese año de mierda. Eso sí que fue un ruido ensordecedor. Y es raro, ahora me siento muy distinto, y siento que estoy en el mismo lugar pero no, algo cambió. A lo mejor son los sillones, a lo mejor la expectativa. Pero les juro que no, que Sudafrica es para mí muy distinto de aquel mundial 94. Aún aunque de alguna forma volvamos a estar otra vez en la misma escena.