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jueves, 21 de mayo de 2015
viernes, 15 de mayo de 2015
Diana Bellessi

La desaparición de Talita Kumi
¿No voy a
acariciar más tus orejitas suaves de color
té con leche?
¿y tu barbita feroz y el flequillo rebelde
que te oculta
los ojos? ¿tus piernas elegantes y erguidas
y esas
caderitas que te gusta las friegue y al lomo
donde se
aposentan las pulgas? ¿no vendrás a dormir
junto a mis
costillas ahora que refresca y llega el otoño?
¿no te
comerás los trocitos de pollo que guardo para vos
ni veré tu
dormir tranquilo con la pata levantada
o el gemido
del sueño que de tanto en tanto te ataca?
¿no oiré tus
ruiditos por la casa ni esa manera de venir
a saludarme
esté donde esté de vez en cuando? ¿ni felices
saldremos a
caminar por el sendero verde de la isla,
vos
chocándote con mis piernas en estos meses de ceguera?
La casa está
vacía y yo, una bolsa vieja que se llena
con mis
lágrimas, Talita Kumi, que escapaste al monte
o caíste al
río a las siete de la tarde del día once
de abril
cuando cortaba una caña de ámbar reluciendo
blanca en el
costado de Appensel como una tentación
de las flores
al anochecer. Te he buscado noche y día
mi bebé, mi
amiga, mi familia como siempre te decía
te acordás?
Te he llamado en voz alta, bajito y entre lágrimas
y te llamo
por escrito de todas las maneras en que sé
y ahora
siento que estás lejos y no te veré acercarte, sucia,
asustada y
alegre como otras veces en tus escapadas
monteras entre
los cuises y comadrejas, ¿qué deshace
Shiva?,
deshaceme a mí, no a ella, mi inocente o acaso
desaparecés
en tu ley, Talita Kumi, y libre de la rienda
que siempre
te protegía, con ella a cuestas pero libre
al fin, la
rienda roja, pequeña reina mía, mi Aquiles
diminuto… tus
aventuras son leyendas por aquí…
Me habían
prometido dieciocho años juntas, ¿habrás
soportado el
agua fría de la noche, los días sin
comer en el
monte? No sé, no sé, que no sufras, compañera,
para eso estoy yo…
La aparición de Talita Kumi
Río y no me
salen las palabras frente a vos,
Talita Kumi,
las patas
embarradas y sangre en las orejas
estás de
vuelta
en casa, tres
días sin comer perdida en los juncales
del río al
frente
y como loca
te acaricio secándote
la rienda
roja
sucia de
barro y nadie me entiende como si fuera
una Casandra
que dice
sortilegios de alegría y de amor
mi campeoncita
nadaste contra
corriente y sos mi adalid
mi heroína
de odisea
salvándote del mal y las sirenas
por tu fuerza
y tu sublime
inteligencia, pequeña mía
cómo te amo
como agradezco
a Shiva y a todo el panteón
que nos da
una chance
de volvernos
a juntar en esta orilla que ahora
brilla en tu
presencia,
y sin que
medie nada te vas a tu canasta
para dormir
hasta mañana
y recién entonces me lamés
la cara,
misión
cumplida dice
la inocente austera, afuera
de la noche y
el mal…
martes, 12 de mayo de 2015
Maria Fonseca
Invisible
Cierto día
de tanto desearlo
me convertí en invisible
ese día
cierto día
no me encontraron más
ni mis amigos
ni mis parientes
ese día
mis pensamientos
se quedaron sin cuerpo
las caricias sin manos
y los besos sin boca
ese día
de final de febrero
lo imposible
por fin
lo imposible.
* * * * *
Niña
La veo jugar
sentada en el balcón
enredando sus pequeños dedos
en una cinta roja
su torpeza desborda ternura
la cinta va y viene
hace círculos en el aire
su risa llena cada tanto el silencio
y su madre entonces
descansa.
viernes, 17 de abril de 2015
Alfonsina Storni

Cuadrados y ángulos
Casas enfiladas, casas enfiladas,
casas enfiladas.
Cuadrados, cuadrados, cuadrados.
Casas enfiladas.
Las gentes ya tienen el alma cuadrada,
ideas en fila
y ángulo en la espalda.
Yo misma he vertido ayer una lágrima,
Dios mío, cuadrada.
lunes, 13 de abril de 2015
viernes, 27 de marzo de 2015
Osvaldo Bossi

EL MUCHACHO DE
LOS HELADOS
Diez veranos pueden convertirse
en un solo verano eterno.
Como las chapas eran de cartón
las piezas se recalentaban enseguida
y salíamos, cada tarde, grandes y chicos
como ratas por tirante
a refugiarnos bajo el único árbol
que daba sombra y frescura
en la vereda.
Allí estaba mi amigo Raulito
al que le decíamos D´Artagnan
pelando una caña flamígera
y mis primas Mónica, Ana y Marisel
trenzándose una a otra los cabellos
y un perro buldog
que pasaba de obo a maligno, indistintamente
y mamá también, bajo la resolana,
juntando las cáscaras de una sandía
destripada en segundos
y papá, para siempre,
la camisa colgando de una rama,
en cueros, mientras escuchaba una emisora de radio
que pasaba todas las canciones de moda…
No corría ni una gota de aire.
Volaban a nuestro alrededor las moscas
y dormían los pájaros carpinteros.
De doña Damasia se decía
que era una vieja depravada
porque no usaba bombacha.
Yo, mientras tanto, con el rayo laser de mis anteojos
perforaba las hojas de los árboles
o quemaba, hasta que les salía humito
(nunca hasta la muerte)
alguna que otra hormiga.
Todo hubiera seguido
en esa calma chicha, si a lo lejos
no se hubiera escuchado el silbato
del heladero.
* * *
Ahora los heladeros pasan
cada muerte de obispo,
uno distinto cada vez, pero entonces
era el mismo carrito tornasolado
y el mismo muchacho
sonriente.
Se estacionaba al lado del árbol.
La brea y el cemento
Ardían como una olla al sol.
Después de quitarse la gorrita,
con un pañuelo o el dorso de la mano
se enjugaba el sudor
que le caía a chorros sobre la frente;
abría la tapa de su heladera ambulante
y nos daba esos copos
de agua empalagosa
en pequeños cucuruchos que saboreábamos
hasta el final.
Descalzos
saltábamos como monitos
alrededor de ese árbol de agua
fría como la nieve.
Papá se acercaba hasta el muchacho
recién cuando la repartija
había terminado y nuestras lenguas
ávidas o morosas
se extasiaban con los cubitos de frutas.
Nunca llevaba su billetera.
Tenía una cadena de oro
con una medallita de la virgen
colgando del cuello, un short azul y unas ojotas
que siempre quedaban por ahí…
Hablaba con el muchacho de los helados,
y se reían.
Diez veranos iguales, eternos
habrán sumado una deuda
si no fatal, bastante estrepitosa.
Pero el muchacho de los helados
no parecía fastidiarse nunca
y tenía para conmigo
una inusual deferencia.
¿Qué le decía?
“Ese que ves ahí,
tan inofensivo como parece,
ahora mismo nos mira a los dos
con una cámara fotográfica
que guarda sombras,
y un día, estoy seguro, con los helados
hará un lindo poema
en donde vos y yo nos reímos
incansablemente
como dos niños congelados
por el amor y el tiempo.
Y hasta quizás, quién te dice,
Se anime y lo titule: Oda
al muchacho de los helados.”
Mi papá
era capaz de hacer
cosas así, y peores.
Después le daba una palmadita en el hombro
y lo despedía.
El muchacho se alejaba
calle arriba o calle abajo
-no importa-
pedaleando sobre el carrito tornasolado
como sobre una nube de vapor.
domingo, 8 de marzo de 2015
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