martes, 2 de noviembre de 2010

Entrevista con Alicia Genovese. 2da parte.



formas del exilio


P.B.: ¿Funcionaba en cierta medida como un diario?

A.G.: No era exactamente un diario, pero creo que pretendía dar cuenta de algo, que era mi vida, y lo hacía de ese modo. Pero no tiene un tono confesional, son poemas breves. Son poemas muy apretados que buscaban la palabra exacta. Y ahí hay imágenes que hablan de la época. Por ejemplo, hay un poema que se llama exilio, cuando –y esto me lo recordaba la crítica chilena- no se hablaba todavía de exilio. Es verdad, el exilio vino inmediatamente después. Los exilios. Pero ya vivíamos un exilio, que era el exilio social porque todo se había cerrado, toda esa vida de intercambio, de mucho café, de mucho encuentro en los bares que teníamos se había terminado. Te pedían documentos a cada paso, era riesgoso.


P.B.: Sí, siguiendo un poco la retórica de La hybris, había una suerte de ostracismo.


A.G.: Claramente. En Puentes, escrito mucho después pude narrar algo de eso. Pero no era el ostracismo de vivir en una burbuja, recibía información a veces de primera mano en cuanto a la represión. Vivía en una redacción, haciendo notas. En esa época le hice un reportaje a Héctor Oesterheld, y a los pocos meses desapareció. Fijate el momento en el que vivíamos, esa cercanía constante con los acontecimientos. Un amigo decía nos rozaban las balas y no nos dábamos cuenta. O nos dábamos cuenta pero decíamos bueno, fue un roce. Por eso me acuerdo del reportaje a Oesterheld y de que a los pocos meses desaparece.

P.B.: Hablábamos y me acorde de Clarice Lispector: está muy presente el mundo femenino en todos tus trabajos; hay una especie de militancia feminista que sin embargo no recae en lo feminista , como así también una militancia con la naturaleza

A.G.: Bueno, soy feminista. Escribí un libro que tiene una perspectiva que es la de la crítica literaria feminista. Mis años en EEUU influyeron mucho, fue en el período en el cual más estudié temas de género. Me atrajo el feminismo como perspectiva que cuestiona, por ejemplo, al sujeto universal, que aparece como masculino. Cuando empecé a leer aquellos textos me reconocí a mí misma y empecé a reconsiderar ciertas cosas que escribía, todo lo cual transformó la lectura que yo hacía de mi propio lugar de enunciación. Pensemos que yo llegué a EEUU habiendo publicado acá ya dos libritos: El cielo posible y El mundo encima. Ese viaje me abrió la cabeza, me permitió ver una serie de cuestiones para mí nuevas del campo social e intelectual en el cual me movía. Molestias que yo tenía y que no entendía todavía qué eran exactamente. Cuando volví de EEUU el libro que salió cargado con ese bagaje fue Anónima.

P.B.: Es interesante porque así como en tus primeros libros vos señalabas que no hablabas directamente de lo que estaba pasando, tal vez aparecía en forma indirecta, también en los escritos posteriores aparece lo feminista sin ser un discurso directamente militante.

A.G.: No hay militancia, ni política ni feminista, dentro de los poemas. La militancia, en todo caso, está en otro lugar, está fuera, aunque claro la poesía es la caja de resonancia de nuestra subjetividad, en definitiva de todo lo que nosotros somos. Pero no tengo poemas con mensaje (risas). Siento que mi escritura no está al servicio de nada, que va por otros caminos y a veces se cruza con algo que es la historia misma. Habría que decir que en un sentido menos estricto y referencial toda la poesía es política. Creo que mi poema más político, en ese sentido referenciado es Las erinias, porque ahí la voz está atravesada por lo que han significado y significan las Madres de Plaza de Mayo. Después el poema en su dinámica propia se abre hacia otro lado, hacia otras significaciones.

P.B.: ¿Y con respecto a la naturaleza?

A.G.: La naturaleza, o mejor, el paisaje y todo aquello que el paisaje abierto ofrece es el lugar que elijo para escribir, escriba de lo que escriba, a veces su referencia es innegable. Escribo desde ahí. Si trato de recordar cuál fue mi primer lugar de escritura, la escena que yo recuerdo es la de un rinconcito en el jardín de la casa donde vivía, que quedaba en Llavallol. Hago un paréntesis acá: Lamborghini en El solicitante descolocado, menciona Llavallol de manera bastante despectiva: qué hago acá / en el culo del mundo, se pregunta. Ese poema está escrito en la misma época que yo refiero ahora, la de mi niñez en Llavallol. Para mí en cambio, a diferencia de lo que decía Lamborghini, ese lugar era el paraíso, no era el culo del mundo. Era un barrio con chalecitos y casitas hechas en la época de Perón, con esos créditos hipotecarios a cuarenta años que se daban por entonces, mis padres compraron la casa y la terminaron de pagar con ese crédito. Recuerdo las calles de tierra cuando iba a la escuela, y la escarcha de la mañana y los ciruelos florecidos en la primavera, el olor de los jazmines. Ese fue mi primer lugar. Ahora planté mis ciruelos en casa, y me remiten proustianamente a aquellos otros ciruelos del barrio.

P.B.: Hablás de tu primer lugar de escritura, pero está claro que tuviste varios. Y es una imagen que aparece mucho en tus poemas, esta idea de puente y de ida y vuelta que permite pasar de uno a otro lugar. Pero se me ocurre preguntarte a dónde querés volver a partir de esos puentes.


A.G.: Creo que en ese discurrir interno donde la memoria trae y lleva cosas uno siempre vuelve a su lugar de origen. La imagen del puente con la que trabajo en ese largo poema que se hizo libro es el lugar de la memoria y a través de la escritura, de ese monólogo interior, que es más un discurrir interno, hay una volver al origen. Mi origen lo ubico en ese espacio un poco al margen, en el lugar donde nací que es el conurbano. Cada vez me olvido menos que yo vengo de ahí, de un lugar pobre, de una casa que no tenía biblioteca, que estudiar fue todo un acontecimiento. La poesía me conecta fácilmente con eso porque tiene una conexión muy estrecha, con lo elemental, con lo primario que nos constituye. No es la única conexión claro, está también todo lo que se haya podido absorber de la cultura. Hay épocas, en las que a veces se niega el origen, uno quiere ser otra cosa, y hay que ser otra cosa, si se quiere escribir, pero yendo y viniendo. Por eso la imagen del puente para mí es tan importante.


el borde es un puente



P.B.: Es que en la imagen del puente está ese transcurrir, ese ir y venir, ir y volver. Y hay al mismo tiempo una situación nómade, aunque se termina volviendo.

A.G.: Yo me sentí muy nómade en una época: viví cinco años afuera del país, en EEUU. Pensé en quedarme allá en un momento. Pero poco antes de estar embarazada decidí que no quería criar a mi hijo o hija en otro lugar que no fuera el mío. Esa fue una razón de mucho peso para planear la vuelta. De cualquier manera, me sentí nómade entonces quizás porque viaje mucho, nunca antes lo había hecho. Creo que es y lo fue para mí una sensación muy liberadora la de los viajes, perderse en otra geografía y otra cultura, olvidarse de dónde uno viene, hasta que en algún momento aparece como necesario reencontrarte con quién sos, reubicar de dónde venís, ahí comienza el retorno. Ahora bien, con los puentes me pasó una cosa muy curiosa. Volví de EEUU, mis padres vivían en Lomas de Zamora y a poco de llegar voy en auto a visitarlos; al cruzar Puente Pueyrredón sentí algo inexplicable, intraducible quizás, como si entendiese por qué había vuelto. Una sensación entrañable y extraña a la vez que me justificaba en mi ida y en mi regreso. Para los que somos de la zona sur el cruce del puente significa ir hacia el centro de la ciudad, o sea principalmente dejar el terreno conocido. Durante años tuve esa identidad extranjera en el centro de la ciudad. Siempre digo que Lomas de Zamora, aunque parezca tan cerca de la ciudad de Buenos Aires, es África. A veces en el interior del país, me identifican como porteña porque hace años que vivo aquí, pero ser de Lomas de Zamora es como ser africana en una ciudad europea: París o Madrid.


P.B.: David Viñas dijo en la CC de la Cooperación que la tradición de los argentinos era subirse al caballo por la izquierda y bajarse por la derecha. Y la salvedad que hizo, ya que recorrimos tu historia durante la dictadura, fue Rodolfo Walsh ¿cómo te marca Walsh como referente de la literatura argentina?

A.G.: No me marca mucho. Leo su obra y me produce admiración y me parece excelente, pero no me ha marcado directamente. Sí me marca su figura: viví de cerca lo que pasó con Walsh. También es una época personal de la que no hablo tanto, durante un tiempo no podía hablarse de estos temas, y después uno se acostumbra a no hablar.

P.B.: Buenísimo rescatarlo entonces.

A.G.: Si, totalmente. Yo tenía acceso a los comunicados de ANCLA, que era la agencia que funda Walsh en la clandestinidad. Recibía esos papeles rústicos escritos a máquina y fotocopiados o mimeografiados, hoy se verían como un desastre desde un punto de vista tipográfico y de presentación (risas). Luego desaparece, en realidad lo matan. Lo que viví entonces fue esa situación: primero los comunicados de ANCLA, la información que se difundía de manera clandestina, y después saber lo que había pasado con él, que lo habían matado. Creo que la postura de Rodolfo Walsh era demasiado radical, por lo menos para mí en esa época, una chica que salía de su adolescencia. Como escritor lo valoré más después.

P.B.: ¿Qué escritores o poetas te marcaron o influyeron de alguna manera?

A.G.: En esa época leía a Alejandra Pizarnik. Casi no se conseguía nada de ella, recuerdo haber encontrado La Condesa Sangrienta en una librería de viejo, pero básicamente leíamos sus poemas en fotocopias. Ella fue la poeta que me marcó en ese momento. Escuché en ella una voz con la cual me identifiqué. Después leía mucho por ejemplo a los poetas italianos, ahora pienso que mi ascendencia italiana debió haber influido para encontrar algo familiar en esos poetas, otra vez la cuestión del origen.

P.B.: Nos pasó particularmente el hecho de leerte y tener la sensación de leer a Marosa di Giorgio

A.G.: Quizás ahora esté más cerca de Marosa que de Alejandra. Ella hace otra cosa. Su figura es enorme y única por esa identificación con el mundo de las chacras del interior del Uruguay, con el mundo natural que ella vuelve fantástico sin dejar que se aleje de lo natural. Alejandra en cambio tiene un vínculo muy pesado con la muerte, la noche y tenía asimismo algo muy autodestructivo, todas cosas con las que ahora claramente no me identifico. Soy más diurna, me gusta mucho la luz del día, me levanto muy temprano y las primeras luces de la mañana son para mí las mejores. La noche tiene su magia, su secreto y su atractivo pero no me identifico tan fácilmente con esa nocturnidad de Pizarnik.
Creo además que cuando uno pasa los cuarenta se ubica en otro lugar. Quizás para el mundo de la adolescencia terrible y perturbador, Alejandra sea una gran lectura identificatoria, una puerta de entrada a la poesía. Ante un espacio que uno supone que es solo suyo, ella nos descubre que esa zona tan turbia y opaca, es una zona que compartimos, allí es donde se mueve como pez en el agua. Ahora no puedo o no elijo entrar en esa zona.


poesia argentina, poesia latinoamericana


P.B.: ¿Cómo ves hoy la producción y la expansión de la poesía argentina en Latinoamérica o el mundo?

A.G.: Por lo que yo leo y conozco, la poesía que se produce en Argentina es muy buena, tiene un nivel muy alto comparado con Latinoamérica. En cantidad y en calidad no veo otro lugar donde se produzca tanto, acá levantás una piedra ¡y salen diez poetas!

P.B.: Y a partir de esa cantidad y calidad de la que hablas, ¿encontrás un denominador común en todos ellos o un signo de esta época en esta renovación?

A.G.: Creo que sí, en ese sentido estamos en un momento de inflexión. Los noventa se terminaron y efectivamente hay nuevas voces.

P.B.: ¿Cómo te sitúas ante tanta explosión de lanzamientos editoriales y espacios de expresión en Internet como los blogs por ejemplo?


A.G.: Tengo una posición ambigua, porque por un lado me atrae muchísimo y no soy una negada. Pero por otro lado creo que aunque es un medio de difusión impresionante que lo vamos a ir aprovechando, ahora estamos como en una prehistoria que nos trae mucha confusión porque los canales son demasiados y hay muy poco filtro. Estamos muy poco preparados intelectualmente para el análisis de esa masa informativa que te trae Internet. Creo que de aquí en más, lo que va a ocurrir es que nos vamos a alfabetizar de acuerdo a estas nuevas tecnologías y vamos a aprender a seleccionar más.

P.B.: Coordinas talleres desde hace mucho tiempo, nos gustaría saber que es lo que te llevas de esa experiencia y que esperas que los participantes se lleven?


A.G.: Yo quiero que se lleven su propia escritura, poder situarlos frente al acto de escribir y sentirse en contacto con lo que está escribiendo. Que sientan que han establecido una conexión consigo mismos y con lo que querían decir pero no sabían que querían decir, esa es la mejor experiencia que yo he tenido.
Para mi dar talleres es algo muy hermoso, establezco una situación de diálogo con la gente que trabaja conmigo que para mí es un alimento. Siempre la relación enseñanza - aprendizaje es una relación entre dos y el que enseña también aprende, sin que esto vaya en desmedro de la la responsabilidad que le compete a cada uno.
Desde el lugar de "dar talleres" una también se deja permear por el otro, ese diálogo es el trabajo más cercano a la escritura que yo puedo hacer y me deja muy conforme. Es un cable a tierra muy bueno para quien escribe.

P.B.: La última pregunta siempre tiene que ver con el nombre de nuestro grupo, "Papeles Blancos" y consiste en saber, en un ejercicio de libertad absoluta, que te sugiere o despierta justamente ese nombre?

A.G.: Bueno veo la referencia casi obligada al "papel blanco" al que, dicen, se enfrenta todo escritor. No lo sufro como un trauma, quizás porque en una época escribía en el colectivo de memoria, porque cuando se viaja parada es la única manera. Así, siempre tenía los primeros versos antes de escribir. Eso sigue siendo así no me pongo a escribir si tener al menos unos versos o una intuición o dos palabras que me resuenen. Creo que lo que puede enfrentar ese supuesto bloqueo que genera el papel blanco es ponerse a escribir cuando ya es irrefrenable la sensación de escritura. No creo que la escena tan temida sea enfrentar el papel blanco, a veces el papel blanco es ese papelito en la cartera, esa servilleta que se consigue y ante la cual una piensa "que suerte que conseguí esta servilleta para anotar y que no se me pase esto". No tengo rechazo frente al papel blanco, todo lo contrario.



(Agradecemos la fotografia que acompaña esta segunda parte, tomada por Estela Fares y elegida por la propia Alicia Genovese)

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