Quiero que algo nuevo brote de estas tierras.
Y si no brota que acontezca…
¿Será tiempo ya?
Y no lo quiero gracias a la mística invocación del chamán, no quiero que lo esculpan las palabras y lo planten allí donde no es su lugar. Quizá nombrando, señalando la esencia, se manifieste, cobre verdor. Ojalá…
Y si lo nuevo no aparece, porque la esencia indicada deviene mero artificio, simple consuelo metafísico, vano arcano estético, entonces sí: a inventar, a crear, a mentir sueltos y alegres porque no hay nada que perder salvo la posibilidad de sembrar nuevas formas vitales.
Esperanzas.
Entonces sí: el arte y la política tendrán una noble misión.
¿Cómo?
¿Que una excavación genealógica de la esencia argentina huele al más rancio objetivismo?
¿Qué la invención de nuevas mitologías pone al descubierto otro ensueño pomposo, impotente, del subjetivismo moderno?
Dos talveces… ¿Pero qué importa?
Esto quiere ser literatura, no ciencia. El pensar de este intento no se va a acobardar frente a “ismos” tan gastados, antes esas disputas somníferas, mezquinas, esas siempre prestas para aplanar las montañas y sus insólitos relieves, todos únicos.
Voy a tomar un camino absurdo, contradictorio, múltiple, tan osado como tal vez estúpido, tan inútil como acaso sugestivo.
Todo sea porque algo nuevo brote o acontezca en estas tierras.
Y desde ya le pido perdón a lo Nuevo por encarcelarlo en una “geografía”, por darle esos arbitrarios límites llamados “fronteras” y obligarlo a dar cuenta de “lo argentino”.
Perdón, pero existe un sentir poderoso, excluyente… se llama pertenencia, y es egoísta, como todo amor.
El camino que me seduce quiere escuchar lo dicho por varios pensadores argentinos, quiere rumiar sus obras con la ayuda de un cuarteto compuesto por lo Nación, lo Revolución, lo Nuevo y lo Esencia. Así, las aristas colisionarán en el centro del cuadrado, y darán un punto de visión, una perspectiva vital determinada, según el pensador que allí se ubique. Las formas intuidas esperan contribuir a una reflexión que empuje hacia un pensar de lo posible, hacia un actuar esperanzante.
Todo sea porque algo Nuevo brote o acontezca en estas tierras.
¿Será que en la Argentina lo Nuevo se oculta, justamente, por su manifestación continua, indivisible como el silencio mismo?
¿Esencial brotar una “serenidad del alma” o el acontecer de lo nuevo es lo que necesitamos como pueblo para enfrentar la responsabilidad de nuestra historia?
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¿Pero qué significa, al menos para mí, lo Nación y lo Revolución?
No se puede hacer hablar a los pensadores sin al menos explicitar una noción mínima de aquello de lo cual creemos nos están hablando: el maldito milagro de la hermenéutica.
Entonces, dos caracterizaciones preliminares “puras”, acaso “instrumentales”:
Lo Nación es fuerza aglutinante, constituyente, centrípeta. Esta potencia se vuelve efectiva cuando la unión suturante de lo diverso se manifiesta bajo una forma identitaria fácilmente reconocible, nombrable. Lo Nación concreta y expresa la solidificación de algo cuya unicidad exige la dignidad de lo estable, el pétreo honor de aquello que resiste el tiempo y su naturaleza erosiva, porque cuando el Tiempo dice ser emisario de la Historia en tanto contingencia huérfana de telos, lo que permanece se destaca como una excepción digna de veneración.
Desde nuestro punto de vista moderno, lo Nación, en su forma auténtica, no artificiosa ni violentamente instaurada, es la resistencia de un pueblo y su tierra contra la posibilidad del retorno a la fragmentación originaria, el temor histórico que teme por la desintegración de la totalidad re-forjada, la primacía orgánica de las partes: mera atomística sin rumbo ni destino, esa que es terror de lo moderno.
Lo Revolución, en cambio, es el coraje histórico. Es la fuerza que irrumpe para trastocar lo que se cree a salvo permaneciendo y progresando, una respuesta a eso que, campante, transita siempre idéntico a sí mismo una pre-trazada línealidad temporal.
Lo Revolución, quizá paradójicamente, es el heroico freno, tan incierto como posibilitador, a la consumación del horizonte estatal-nacional de las sociedades humanas. Lo Revolución encarna un papel histórico-destructivo porque su misión es la de contrarrestar el compartimentado orden de las sociedades en torno a su nuevo ídolo: el Estado.
La modernidad le teme, y por eso rechaza, la revolución comunista. Porque ella atenta contra la tabulación estatal de las sociedades humanas. En su interpretación no deudora de una Filosofía de la Historia, la revolución comunista, el marxismo, supone la posibilidad de jaquear la concepción progresivo-lineal del tiempo histórico moderno: sí, sociedad comunista es el fin último, pero su forma es misteriosa e incierta. He aquí la incierta responsabilidad histórica de poner en juego a la política como agente creador de una otredad social más allá del horizonte capitalista.
Hipótesis: la modernidad reacciona contra su propio anticuerpo (el comunismo) porque este habilita, si triunfase, la posibilidad de transformarla en lo que no es, en lo que no quiere ser: algo que sobrepase los límites de su propia proyección histórico-subjetiva.
Ahora bien, en los fragmentos del pensamiento argentino que voy a explorar, lo Nación y lo Revolución a veces se funden, a veces se contraponen, a veces, lo uno significa lo otro, o ambas cosas. De este modo, mi inocente conceptualización preliminar se muda a la rígida dimensión de lo formal, pues la realidad histórica que intenta contener la desborda y la transfigura, de lo bello a lo grotesco, de la noble promesa a la más cruda infamia. Nuestras tierras son testigo: la oportunidad de diferenciar lo Nación de lo Revolución se disuelve en un cuadro surrealista insólito, único, irónico y paradojal, llamado historia argentina.
Pero creo que de este caos algo muy nuevo pugna sediento por ser, o bien algo muy viejo lucha por brotar de la entraña esencial.
¿Y si ambas cosas, no tan “muy”?
En asuntos humanos, lo múltiple siempre es lo más probable.
Por ello, aquí van cuatro atolondradas líneas de investigación.
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Con Mariano Moreno, y más especialmente en su Plan de Operaciones, el cuarteto de lo Nación, lo Revolución, lo Nuevo y lo Esencial quizá regala sus formas más nítidas, pues la relación entre los términos es tan conflictiva como signada por una pasión mítica: la vida del hombre iguala o supera su obra y los pensares que de ella puedan destilarse.
Moreno algo nos dice acerca de lo Nuevo porque su obra derrama vida, la excita.
Siguiendo la lectura de David Viñas, se puede decir que el Plan de Operaciones trasciende la caótica ambigüedad que lo vio nacer. En el plano del personaje histórico, encarna la superación de la escisión moreneana, la que se debate entre la “representación” de los intereses de la burguesía porteña y el rebasamiento de dichos intereses en pos del libertario amor hacia una Patria tan anhelada como engarzada al poder de la Corona española.
Al enmarcar el Plan en la clave interpretativa del cuarteto, surge lo siguiente:
Por un lado, lo Nación se expresa (de aplicarse y triunfar el Plan) en el éxito de la incipiente burguesía porteña con respecto a la puesta en práctica de su nacionalismo político, siempre subordinado a su liberalismo económico constitutivo. Por otro lado, si bien el Plan hermana a lo Nación con la acción revolucionaria en un nivel operativo, lo Revolución, en su potencia, sobrepasa la pulsión nacionalista porque cada una de sus líneas destila el amor del guerrero hacia su Patria inmanente, ansiosa de nacer. El patriotismo de Moreno, en su empuje sanguinario-astuto-revolucionario, es de una vitalidad superior al casi inexistente deseo de consolidación nacional, lo antecede como la sana locura del instinto primitivo antecede al refinado impulso civilizatorio: lo excede dado lo relampagueante de sus posibilidades.
Moreno no apela a ninguna esencia argentina subterránea (sí se inspira teóricamente en la tradición iluminista francesa), ve en la acción política revolucionaria la chance de liberar a esa Patria que no existe sino en el anhelo. Así su amor anhelante, siempre disruptivo y luminoso, da vida, en este caso, al ideal de la Patria.
Sin dudas, en el festejo de dicho amor, que es simple, habita algo que nos habla de lo Nuevo por acontecer.
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Alberdi es el más fiel exponente de la fuerza centrípeta de lo Nación hecho proyecto político. La introducción a sus Bases dice así:
“Quebrantadas las barreras por la mano de la revolución, debió esperarse que este suele quedase expedito al libre curso de los pueblos de Europa; pero, bajo los emblemas de la libertad, conservaron nuestros pueblos la complexión repulsiva que España había sabido darles, por un error que hoy hace pesar sobre ella misma sus consecuencias”.
Alberdi no comulga para nada con lo Revolución en sus emergencias anti-estatales y utópicas y guerreras, siempre antagónicas con respecto a lo Nación en el sentido de los tipos conceptuales puros que componen las aristas de nuestro cuarteto.
“El socialismo europeo es el signo de un desequilibrio de cosas, que tarde o temprano tendrá en este continente su rechazo violento, si nuestra provisión no emplea desde hoy los medios de que esa ley se realice pacíficamente y en provecho de ambos mundos”.
Sin embargo, sería erróneo pensar que las formas del cuarteto se estructuran de modo tal que lo Nuevo sólo es consecuencia de la acción histórica concreta de lo Revolución.
El pensamiento alberdiano es creador, por tanto, a su modo, le canta a lo Nuevo. En él no existe esencia nacional, sino un crudo dato: somos producto del triunfo de la pólvora europea y sus valores civilizatorios. Nuestro futuro depende del peso de esta realidad y de la “imperfecta libertad” de una autonomía relativa que de a poco vaya socavando la foraneidad del dato en pos de una construcción propia. En la medida en que el influjo invasor se mezcle armoniosamente con el suelo americano, en equilibrada relación con los estratos colonio-nativos, lo Nación podrá constituirse, y tendrá el sello “distinguido” de la Civilización.
La disputa de Alberdi con Sarmiento luego de Caseros grafica esta concepción histórica.
Una vez derrotado el Restaurador, Alberdi ve en Sarmiento el resabio de elementos propios del mismo Rosas, supuestamente su alter. Dichos elementos, en efecto, son facúndicos, por tanto, están en conflicto con el impulso de la modernidad occidental. Lo que en Sarmiento es la tensión irresoluble entre la Civilización “y” la Barbarie, en Alberdi se transforma en una indubitable “o” que se decide por uno de los polos, una “o” que sueña con crear una estructura institucional capaz de fundir la nación argentina hispano-colonial con la nación anglo-republicana.
“Ante la exigencia de paz, ante la necesidad de orden y de organización, los veteranos de la prensa contra Rosas han hecho lo que hace el soldado que termina una larga guerra de libertad, lo que hace el barretero después de la lenta demolición de una montaña. Acostumbrados al sable y a la barreta, no sabiendo hacer otra cosa que sablear y cavar, quedan ociosos e inactivos desde luego. Ocupados largos años en destruir, es menester aprender a edificar”.
Nada es propiamente argentino, lo argentino es lo que hay por construir, nada es esencialmente argentino, ni siquiera el suelo que sintió la caricia ancestral de los pies originarios, tampoco inocentes, como se quiere creer por culpa de una comparación que se vale de una vara parcial que entiende como sinónimo de benigno al exterminado.
Sin embargo sí, todo exterminador es reprochable.
Continúa Alberdi derrochando una ambigua lucidez:
“Y sin embargo, es menester caminar en la obra de la organización contra la resistencia del gaucho de los campos y de los gauchos de la prensa. Si los unos son obstáculos, no lo son menos los otros; pero si ellos son el hombre sudamericano, es menester valerse de él mismo para operar su propia mejora o quitar el poder al gaucho de poncho y al gaucho de frac, es decir al hombre de Sudamérica para entregarlo al único hombre que no es gaucho, al inglés, al francés, al europeo, que no tardaría en tomar el poncho y los hábitos que el desierto inspiró al español europeo del siglo XV, que es el americano actual, europeo degenerado por la influencia del desierto y la soledad”.
Lo Nuevo se exhibe en Alberdi como proyecto político que lucha por constituir lo Nación mediante un movimiento conciente de una fragmentación genética inicial, sólo resignificada en una unidad de realizarse la parábola de dicho movimiento. Dada su época, esto merece llamarse revolucionario, tanto o más que muchos sueños nobles y muchos fusiles, ya cansados de dispararle al horizonte.
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El prefacio de El mito gaucho, de Carlos Astrada, comienza así:
“Para un pueblo, toda posibilidad de grandeza surge de un gran comienzo, de un impulso inicial, de la tensión de un esfuerzo heroico como punto de arranque de la parábola de un destino”.
Más abajo continúa:
“Este comienzo histórico, este impulso creador no puede ser abolido ni superado por lo que viene después; no hay “progreso” que lo destruya o lo desvalore. Es un comienzo que seguirá operante e irradiando su influjo casi místico mientras exista el ser colectivo que lo ha comenzado y que con él ha advenido a la vida libre y soberana. Pero si este comienzo no puede ser abolido, puede sin embargo, ser desvirtuado, falseado, traicionado. Es necesario entonces, y se justifica, el empeño por retomar contacto crítico con ese pasado liminar, que es una esencia constante, que es germen viviente y vivificador”.
Astrada encadena el poder nucleante de lo Nación a una esencia que se manifiesta en la conmemoración metafísica del mito gaucho. En este sentido, Lo Nación y lo Esencia se concatenan mediante la noción de “sentido histórico”: se transforman en eslabones de una progresión destinal que promete futuro, pero al mismo tiempo inhabilita como “desviaciones”,”ficciones” todas aquellas nuevas formas vitales que escapen al yugo de dicho proceso histórico inmanente.
Lo Nuevo se ahoga, sí, tal vez por amor a la sabia de las raíces espirituales originales, pero también por temor a lo desconocido, siempre amigo del peligro salvante.
Se trata de una memoriosidad excesiva, ritualizante, del “sentido histórico” que:
“(…) supone, pues, una inmersión en el pasado, de la que se retorna al presente con el hilo de la continuidad efectiva de un proceso que concierne a la vida de un pueblo y su futuro. El enriquecimiento y apertura a lo universal de una determinada concepción de la vida nacional de una comunidad radica en el desarrollo, no obstaculizado por factores ficticios o intereses creados o supercherías partidistas, del sentido histórico”.
Este razonamiento supone la posibilidad de un retorno porque de antemano pone, instaura artificiosamente, una linealidad gradual al calendario histórico argentino: ¿Si en Enero Fierro es un marginal que yerra por la pampa hostil, en Diciembre deberá estar calentando el sillón de Rivadavia?
Una fidelidad venerante al destino histórico y sus mitos esenciales puede devenir en ridiculez histórica, si se es rigurosamente consecuente. Porque cuando el mito pone sus esperanzas en el recuerdo ritual para el desarrollo de su energizante misterio, es de esperarse que el presente que anhela lo Nuevo lo rechace por momia, por carecer de un brío revolucionario de pulsión creadora.
En mi opinión, el mito gaucho pierde potencia vital y espiritual cuando se enmarca en el pensar de la Filosofía de la Historia, en el caso de Astrada, creo que una fuertemente inspirada en Hegel y en un Heidegger vivo, por ello demasiado reciente, demasiado contagioso.
Creo que las derivas de la dialéctica entre “lo nacional” y “lo universal” podrán ajustar la brújula de nuestro sentido histórico, lo cual es mucho, pero poco ayudarán como fuente de inspiración al cause de las potencialidades revolucionarias que desean lo Nuevo, lo impensado, lo imposible, lo incorrecto, y muchos más “ines”.
Puede que el mito gaucho, siguiendo la titánica lectura de Astrada, ilumine la cueva de nuestro origen, acuda a la comprensión de la mixtura telúrico-humana de nuestra cultura nacional, puede que indique y honre las pautas para una comunidad argentina futura, pautas que exuda la mismísima Pampa silenciosa (y su siempre húmedo sueño insurrecional), pero esta acepción del mito, en el forzado empeño por develar y promocionar lo Esencia (que sin dudas supo y sabe ser vida), obtura como un lastre la praxis siempre virgen, inocente, fresca, de lo Nuevo y sus obras políticas, artísticas…
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… Diferente es la interpretación que hace Lugones del mito gaucho, otras son las formas que concede nuestro cuarteto desde su visión.
En Lugones, el gaucho se jacta menos de su valor vital y sin embargo se expresa mejor, sugiere más: por enaltecer y reconocer su dimensionalidad estética, ésta exégesis del mito, según mi parecer, supera el intento de Astrada, que huele a sofísticación metafísica disfrazada de ontología nacionalista.
Lugones es poeta, vehiculiza el arte que lo posee y lo desborda, su cantar resuena mejor, más auténtico, menos preocupado por articular el vuelo con la veracidad y su plomo.
A pesar de una documentada argumentación historiográfica (que hasta se desliza irónica), la reconstrucción del herculíneo linaje del gaucho me parece, en su sencillez, sugerente y descarada. Si bien la idea de una genética pagana en el gaucho se siente foránea y ajena, creo que excita e invoca más a la constitución de lo nacional que muchas arqueologías desveladas por desenterrar la argentinidad esencial, esa que sería un válido criterio de proyección-decisión.
Lugones siente más cercano al semidiós heleno que al mate y al poncho, más cercano al paladín medieval que a la vaca pampeana, así lo siente porque dichas figuras irradian, más allá de toda cronología y geografía, las fuerzas instintivas que parecen encaminar nuestro destino hacia lo bello y lo libre, más que hacia el orden y lo verdadero.
En un punto, somos dionisíacos.
Por eso a Lugones no le extrañas sugerir una lluvia cobre en Buenos Aires, que los monos logren hablar, que el doctor Paulin sea capaz de destilar el pensamiento, no lo asusta la tenebrosa Viola Acherontia, pues todas estas fuerzas expresan lo absurdo, lo mágico, lo hermoso, lo terrible del ser argentino que es marginal y virtuoso como el gaucho, pero no, nunca, sólo la gauchidad misma.
Y así nos asomamos a la fatal chance de un destino condenado, para el mal de millones, al dionisiaco festival del arte hecho pueblo y Nación, harto sorpresivo, estúpido, paradojal, pero siempre bello para aquel esteta a-moral que en su estadío más empático sueña con fundar una colonia para artistas.
El cuarteto en Lugones se asemeja a una tragedia griega con sombríos ribetes cómicos:
Lo Nación apela a lo Esencia bajo una forma que deviene irónico-estetizante, esto traducido a consecuencias políticas, hacia principios del siglo XX la oligarquía dominante empuña como adorno legitimante la recuperación lugoneana del gaucho (personaje al cual ella misma se ocupó de perseguir) y la aplaude de pie en el Odeón mientras fragua un modelo de país pensado para que los muchos vivan de rodillas.
Lo Nación, que tímidamente se expande al ritmo del crescendo radical, luego se corrompe hasta el gemido de la risa más triste, ¿y lo Revolución?
Lo revolucionario, la clave en esta constelación infame, pasa a llamarse “6 de Septiembre de 1930”.
Por otro lado, la recuperación lugoneana del gaucho, en uno de sus posibles puertos, profetiza la posibilidad (¿condenatoria?) de un destino estético para lo argentino. Pagano, caballeresco, aventurero, poeta maldito de lo Nuevo. Pero de lo Nuevo que no pugna por nuevos relatos histórico-sociales, que no ama la Patria, que no construye lo Nación, que no le canta a los mitos maternales, sino lo Nuevo en su estado más puro y peligroso, salvaje: la revolucionaria indiferencia del arte por el arte mismo: la oscura búsqueda de lo bello sin que lo justo importe.
∞∞∞∞
Estos cuatro caminos ha señalado el cuarteto en esta ocasión.
Si logran inspirar al pensar de lo posible y el actuar de la esperanza, bienvenidos sean.
Si logran incitar al más furibundo rechazo, bienvenidos sean, porque algo habrán dicho.
Si no logran nada, habrán fracasado, porque el silencio de la nada es bienvenido cuando la paz del cementerio (quizá ni siquiera), hoy no tenemos paz, sino la necesidad de aunque sea apasionarnos por algo, cualquiera sea el rumbo, cualquiera con tal que la indiferencia no se erija como cómplice de los que sí creen saber y lo que sí quieren hacer, y hacen: no se que es democracia, ni se si es el infaltable horizonte de lo que debe ser, pero lo otro se que no lo quiero: es la automática carcajada de los pocos.
Si estos cuatro caminos torpes, logran al menos plantear la siguiente pregunta, el cuarteto sonreirá satisfecho, desde calma su abstracción azulada:
¿Es posible el brotar- acontecer de algo históricamente nuevo, insospechado, en la política argentina?
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