Ese primero de mayo de 1909 amaneció frío pero con sol; luego hacia el mediodía se iría nublando como presagiando tormenta. Tormenta que no sería de truneos y relámpagos sino de balazos, sangre y odio.
Se anunciaban dos actos obreros: uno organizado por la Unión General de Trabajadores (socialistas); el otro, es el de la FORA (anarquista) que invita a la concentración en Plaza Lorea para marchar por Avenida de Mayo, Florida hasta Plaza San Martín y de allí por Paseo de Julio hasta la Plaza Mazzini.
Con los socialistas no va a pasar nada, ya es sabido, pero... ¿y con los anarquistas?
(...)
Enseguida después de mediodía la Plaza Lorea comienza a poblarse de gente extraña al centro: mucho bigotudo con gorra, pañuelo al cuello, pantalones parchados, mucho rubio, algunos pecosos, mucho italiano, mucho ruso, y bastantes catalanes. Son los anarquistas. Llegan las primeras banderas rojas: ¡mueran los burgueses! ¡guerra a la burguesía! Son los primeros gritos escuchados. (...) A las 2 de la tarde la plaza ya está bien poblada. Hay entusiasmo, se oyen gritos, vivas, cantos y un murmullo que va creciendo como una ola. (...)
En Avenida de Mayo y Salta se detiene de improviso un coche. Es el coronel Ramón Falcón, jefe de policía. La masa lo reconoce y ruge: ¡Abajo el coronel Falcón! ¡Mueran los cosacos! ¡Guerra a los burgueses!
Falcón se yergue. Su rostro impasible mide a la masa. No es un gesto de cinismo ni de compadrada. En ese momento está calculando las fuerzas enemigas, como un general en la batalla. Falcón es un militar de los de antes, un sacerdote de la disciplina. Severo, impertérrito, incorruptible. "Es un perro", dirán los subordinados que pertenecen a la categoría de los flojos. (...)
Ahí está el hombre enjuto, sin carnes, de mirada de halcón frente a esa masa que a su criterio es extranjera, indisciplinada, sin tradiciones, sin origen, antiargentina.
Los insultos caen sobre el rostro de Falcón como una lluvia fina que apenas lo moja. Hay oficiales que se muerden los labios de rabia por no poder emprenderla a palos con la turba. Falcón habla brevemente con Jolly Medrano, jefe del escuadrón de seguridad, y se retira. Minutos después ocurre el choque. Como siempre, las versiones serán contradictorias. La policía dirá que fua atacada por los obreros y los obreros dirán que la represión comenzó sin previo aviso. Pero lo cierto es que el resultado es una de las más grandes tragedias de nuestras luchas callejeras. Alguien prende la mecha y dispara un tiro. Se desata el tiroteo. Se lucha a balazo limpio. Ataca la caballería. Los obreros huyen, pero no todos. Hay algunos que no retroceden, ni siquiera buscan el refugio de un árbol. Lucha a cara limpia. Es una época donde son muchos los trabajadores que quieren ser mártires de las ideas. Después de media hora de pelea brava la plaza queda vacía. El pavimento está sembrado de gorras, sombreros, bastones, pañuelos... y 36 charcos de sangre. Son recogidos tres cadeaveres y 40 heridos graves. Los muertos son: Miguel Bech, español de 72 años, domiciliado en Pasco 932, vendedor ambulante; José Silva, español, de 23 años, Santiago del Estero 955, empleado de tienda, y Juan Semino, argentino, de 19 años, peón de albañil. Horas después morirán Luis Pantaleone y Manuel Fernández, español, de 36 años, guarda de tranvía. Los heridos son casi en su totalidad de nacionalidad española, italiana y rusa.
(...)
Y es justo a la salida de un cementerio -pero el de la Recoleta- en donde tendrá lugar el segundo acto del drama. El coronel Falcón vuelve en su carro luego de haber asistido a las exequias de su amigo Antonio Ballvé, director de la Penitenciaría Nacional y viejo funcionario policial. Falcón está apesadumbrado pero no es hombre flojo. (...)
El coche sigue avanzando (...) Ahora ha tomado por la avenida Quintana. (...) Al lado de Falcón va el joven Alberto Lartigau, de 20 años de edad, único varón de una familia de nueve hijos, y que ha sido puesto por su padre como secretario privado de Falcón para que al lado de éste "se haga hombre".
Desde la tragedia de la Plaza Lorea, en mayo de este año, muchas son las amenazas que se ciernen sobre Falcón. Los anarquistas lo han señalado como a su principal enemigo. Y todos saben como se las gastan los anarquistas. Pero Falcón no teme. Va a todos lados sin custodia.
(...)
El coche ya dobla por la avenida Callao rumbo al sur. Y es en ese momento que dos hombres -el chofer José Fornés, que conduce un automóvil detrás del coche de Falcón, y el ordenanza Zoilo Agüero del ministerio de Guerra- observan que un mocetón de aspecto extranjero comienza a correr a toda velocidad a trás del carruaje del jefe de policía. Lleva algo en la mano. ¿Qué habrá pasado, se habrá caído algo del coche y el muchacho quiere devolverlo? ¿Por qué no grita para llamar la atención? Pero ahí ya está la verdad. Al doblar el coche, el desconocido se acerca en línea oblícua y arroja el paquete al interior del mismo. Medio segundo después la terrible explosión. El terrorista mira para todos lados y comienza su huída hacia la avenida Alvear.
Después del primer momento de sorpresa, Fornés baja del coche y secundado por Agüero comienza a correr al desconocido, que les lleva unos 70 metros. Dan grandes voces y se les van engrosando más perseguidores, entre ellos los agentes Beningno Guzmán y Enrique Müller. El perseguido corre desesperadamente, quema todas sus fuerzas para ganar un metro de distancia, sabe muy bien que la gente lo linchará o lo matará a tiros. Ya siente el gusto de la muerte en la lengua y en los pulmones que le revientan de fatiga. Dobla por avenida Alvear y ve una obra en construcción. Hacia ella se dirige como si hubiera encontrado un refugio, un nido donde esconder por lo menos su cabeza. Se para. Ya tiene encima a sus perseguidores. Saca un revólver y comienza a correr nuevamente. Y así a la carrera se dispara un tiro sobre la tetilla derecha y cae redondo sobre la acera.
Falcón es de los que saben morir. El también ha ido en el coche al muere. Los anarquistas saben preparar bombas y ésta no ha fallado. Ha sido lanzada con maestría. Ha caído a espaldas del cochero y a los pies de Falcón y Lartigau. (...) Ha sido un ataque cobarde, por la espalda. Por adelante tal vez nunca se hubieran atrevido. Falcón siempre creyó que su cara y su mirada de halcón pararían la mano de cualquiera que atentara contra su vida. Pero es que ni le han dado la voz de alto. Ni siquiera él ha podido decir: "¡soy el coronel Falcón!". (...)
Falcón no pierde el conocimiento. Tirado sobre el colchón que le han traído señala con ademán autoritario que lo atiendan primero "al joven Lartigau". A la pregunta de los curiosos responde: "No es nada, ¿hubo más heridos?". La sangre que pierde es mucha. (...)
Llega la ambulancia, lo trasladan (...) pero ya es tarde, Falcón está ya casi vacío de sangre. No aguanta el shock traumático y expira a las 2 y cuarto de la tarde.
La juventud de Lartigau se defiende más. (...) Aguanta hasta las 8 de la noche.
Los dos serán velados en el departamento central. Pocas veces Buenos Aires asistirá a una expresión de duelo tan grande. Con delegaciones policiales de todo el país y del exterior. El Ejército Argentino y la policía lo han tomado como una afrenta. Y por eso para ellos no habrá jamás perdón para el asesino. (...)
El terrorista también ha caído en la calle. Pero lo levantan del pelo y de la ropa. Lo dan vuelta y lo acuestan cara al sol. Es desagradablemente blanco, el pequeño bigote es rojizo, medio lampiño, las facciones huesosas, mandíbula de boxeador, ojos aguachentos y las orejas grandes tipo pantalla. Indudablemente es un ruso, un anarquista, un obrero. Ahí está tirado, resollando como un chancho jabalí cercado por los perros. Lo insultan. Le dicen "ruso de porquería" y algo más. El tiene los ojos bien abiertos, asustados, esperando recibir la primera patada en la cara. Está perdido y por eso no pide perdón sino que grita dos veces seguidas: : "¡Viva el anarquismo!'. Cuando los agentes Müller y Guzmán le dicen " ya vas a ver lo que te va a pasar", responde en un castellano quebrado y gangoso: "No me importa, para cada uno de uistedes tengo una bomba".
Se anunciaban dos actos obreros: uno organizado por la Unión General de Trabajadores (socialistas); el otro, es el de la FORA (anarquista) que invita a la concentración en Plaza Lorea para marchar por Avenida de Mayo, Florida hasta Plaza San Martín y de allí por Paseo de Julio hasta la Plaza Mazzini.
Con los socialistas no va a pasar nada, ya es sabido, pero... ¿y con los anarquistas?
(...)
Enseguida después de mediodía la Plaza Lorea comienza a poblarse de gente extraña al centro: mucho bigotudo con gorra, pañuelo al cuello, pantalones parchados, mucho rubio, algunos pecosos, mucho italiano, mucho ruso, y bastantes catalanes. Son los anarquistas. Llegan las primeras banderas rojas: ¡mueran los burgueses! ¡guerra a la burguesía! Son los primeros gritos escuchados. (...) A las 2 de la tarde la plaza ya está bien poblada. Hay entusiasmo, se oyen gritos, vivas, cantos y un murmullo que va creciendo como una ola. (...)
En Avenida de Mayo y Salta se detiene de improviso un coche. Es el coronel Ramón Falcón, jefe de policía. La masa lo reconoce y ruge: ¡Abajo el coronel Falcón! ¡Mueran los cosacos! ¡Guerra a los burgueses!
Falcón se yergue. Su rostro impasible mide a la masa. No es un gesto de cinismo ni de compadrada. En ese momento está calculando las fuerzas enemigas, como un general en la batalla. Falcón es un militar de los de antes, un sacerdote de la disciplina. Severo, impertérrito, incorruptible. "Es un perro", dirán los subordinados que pertenecen a la categoría de los flojos. (...)
Ahí está el hombre enjuto, sin carnes, de mirada de halcón frente a esa masa que a su criterio es extranjera, indisciplinada, sin tradiciones, sin origen, antiargentina.
Los insultos caen sobre el rostro de Falcón como una lluvia fina que apenas lo moja. Hay oficiales que se muerden los labios de rabia por no poder emprenderla a palos con la turba. Falcón habla brevemente con Jolly Medrano, jefe del escuadrón de seguridad, y se retira. Minutos después ocurre el choque. Como siempre, las versiones serán contradictorias. La policía dirá que fua atacada por los obreros y los obreros dirán que la represión comenzó sin previo aviso. Pero lo cierto es que el resultado es una de las más grandes tragedias de nuestras luchas callejeras. Alguien prende la mecha y dispara un tiro. Se desata el tiroteo. Se lucha a balazo limpio. Ataca la caballería. Los obreros huyen, pero no todos. Hay algunos que no retroceden, ni siquiera buscan el refugio de un árbol. Lucha a cara limpia. Es una época donde son muchos los trabajadores que quieren ser mártires de las ideas. Después de media hora de pelea brava la plaza queda vacía. El pavimento está sembrado de gorras, sombreros, bastones, pañuelos... y 36 charcos de sangre. Son recogidos tres cadeaveres y 40 heridos graves. Los muertos son: Miguel Bech, español de 72 años, domiciliado en Pasco 932, vendedor ambulante; José Silva, español, de 23 años, Santiago del Estero 955, empleado de tienda, y Juan Semino, argentino, de 19 años, peón de albañil. Horas después morirán Luis Pantaleone y Manuel Fernández, español, de 36 años, guarda de tranvía. Los heridos son casi en su totalidad de nacionalidad española, italiana y rusa.
(...)
Y es justo a la salida de un cementerio -pero el de la Recoleta- en donde tendrá lugar el segundo acto del drama. El coronel Falcón vuelve en su carro luego de haber asistido a las exequias de su amigo Antonio Ballvé, director de la Penitenciaría Nacional y viejo funcionario policial. Falcón está apesadumbrado pero no es hombre flojo. (...)
El coche sigue avanzando (...) Ahora ha tomado por la avenida Quintana. (...) Al lado de Falcón va el joven Alberto Lartigau, de 20 años de edad, único varón de una familia de nueve hijos, y que ha sido puesto por su padre como secretario privado de Falcón para que al lado de éste "se haga hombre".
Desde la tragedia de la Plaza Lorea, en mayo de este año, muchas son las amenazas que se ciernen sobre Falcón. Los anarquistas lo han señalado como a su principal enemigo. Y todos saben como se las gastan los anarquistas. Pero Falcón no teme. Va a todos lados sin custodia.
(...)
El coche ya dobla por la avenida Callao rumbo al sur. Y es en ese momento que dos hombres -el chofer José Fornés, que conduce un automóvil detrás del coche de Falcón, y el ordenanza Zoilo Agüero del ministerio de Guerra- observan que un mocetón de aspecto extranjero comienza a correr a toda velocidad a trás del carruaje del jefe de policía. Lleva algo en la mano. ¿Qué habrá pasado, se habrá caído algo del coche y el muchacho quiere devolverlo? ¿Por qué no grita para llamar la atención? Pero ahí ya está la verdad. Al doblar el coche, el desconocido se acerca en línea oblícua y arroja el paquete al interior del mismo. Medio segundo después la terrible explosión. El terrorista mira para todos lados y comienza su huída hacia la avenida Alvear.
Después del primer momento de sorpresa, Fornés baja del coche y secundado por Agüero comienza a correr al desconocido, que les lleva unos 70 metros. Dan grandes voces y se les van engrosando más perseguidores, entre ellos los agentes Beningno Guzmán y Enrique Müller. El perseguido corre desesperadamente, quema todas sus fuerzas para ganar un metro de distancia, sabe muy bien que la gente lo linchará o lo matará a tiros. Ya siente el gusto de la muerte en la lengua y en los pulmones que le revientan de fatiga. Dobla por avenida Alvear y ve una obra en construcción. Hacia ella se dirige como si hubiera encontrado un refugio, un nido donde esconder por lo menos su cabeza. Se para. Ya tiene encima a sus perseguidores. Saca un revólver y comienza a correr nuevamente. Y así a la carrera se dispara un tiro sobre la tetilla derecha y cae redondo sobre la acera.
Falcón es de los que saben morir. El también ha ido en el coche al muere. Los anarquistas saben preparar bombas y ésta no ha fallado. Ha sido lanzada con maestría. Ha caído a espaldas del cochero y a los pies de Falcón y Lartigau. (...) Ha sido un ataque cobarde, por la espalda. Por adelante tal vez nunca se hubieran atrevido. Falcón siempre creyó que su cara y su mirada de halcón pararían la mano de cualquiera que atentara contra su vida. Pero es que ni le han dado la voz de alto. Ni siquiera él ha podido decir: "¡soy el coronel Falcón!". (...)
Falcón no pierde el conocimiento. Tirado sobre el colchón que le han traído señala con ademán autoritario que lo atiendan primero "al joven Lartigau". A la pregunta de los curiosos responde: "No es nada, ¿hubo más heridos?". La sangre que pierde es mucha. (...)
Llega la ambulancia, lo trasladan (...) pero ya es tarde, Falcón está ya casi vacío de sangre. No aguanta el shock traumático y expira a las 2 y cuarto de la tarde.
La juventud de Lartigau se defiende más. (...) Aguanta hasta las 8 de la noche.
Los dos serán velados en el departamento central. Pocas veces Buenos Aires asistirá a una expresión de duelo tan grande. Con delegaciones policiales de todo el país y del exterior. El Ejército Argentino y la policía lo han tomado como una afrenta. Y por eso para ellos no habrá jamás perdón para el asesino. (...)
El terrorista también ha caído en la calle. Pero lo levantan del pelo y de la ropa. Lo dan vuelta y lo acuestan cara al sol. Es desagradablemente blanco, el pequeño bigote es rojizo, medio lampiño, las facciones huesosas, mandíbula de boxeador, ojos aguachentos y las orejas grandes tipo pantalla. Indudablemente es un ruso, un anarquista, un obrero. Ahí está tirado, resollando como un chancho jabalí cercado por los perros. Lo insultan. Le dicen "ruso de porquería" y algo más. El tiene los ojos bien abiertos, asustados, esperando recibir la primera patada en la cara. Está perdido y por eso no pide perdón sino que grita dos veces seguidas: : "¡Viva el anarquismo!'. Cuando los agentes Müller y Guzmán le dicen " ya vas a ver lo que te va a pasar", responde en un castellano quebrado y gangoso: "No me importa, para cada uno de uistedes tengo una bomba".
(Así comienza la investigación histórica de Osvaldo Bayer, Simón Radowitzky, ¿ Mártir o Asesino ?, que también aparece en el libro de Bayer, LOS ANARQUISTAS EXPROPIADORES, que seguramente puede conseguirse en la F.L.I.A. )
.....
En resúmen, la historia de Simon Radowitzky continúa primero con su detención. Luego va a juicio, lo quieren condenar a la pena de muerte (en ese momento en Argentina el fusilamiento es aplicable a mayores de 22 años). Simón dice que tiene 18 años, nadie le cree, tampoco hay documentos, hasta que un primo suyo, Moishe Radowitzky, rabino, aparece con documentación que certifica sus 18 años. El tribunal duda, y le conmuta la pena a reclusión perpetua. Como castigo adicional, es condenado a reclusión solitaria a pan y agua, veinte días cada año, para la fecha del aniversario del atentado.
Pasa sus primeros tiempos de condena en la Penitenciaría Nacional de la Av. Las Heras y Coronel Diaz (donde hoy hay una muy bonita plaza), hasta que el movimiento anarquista organiza una fuga (ver película LA FUGA), que originalmente estaba pensada para rescatar a Simón. Algo falla, la fuga se realiza, pero sin Simon. Cierran la Penitenciaría, y a Simón lo mandan al penal de Ushuaia, donde pasa 21 años, hasta que en 1930 es indultado por el gobierno de Hipolito Yrigoyen, pero con la condición que se vaya del país. Se va a Uruguay, sigue activando en el movimiento anarquista, hasta que se va a pelear en la guerra civil española, enrolado en las brigadas internacionales. Luego pasa sus últimos días en México, donde fallece en 1956.
Pasa sus primeros tiempos de condena en la Penitenciaría Nacional de la Av. Las Heras y Coronel Diaz (donde hoy hay una muy bonita plaza), hasta que el movimiento anarquista organiza una fuga (ver película LA FUGA), que originalmente estaba pensada para rescatar a Simón. Algo falla, la fuga se realiza, pero sin Simon. Cierran la Penitenciaría, y a Simón lo mandan al penal de Ushuaia, donde pasa 21 años, hasta que en 1930 es indultado por el gobierno de Hipolito Yrigoyen, pero con la condición que se vaya del país. Se va a Uruguay, sigue activando en el movimiento anarquista, hasta que se va a pelear en la guerra civil española, enrolado en las brigadas internacionales. Luego pasa sus últimos días en México, donde fallece en 1956.
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Uno no sabe si se trata de un cambio de época o qué, pero hasta hace dos semanas la escuela de cadetes de la Policia Federal se seguía llamando Ramón L. Falcón. Podría decirse que la historia me pasó por encima, pero igualmente aprovecho para compartir con ustedes esto que me dijo don Simón una vez que nos encontramos, en algún lugar del tiempo y el espacio, vaya uno a saber cuando:
RADOWITZKY
“Yo integro, pese al encierro, la familia proletaria”
Simón Radowitzky , desde la cárcel del fin del mundo (Ushuaia)
Yo no sé si he vivido,
ni la lengua en que escribo.
He matado, he morido,
tantas vidas he tenido.
Yo no sé
si lo que pervive es el anarquismo
o es el coronel
el que tiene su escuela.
¿ Acaso lo he matado ?
¿ He morido ?
Yo no sé
el Perro es estatua,
y yo soy el que duda.
* * *
ni la lengua en que escribo.
He matado, he morido,
tantas vidas he tenido.
Yo no sé
si lo que pervive es el anarquismo
o es el coronel
el que tiene su escuela.
¿ Acaso lo he matado ?
¿ He morido ?
Yo no sé
el Perro es estatua,
y yo soy el que duda.
* * *
Fue perro por fiero,
coronel al que creen, obedecen.
¿ Y si hubiera sido de los nuestros ?
Yo no sé
si he matado por la espalda,
o la muerte siempre es de cobardes.
Ni tampoco
si fue la burocracia, o fui gato de mil vidas.
¿ Cuándo uno es adulto ?
¿ Cuál es la edad en que la muerte se tolera?
* * *
He sido un gato
corriéndole al perro.
He sido rata
en la basura del presidio.
He sido un niño que mata,
un hombre muy niño.
Y dicen que fui bandera,
un cuadro en las paredes.
¿ Ha servido ?
Yo no sé,
tan sólo
he sido un herrero.
¿ Fui digno ?
He matado,
he morido.
¿ He vivido ?
Yo no sé
al menos he gritado
viva el anarquismo.
Andrelo
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