jueves, 29 de septiembre de 2011

Paula Jimenez

Una noche queríamos comprar

merca y entré a un conventillo

de tres o cuatro pisos,

las escaleras circulares daban

a los palieres anchos y en las puertas

de las habitaciones había mesas

donde atendían los punteros. ¿Qué pasa

si no vuelvo? pensé, nadie se entera.

Una mujer sacudía su vestido

apoyada en la baranda y un pendejo

paseaba en un triciclo. Trancé, después me fui

y como si fuera

a convertirme en la estatua de sal

del Evangelio o en la chica

de piedra del Abasto, no miré atrás

al descender, a diferencia

de los colectivos. Pura superstición

o miedo de andar

mostrando el miedo. No sé, fijé la vista

y sin chistar

bajé. Me acompañaba un eco que era mezcla

de risas, voces, cacerolas, una vida

de esas donde nadie

está solo. Podía imaginarme un patiecito

con piso de baldosas, el interior roído

de un living comedor, la tele

prendida, una familia.

Yo a veces siento

envidia de esas cosas.


Del libro "La Mala Vida"

Fuente: http://lareconstrucciondeldeseo.wordpress.com/

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