jueves, 5 de mayo de 2011

temperley, presentación de Osvaldo Bossi

TEMPERLEY, DE PATRICIO FOGLIA

1.-


Apenas una palabra cae, atrapada por el campo magnético de la poesía, todo se transfigura. Y sobre todo, el sentido, esa ilusión de continuidad que solemos buscar entre la cosa y el nombre que la representa. La palabra Temperley, por lo tanto, que da título a este primer libro de Patrico Foglia, no podía ser una excepción. Alude a una localidad, a un remotísimo equipo de fútbol cuya camiseta es blanca, con una franja transversal de color celeste, y a un poeta más o menos famoso que, cada vez que venía de comulgar, decía, a la manera de los místicos, estar en éxtasis. Vengo de comulgar y estoy en éxtasis, decía ¿se acuerdan? Y ahora, misteriosamente, a este libro, y adentro de este libro, a un poema en particular, donde un niño decide romper definitivamente con esa palabra (Temperley) y aventurarse, convertido en un resplandeciente astronauta, en el espacio exterior.
Como si las palabras nunca terminaran de solidificarse, y al entrar en contacto con nuestra boca, se transformaran en algo que no podemos definir, salvo por la repetición en voz alta de ese sonido, que acarrea sentido, y que es la base de todo poema. La palabra Temperley, entonces, como una polifonía, como un espejo que nos devuelve una imagen de nosotros mismos, también multiplicada, como la de ese poeta que es una localidad del conurbano bonaerense, que es un equipo de fútbol y es, además, cuando acercamos el oído, ese monstruo plural, donde la palabra tiempo y la palabra ley resuenan de una manera inconfundible.
De ahí la sensación de ruptura, de batalla campal que se respira, de una manera o de otra, a lo largo de todo el libro.

2.-


Escapar del barrio, escapar de la casa de los padres, de las leyes del tiempo y del espacio (y sobre todo de la ley, a secas) convierten este libro en un intento —pequeño o inmenso, según se lo mire— de insurrección, donde un niño poeta se ve envuelto, desde la primera página hasta la última, en toda clase de batallas imaginarias. Como si este chico hubiera quedado encandilado con La guerra de las galaxias, o mejor aún: como si hubiera leído, palabra por palabra y en sueños, ese maravilloso poema que algunos confunden con un libro de ciencia ficción y que se llama Las crónicas marcianas. De cualquier forma, este niño decide ser un astronauta (o un poeta, para el caso es lo mismo) y alejarse lo antes posible de la realidad, como si el mundo, tal cual lo reconocemos, fuera el verdadero escenario de ese relato de ciencia ficción.
Como el poema que abre este libro (Locutorio, se llama) donde el muchacho que atiende, doce horas al día, ese castillo de la incomunicación, que es un locutorio, se ve convertido, de pronto, en una caja de vidrio transparente, una cabina de carne y hueso, sin voz ni voto, a quien, indiscriminadamente, le preguntan: puede ser una cabina? / puede ser / una cabina? A lo cual, él responde: puedo, creo que puedo / y de verdad soy una cabina / con su cuadrada transparencia… De esa alienación, al deseo de ser un astronauta, hay un paso, y este muchacho niño, este astronauta poeta, afortunadamente lo da.
Como ejemplo, quisiera leerles el primer fragmento de Temperley, que es, si no me equivoco, un momento culminante del libro, cuando el héroe, después de esa inquebrantable cuenta regresiva, despega de la realidad y se sumerge en ese viaje lunar y desesperado, donde el espacio exterior y el espacio interior se confunden:

comenzando ignición en tres
dos
uno
la nave avanza,
puede sentirse el furor
del despegue, el fuego
concentrado en instantes
que apuntan a la luna
y a mí
me quema pensar
cuántas cosas van quedando
atrás, abajo
después de la tierra arrasada

En estos primeros versos ya está el núcleo de lo que vendrá después: La tierra arrasada por el fuego, el fuego de los pensamientos, el furor del despegue: todo ese dispositivo que pone en marcha la decisión de dejar atrás una palabra, esa sola palabra, Temperley, con todo lo que significa.

3.-


La tercera parte del libro, que lleva por título la fecha 1982, es un descenso brusco a la realidad, un aterrizaje forzoso en medio de unas islas “demasiado famosas”, según Borges, y una correspondencia fantasma entre dos muchachos que llevan el mismo nombre y trafican, en medio de ese delirio -a todas luces suicida- su propio delirio de amor. Sin embargo, entre los estallidos de polvo y pólvora, la anécdota se vuelve borrosa, o se deposita, fragmentariamente, aquí y allá, como los restos de una experiencia cercana, y al mismo tiempo lejana, y hasta alucinatoria. Como si esos dos muchachos fueran, en definitiva, uno solo, y el sobreviviente buscara en el otro, el muerto, algún tipo de verdad que le permitiera seguir.
Voy a leerles uno de esos fragmentos escrito de un lado y otro de la misma trinchera:

alguna mañana
enciendo la radio a transistores
el único sobreviviente feliz de este conflicto
y aunque no me creas, te busco en coordenadas
que después entiendo imposibles
y me tropiezo con la fritura en los parlantes, esa
espesa lluvia
no hace más que disiparte
y se transforma en discreta agonía

ese avance de la penumbra
que combato alucinado

Del Locutorio deshumanizante del primer poema, al deseo de ser astronauta y viajar a la luna, a este combate cuerpo a cuerpo de los chicos de la guerra, entre la realidad y la ficción, la urgencia del yo lírico apoderándose de las escaramuzas del yo biográfico, con una mezcla de Guerra de las galaxias y La Batalla de San Lorenzo, Temperley es un libro íntimo y al mismo tiempo social. Pero social en el sentido que sólo pueden serlo los libros verdaderos: sin forzar los temas, sin mimetismos, sin pancartas.
Libro, por eso mismo, de una extraña unidad, sencillo y complejo a la vez. Sencillo, porque el lenguaje se desliza con fluidez, sin tropiezos; con escasos, casi invisibles efectos retóricos. Complejo, precisamente porque esa transparencia nos permite ver su trasfondo: ese núcleo de oscuridad, o de noche, que según Margaritte Durás, contienen los libros que importan.
Espero que se acerquen a leerlo. No lleva la impronta de ninguna moda ni de ninguna escuela literaria. Y esto, aunque parezca superfluo, es un gran mérito tratándose, como en este caso, de un primer y personalísimo libro de poemas.

Osvaldo Bossi
Abril de 2011

1 comentario:

  1. El problema es que cuando escriba algún libro, ya no podré utilizar el mismo epígrafe que el amigo:
    La vida está hecha así
    a base de pequeñas soledades
    Roland Barthes

    Pero el otro problema, el más serio, es que hay algo que ya no podré decir, en esta torpe pretensión de originalidad, que tenemos los que andamos buscando a la poesía. Porque yo también soy ese muchacho de Temperley. Porque todos los poetas son, de algún modo, ese muchacho de Temperley.

    Y aunque nos digan que no hay astronautas en Temperley, igual vamos a insistir. Intentaremos aprender las funciones de los miles de millones de botones, y así emprender el viaje.

    Porque como nos dice el poeta Patricio Foglia, hay viajes que sólo son hacia dentro. Por ahí, quien sabe, por ahí de eso trata la poesía.

    ResponderEliminar